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Marinero sin tierra - por Naila Laina

Tierra a la vista! Los primeros rayos de luz impactaban en el metal del mástil. Durante unos instantes, mientras el sol se alzaba, la cubierta resplandecía escondiendo la mugre del largo viaje. Shajal se levantó de su colchón maloliente. Salió del minúsculo agujero donde dormía con el resto de sus compañeros, subiendo la escalerilla del viejo y destartalado barco de dos en dos. –Al fin un puerto –pensó. Tenía que prepararse para la subasta, los comerciantes estarían esperando, aunque no fuera a él. –Maldita tormenta, ¿por qué te llevaste al viejo Rashid? –susurró con la voz rota.

Enseguida la cubierta se llenó de hombres zafados con lo poco que poseían preparándose para desembarcar. Marineros deseosos de buen vino, un plato caliente y una mujer que les hiciera olvidar por una noche la crudeza de su viaje. Shajal era uno de ellos, había sido enrolado desde pequeño bajo las órdenes del capitán Tareq y no era capaz de acordarse de nada ni nadie que fuera anterior a su vida a bordo del Nadine. El viejo Rashid, que así le habían llamado siempre, le había enseñado todo, primero, a hablar y luego, a mentir. ¿O era al revés? Contador de grandes hazañas, encantador de hombres y mujeres, maestro del cálculo, amante de las artes y también, un perfecto desconocido. Nadie sabía a ciencia cierta quién era, qué había de verdadero en sus historias o cuándo estaba orquestando otro timo. A lo largo de su vida, se había ganado muchos enemigos, mercaderes ávidos de venganza, mujeres despechadas y taberneros recelosos de sus hábiles ardides. Sin embargo, Shajal le admiraba, le consideraba su maestro. Así fue como la tripulación, tras la última tormenta que se engulló al viejo Rashid mar adentro, eligió como nuevo negociante al marinero Shajal, su aprendiz. Perdido entre sus pensamientos, se quedó admirando como la ciudad de Zadar iba dibujándose frente a su avance. Era momento de ataviarse con el vestido de comerciar y deshacerse de los andrajosos ropajes que llevaba.

Nada más atravesar la bocana del puerto a Shajal le embriagó la sensación de que el viejo Rashid dirigía con maestría a los hombres. Al tocar el malecón desembarcó de un salto y volviéndose hacia atrás espetó: -Vamos gandules, ¡más rápido! Las especias y los óleos a mi derecha, las telas y la cerámica directas al carro. En sus palabras, escuchó al viejo maestro.
El puerto era un hervidero de gente. Los chiquillos corriendo buscando alguna hogaza de pan que llevarse a la boca, los mercaderes atentos a la llegada de nuevos productos, familias adineradas flanqueadas por sus criados, las mujeres ofreciendo sus afectos por un miserable dinar, y algún marinero a punto de zarpar despidiéndose de ellas como si le fueran a esperar. Shajal no quería retrasarse y se apresuró a llegar a la plaza, donde el funcionario registraba a los recién llegados. La subasta empezaría en breve. –Nombre y barco. –le preguntó. –Rashid, del Nadine. –contestó el marinero, sorprendido de no haber dicho su verdadero nombre. –Va… ¿acaso importa? –pensó para sus adentros. Siguió andando abriéndose paso y dirigiéndose al atril en medio de la plazoleta. La campana sonó dando comienzo la subasta. Le presentaron: -Aquí tenemos a Rashid, del Nadine, recién llegado de lejanas tierras con sus más exquisitos productos. Empezó a ofrecerlos uno por uno. A medida que avanzaba, iba incluyendo historias de sus conquistas, piropeaba a las mujeres ricas para que sus maridos subieran la oferta, marcaba las cajas para luego intercambiar su contenido por otras de menor valor y así fue como, poco a poco, se erigió como el comerciante más proclive del puerto. La tripulación estaba satisfecha con las ganancias y no tardaron en celebrarlo con vino, un buen guiso y compañía de besos fáciles y miradas vacías. Las siguientes semanas transcurrieron siguiendo el mismo patrón. Se dedicaba a organizar timbas, a crear chismes sobre sus orígenes, a hablar de tesoros y riquezas. A los ojos de todo el mundo, era Rashid.

