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Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

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Solo hay un Dustin Hoffman - por Luciano Sívori

Web: https://www.facebook.com/sivoriluciano

Lo miro completamente en silencio, justo como me indicaron. No sé bien por qué, pero ya siento dos o tres lágrimas rodando por mi mejilla. Él está ahí enfrente, con tanta indiferencia en su rostro que ya comienza a irritarme.

Cinco minutos antes el profesor de teatro nos explicaba el ejercicio. Caminaba con lentitud sobre la alfombra de aquel galpón de madera que usábamos para ensayar.

– Vamos a trabajar sobre las emociones negativas – explicó.

Era un joven apuesto que rondaba los 30, alto y delgado, con una cabellera larga y dorada que seguro deseaban varias mujeres. Le decíamos “Max”, por Máximo.

– Cualquier persona es capaz de enojarse. Eso es fácil – continuó mientras deambulaba en círculos por el escenario –. Pero enojarse con la persona indicada, en la intensidad correcta, por motivos justos y de la forma más adecuada… eso es lo difícil. Lo dijo Aristóteles, ¡y qué razón tenía! Lo mismo sucede con cada emoción, el llanto, la alegría, la sorpresa, la ira… Cuando a Dustin Hoffman el director le pide que llore, lo hace. ¡Y cómo lo hace! Pero cuando la escena termina, él también corta. Eso es porque se aferra a un recuerdo que ya tiene superado. Le provoca tristeza, pero no hace catarsis. Eso es lo que quiero que hagan, chicos.

El profesor juntos sus manos y nos miró. Cuando llegó hasta mí se detuvo diciendo:

– Sandra, ¿te animas? ¿Qué te parece subir con Miguel? Creo que sería muy interesante. Quiero que sientas una emoción muy negativa y la exageres. Miguel: te vas a dirigir a tu esposa con total indiferencia. Es preciso que seas agresivo con la mirada, para que ella pueda canalizar esa emoción negativa. Se miran uno a otro, sin sacarse los ojos de encima, y sin decir absolutamente nada. ¿Vemos que sale?

Y ahora acá estoy yo, viendo que sale. Observo a Miguel y de pronto recuerdo como empezó todo. Tengo 33 años, él 35. Lo conocí hace un año y sin querer quedamos embarazados. A él no pareció molestarle. Nos casamos enseguida, pero no sabíamos nada uno del otro. Es imposible conocer a una persona en un año; ni en diez tampoco, creo. Empezamos teatro como un intento de hacer algo juntos y descubrir cosas uno de otro. Y ahora estoy llorando frente a él, con su mirada despreocupada y toda la clase como testigos.

Elijo recordar a mi perro, que murió cuando era una niña. Con Mamá le habíamos hecho un entierro y todo. Se llama “Max”… Max, qué curioso: igualito que mi guapo profesor. Amo a Miguel, pero si él no estuviera en mi vida… Max definitivamente sería de “mi estilo”. ¡Qué desperdicio que sea gay!

Cuestión que la frase la había dicho Aristóteles. Miguel suele citarlo también. ¿Max? ¿No se llama así también un amigo de Miguel que viene a la ciudad cada tanto? No sé por qué me pongo a pensar estas cosas. Tendría que enfocarme en recuerdos tristes, como el de mi perro. Encima Miguel no para de mirarme.

Una lagrima rueda por mi mejilla, el sabor salado me vuelve a realidad con brusquedad. Las lágrimas están cayendo de forma descontrolada, pero no tiene sentido. No me siento triste.

¿Quién fue el que quiso empezar con teatro? Fue Miguel, sí. Él descubrió este lugar. Me dijo que Max era bueno en lo suyo… ¿y cómo lo sabía? Max… como mi perro muerto. Me empieza a molestar demasiado el rostro de Miguel. Así me mira por las noches cada vez que hacemos el amor. El sexo es vacío, sin gracia, sin diversión. Es porque no nos conocemos mucho todavía.

¡Maldición! Mis ojos están vidriosos, repletos de lágrimas. ¿Cuánto le falta a este ejercicio? ¡Qué incómodo! Esto no tendría que estar pasando. Encima todo el mundo me está mirando, Max, Miguel…

Mis pensamientos se detuvieron en seco y de pronto mi corazón dio un vuelvo. Temblaba. Al fin, secreta e íntimamente, me di cuenta de la verdad. Max y Miguel. Max, como mi perro que murió, como el amigo que visita a mi esposo cuando viene a la ciudad. ¿Cómo pude ser tan estúpida?

No pude evitar ver a Max. No nos miraba a nosotros, lo miraba a él. Creo que enseguida se dio cuenta porque lo escuche decir:

– Basta, corten. Fin de la escena.

Lo intenté pero fue imposible. Mis lágrimas eran más reales de lo que había esperado, ya no se detenían. Supongo que no soy Dustin Hoffman.

FIN