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Las Máscaras De Attis - por Pedro J

Web: http://maravillasoz.blogspot.com.es/

Adrastos entró sigilosamente al teatro sin que nadie consiguiera verle. Hacía dos semanas que había llegado el carromato del viejo Attis a Delfos para representar obras durante las fiestas Dionisíacas. Al menos una docena de actores habían llegado con Attis y el coral de unas cincuenta personas se preparaba para la representación, entre los que se encontraba un amigo de Adrastos, Eudor.

Eudor le dijo en su momento, cuando las noticias habían corrido por la ciudad como una epidemia al saber que Attis se detendría allá, que el carromato del susodicho estaba repleto de máscaras, vestuario y objetos de diverso material. Adrastos, que tenía una fecunda imaginación, se imaginaba aquello con todo lujo de detalles. Nunca vio una obra de teatro de semejantes características y ansiaba acudir al teatro y observar a cada uno de los actores.

Pero lo que más codiciaba por encima de todo, era el poseer una de aquellas máscaras del carromato de Attis, pues quería mostrarle a Efterpi, la muchacha por la que suspiraba, de lo que era capaz de hacer por ella. Así pues, bajó al teatro para hacerse con una de las máscaras que guardaba Attis.

La noche era su aliada; bajó rápido las escalas del teatro al aire libre de Delfos, asegurándose que no hubiera nadie por allí capaz de verle. Pero no había ni un alma. Por fin, a media altura de donde se encontraba, vislumbró el carromato. Se encontraba situado justo tras el escenario. No creía que Attis estuviera cerca, mucho menos que pernoctara dentro de su barraca, pero mejor era asegurarse.

Rodeó el escenario con un sigilo que hubiera sido la envidia de un gato, y se acercó a lugar donde Attis guardaba sus máscaras y el vestuario. Ojeó por dentro, mas no vio nada… ni nadie. Estaba de suerte pues, si Attis no se encontraba allá, eso quería decir que estaría en una de las posadas de Delfos, dejando su barraca inocentemente a merced de curiosos y de pilluelos como él.

Se armó de valor y forzó la entrada. Pero la pequeña portezuela no pareció darle mucha resistencia y se abrió fácilmente. Sin salir todavía de su asombro y con el corazón palpitándole ruidosamente en el pecho, se atrevió a hacer un último acto de valor: Entró en el carromato.

Todo allá era mucho más espacioso de lo que parecía en un principio desde fuera. Había mil túnicas distintas, cada una con un distintivo, tal vez para diferenciar unos personajes de otros. Las máscaras, algunas grotescas y otras semejantes a personas, colgaban desordenadamente aquí y allá por doquier. Echó un vistazo a varias de ellas y luego se convenció de que tal vez bastaría con la primera que cogiera, no importaba cual.

Echó una última mirada y se sorprendió al ver que, más allá, había una luz, como de una vela. Pero eso era prácticamente imposible. Sería increíble que alguien prendiera una vela justo ahí, en un sitio tan reducido y lleno de telas. Adrastos se acercó mientras abrazaba la máscara que había elegido.

Y allá vio a Attis, sentado con las piernas entrecruzadas, justo detrás de la vela. Tenía los ojos cerrados y permanecía quieto como una estatua. Adrastos no daba crédito a lo que veía. La máscara se le escurrió de los brazos y cayó, haciendo un ruido sordo al chocar contra el suelo.

Attis despertó de su trance y miró fijamente al asustado joven. Y este se dio cuenta de que no podía moverse. Attis se levantó lentamente, semejante a una serpiente y fue hacia él.

– Maldito ladrón.- masculló en voz baja.- Pretendías llevarte mis máscaras, fruto de mi trabajo. Mis preciosas máscaras, de las que todo el mundo habla maravillas por sus logradas expresiones… ¿Acaso querías revelar el secreto de sus expresiones a todo el mundo, ladronzuelo? ¡Ese es mi secreto! Las máscaras son los rostros de hombres que, como tú, quisieron desentrañar el enigma de sus semblantes.

Attis se agachó y cogió la máscara que Adrastos había sustraído.

– Has roto mi preciosa máscara del terror, hijo. Pero quien sabe… tal vez pueda servirme de tu rostro para crear otra de excepcional calidad…- Attis se atusó la barba mientras miraba al joven con expresión pensativa, no exenta de una enigmática sonrisa.

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La obra fue un éxito. La gente volvía del teatro de Delfos satisfecha de haber visto una de las mejores tragedias jamás representadas. Y, por supuesto, del realismo de algunas máscaras, como aquella que representaba al terror…