Al carajo el concierto - por Nick Brooks

—… sencillamente no puedo creerlo, Ernesto. Apenas ha pasado un par de semanas desde que decías que te gustaba la fulana aquella…
—Kelly —completó Ernesto.
—Eso, Kelly. Y ahora me vienes con que te gusta una tal Susana.
Daniel se bajó del auto y se acercó al surtidor de gasolina.
—Pero es que ya te dije, con Kelly no se iba a lograr nada nunca —protestó Ernesto.
—Antes de Kelly era otra. ¿Julieta? ¿Juliana?
—Julissa —murmuró.
— ¡Ya ves lo que digo! —exclamó Daniel, exasperado — Te crees todo un donjuán; vas mujer tras mujer, y al final de todas, ninguna.
Ernesto bajó la cabeza. Eso último había sido un golpe bajo. Daniel se dio cuenta, pero decidió no hacer nada al respecto.
—Susana es diferente —dijo Ernesto —. De verdad me gusta, y creo que también le gusto a ella. María me contó que había visto en su armario una de las cartas que le escribí.
Daniel levantó la vista al cielo.
—Dame paciencia, por favor —dijo, sacando la boquilla del tanque del auto — ¿Cuántas veces te he dicho que no escuches a esa María? Para lo único que sirve es para meterte esas absurdas ideas en la cabeza.
Ernesto suspiró y se bajó también.
—A veces pienso que lo que tienes es envidia —replicó, molesto.
Daniel solo resopló y sacudió la cabeza. Cerró con llave la puerta del auto y se dirigió a la ventanilla para pagar.
—Me da la impresión de que estás resentido porque María no te hace caso para nada —siguió insistiendo.
—Maldita sea, Ernesto. Te lo estoy diciendo por tu propio bien. Buenas tardes —saludó al hombre de la ventanilla —. Treinta en la seis. Yo a María no la invito a salir ni aunque me pagasen.
Ernesto cogió un paquete de chicles y se lo dio al hombre para que lo incluyera en la cuenta.
—Eso dices ahora, pero me consta que una llamada de ella bastaría para que nos regresemos hoy mismo; al carajo el concierto y todo.
—Sería un total de $30.75 —dijo el hombre, entregándoles el paquete de chicles — ¿Van al concierto de The Loners?
—Así es —sonrió Daniel, mientras le daba el dinero — ¿Han pasado por aquí muchos que van hacia allá?
—Sí —respondió el hombre —. Les daré un consejo. No se detengan en “La Canoa Vieja”, es un lugar peligroso. Si no van a manejar toda la noche, al menos sigan hasta “La Casa de Joe”. Díganle a la recepcionista que los envía Raúl y tal vez les hagan un descuento.
—Muchas gracias, de verdad —dijo Ernesto.
—Ni lo mencionen, manejen con cuidado —los despidió el hombre.
Los dos amigos regresaron a su auto.
—Qué buena suerte la que hemos tenido —dijo Daniel, encendiendo el motor —. Si nos hacen descuento, creo que hasta podríamos comprar un par de camisetas en el concierto.
El móvil de Ernesto sonó.
—Es Susana —dijo, mirando a su amigo — ¿Hola? Muy bien, gracias. ¿Y tú?
Daniel puso los ojos en blanco y puso en marcha el auto.
—Ah, no lo sé. Déjame preguntarle, que lo tengo aquí al lado —cubrió el micrófono del celular con la mano —. Dice que quería que saliéramos a cenar hoy, con María. Y María quiere que tú vayas —sonrió con picardía.
Daniel se sonrojó.
—Ah, pero tenemos que ir al concierto —añadió Ernesto —. Susana, me parece que no vamos a…
—¡Deja, deja, que igual The Loners van a estar la próxima semana en Lakefield! Podemos ir a verlos entonces. Dile que nos vemos a las 8 —interrumpió Daniel.
Ernesto se rio.
—No hay problema entonces, Susie. Pasaremos por ustedes a las 8. Igualmente. Sí, tampoco puedo esperar. Adiós.
Colgó y se quedó observando burlonamente a Daniel. Éste viró en U bruscamente y aceleró.
—Quita esa sonrisa o te la quito yo de un golpe —murmuró Daniel.
—Es que no ha hecho falta que te paguen para salir con María.
—He dicho que no la invitaría a salir ni aunque me pagasen. Y ha sido ella la que me invitó.
Ernesto volvió a reír de buena gana.
—Qué bueno que has pagado tú la gasolina. ¿Un chicle?