Talía y Melpómene - por Petra

Mi madre trabajaba allí. Tras la última sesión, limpiaba la sala del teatro, para que estuviera lista el día siguiente. Yo la acompañaba. Cuando era pequeña, porque no podía quedarme sola en casa. Después, porque no quería alejarme de ella. Me sentaba a esperar en uno de los palcos junto al escenario. Allí, pasaba el tiempo fascinada por las caretas que coronaban el proscenio. A veces me recordaban a mi madre, unas veces tan alegre y otras veces ¡tan triste! Sin darme cuenta comencé a contarles mis cosas. Les decía cómo mi madre trabajaba desde muy temprano. Cómo se gastaba el poco dinero que conseguía en mí. Cómo me contaba cuentos al acostarme. Cómo me cantaba con su preciosa voz. Y cómo lloraba algunas noches cuando creía que yo estaba dormida.
Mis amigas, las caretas, a lo largo de los años me escucharon. Yo estaba segura de ello. Pero además, me hicieron un regalo. Aunque solo yo lo sé.
Hoy, mi madre se ha sentado en mi palco. Está guapísima. Llora. Pero esta vez derrama lágrimas de alegría. Aplausos ensordecedores inundan el teatro. Y en medio del escenario, cobijada bajo Talía y Melpómene, estoy yo.