Pero llegó el día de la partida. Aquel día, el marinero no subió al barco. Alguien le sujetaba el brazo impidiéndole subir por el puente. Una mujer con rasgos bellos a pesar de las arrugas y la piel escamada y seca. -Tú no eres Rashid, pero sí un mentiroso. –Quién eres mujer? –le preguntó. –Tu madre Nadine. -contestó ella. De pronto, Shajal se quedó petrificado. –Y qué quieres? –Que decidas si quieres vivir una mentira o conocer la verdad.

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5 comentarios

  1. Hola. Buen día y buen relato.

    Es interesante ver como la admiración por una persona puede llegar al extremo de imitarla, hasta perder la propia identidad por la de aquella persona que se admira.

    Por otra parte interesante el giro final, pese a ser un recurso bastante utilizado.

    Cuando puedas pasas por mi relato el 94

    Escrito el 18 enero 2018 a las 16:18
  2. 2. amadeo dice:

    Naila:
    No me satisfizo completamente. Lo sentí un poco pesado el leerlo, tal vez por descripciones muy extensas. El tema si me pareció interesante: el cambio de personalidad.
    EL final, inesperado: no me convenció
    Es opinión sincera como lector.
    Un saludo
    Amadeo

    Escrito el 20 enero 2018 a las 01:52
  3. 3. Everett Russo dice:

    Hola Naila Laina:

    Creo que tienes mano para narrar con agilidad; tus descripciones, además, son muy ricas, me han gustado. En mi opinión, has conseguido ambientar muy bien la historia.

    Ahora bien, tengo que comentarte algunos “peros”. Aunque te felicito por la intención de hacernos reflexionar, yendo más alla de la mera narración, algo que yo considero imprescindible, debo confesarte que la historia con la que envuelves ese mensaje me ha parecido un poco floja. Y me ha dado esa sensación por el final, como te comentan arriba, quizá demasiado brusco y poco trabajado. Puede que alguna referencia a la madre al inicio hubiera ayudado.

    El comentario de arriba también dice que la lectura es lenta, no estoy de acuerdo. Creo, como ya te he dicho, que narras con ritmo, pero -y esto puede ser muy personal- la separación de los párrafos no me parece la idónea. Hablo, sobre todo, del párrafo central, donde hay demasiados temas, que podrían ser tratados en espacios independientes, facilitando la comprensión y agilizando la lectura.

    Lo dicho, en mi opinión, si la historia y la estructura estuvieran un pelín más trabajadas, te habría quedado un texto genial. Pero, bueno, lo mío no deja de ser una opinión y, al fin y al cabo, si me he detenido a escribirte es porque me ha gustado tu forma de escribir. Sigue así.

    Enhorabuena y seguimos leyéndonos.

    Escrito el 20 enero 2018 a las 10:27
  4. 4. Don Kendall dice:

    Hola Naila Laina
    Interesante el trabajo que ofreces. Merece la pena darle un par de vueltas.
    En cuanto a lo formal, los signos correspondientes a los diálogos (raya horizontal larga) convendría ponerlos en línea separada del párrafo. Ejemplo:
    —Vamos gandules, ¡más rápido! Las especias y los óleos a mi derecha, las telas y la cerámica directas al carro—. En sus palabras, escuchó al viejo maestro.
    En cuanto a la extensión de los párrafos y su distribución merece la pena que lo organices un poco. Ya sabes que menos es más (casi) siempre.;-).
    Con respecto a la trama, tal vez merezca la pena considerar que el primer párrafo es innecesario y puede ser interesante sustituirlo con una mínima referencia a la ignorancia del personaje Shajal sobre su procedencia, desconocimiento de madre, padre, etc.
    En resumen, la trama necesita un par de vueltas, el narrador elegido parece muy omnipresente no siendo necesaria tanta omnipresencia. Y la presentación de los párrafos y signos ortográficos pudiera ser mejorada. Todo ello ayudaría a poner en marcha una escena aceptable como inicio de una obra interesante.
    Un saludo y gracias por ofrecer tu trabajo para poder comentar y aprender algo en cualquier caso

    Escrito el 22 enero 2018 a las 08:58
  5. 5. Laura dice:

    Hola Naila.
    Me ha encantado tu ambientación, me sumergiste en el mundo de tu mercader con la falsa identidad.
    El final me pareció un poco abrupto, pero puede mejorar.

    Hasta la próxima propuesta.

    Escrito el 28 enero 2018 a las 22:05

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