Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

La huida - por José M. Fernández

Desde las colinas próximas a la ciudad pudo divisar el puerto, apenas iluminado por el temor a los bombardeos aéreos. No se distinguían los barcos allí atracados, pero sabía que había varios, entre ellos el que lo tenía que conducir al exilio: el Stanbrook.
Apenas un par de días antes aún estaba al frente de la alcaldía de su pueblo. No había hecho daño a nadie pero, incluso así, corría peligro. El partido le dijo que huyese, que era más valioso fuera que dentro y que si lo capturaban lo más probable era que lo acabasen fusilando.
Su guía se movía nervioso, en círculos. Encendió un cigarrillo mientras oteaba vanamente un camino de tierra que descendía hasta la ciudad.
–No creo que tarde. Él le conducirá directamente a su barco, que zarpa al amanecer –dijo el guía, nervioso.
–Quizás debí quedarme.
–Lo habrían fusilado. Tenía un cargo relevante y esos no se andan con miramientos; han asesinado a muchos por menos.
Se escucharon unos ruidos procedentes de la zona del camino. Su guía sacó una pistola y le indicó silencio. Era ya noche cerrada. En un recodo del camino se vislumbró un silueta.
–¡Alto!, ¿quién va?–gritó el guía.
–¡Que se levanten los esclavos! –respondió una voz masculina.
–Es la contraseña –explicó el guía–. Acércate.
Un hombre joven, con uniforme de marinero, apareció en el haz de la linterna.
–Hola, llegas tarde –le reprochó el guía–. Este es el paquete. Ya sabes lo que tienes que hacer; lo dejo en tus manos.
–No te preocupes, lo conduciré sano y salvo al puerto. Sígame. Me llamo Pablo –dijo el marinero, dirigiéndose hacia el alcalde.
–Yo soy…
–Ya sé quien es: don Matías, el médico. ¿No me recuerda?
–Pues no, la verdad.
–Usted me salvó la vida.
–¿Yo, cuándo?
–Era pequeño. Estaba muy enfermo, con pulmonía, y mi madre no tenía dinero ni para pagarle ni para medicinas. Usted las trajo y me cuidó hasta que sané sin cobrarnos nada.
–¡Ah, ya me acuerdo! Eres Pablo González, el hijo del “Chato”. Hace mucho tiempo que no sabía nada de ti.
–Me fui del pueblo y me alisté voluntario. También soy del partido.
–¿Tú también vienes en el barco? –preguntó don Matías.
–Sí, viajaremos en el mismo mercante.
Llegaron a las primeras calles de la ciudad. La oscuridad solamente se rompía por hogueras estratégicamente colocadas. Una patrulla les dio el alto y Pablo mostró unos papeles; les dejaron seguir sin problemas. Don Matías llevaba una maleta de cartón, de tamaño mediano, pero pesada a tenor de los esfuerzos que hacía el anciano. Al percatarse de ello, Pablo se ofreció a llevársela.
Los efectos de los bombardeos eran visibles en las numerosos edificios derruidos y en los escombros que, a menudo, les entorpecían el paso. Algún cadáver, casi siempre medio sepultado, aparecía de vez en cuando. Otra patrulla los vio pero pasó de largo.
Don Matías no conocía la ciudad y no sabía dónde estaba pero si podía sentir como el olor a salitre y la humedad iban aumentando; se acercaban al puerto. Al girar una esquina se encontraron frente a una gran explanada, donde se agrupaba una gran cantidad de personas: hombres, mujeres y niños descansaban sobre bultos y maletas.
–¿Qué hace aquí esta gente? –preguntó don Matías.
–Esperan poder embarcar para huir, pero hay pocos barcos.
–Entonces ¿qué pasará?
–Que tendrán que esperar –dijo Pablo, sabiendo que sólo quedaba un barco por salir y que estaban condenados a quedarse allí.
El muelle estaba señalizado con débiles candiles de carburo. Un enorme barco se encontraba atracado a unos doscientos metros del control del entrada. Los soldados que controlaban la entrada al muelle volvieron a pedirle la documentación. Comprobada, los dejaron entrar ante la mirada sorpresiva de los que esperaban fuera.
Al llegar a la altura del mercante, Pablo guió a don Matías por una pasarela de acceso. Habló con un oficial y le entregó los mismos papeles que había ido mostrando en el camino. Después descendió al muelle.
–Pablo, ¿Qué haces? Me dijiste que venías también –gritó don Matías desde la borda del barco.
–Ese muchacho ha cambiado su plaza por la de usted. No podemos llevar a más gente –le dijo el oficial que lo había recibido.
El buque soltó amarras y, con lágrimas en los ojos, don Matías dijo adiós a Pablo. Esa vez, el marinero no subió al barco.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

7 comentarios

  1. 1. María Jesús dice:

    Hola José: Me ha gustado mucho tu relato. Muy bien narrado. La historia que cuentas no solo habla de solidaridad, también de la importancia del agradecimiento. Un placer leerte.
    Saludos.

    Escrito el 18 enero 2018 a las 21:23
  2. 2. José M. Fernández dice:

    Gracias por tu comentario María Jesús

    Escrito el 19 enero 2018 a las 13:48
  3. 3. Litost dice:

    ou, que triste.
    Me gusta, el vocabulario que usas, como describes los lugares y las sensaciones.
    El final me resultó inesperado, sinceramente.
    Me encantó! y no sé qué más decirte. No encontré errores ortográficos y la verdad es que desarrollas muy bien la trama.
    No tengo más que decir.
    Mi relato es el número 1, si quieres pasarte por ahí.
    Saludos!

    Escrito el 19 enero 2018 a las 21:16
  4. 4. Mario Carballeira dice:

    Saludos desde el piso 13,
    Me ha gustado el relato. Atmósfera bien creada, gramática bien…
    Intentando forzar una crítica, te diría que podrías encariñarnos más con Pablo. Está bien hecho el mostrarnos que se conocían de antes, pero haría algo más. Hacer que nos caiga muy bien antes de dejar su puesto en el barco.
    Pero insisto, es por intentar criticar algo. ¡Muy buen trabajo!

    Escrito el 20 enero 2018 a las 16:31
  5. 5. Violeta dice:

    Hola José M.
    Gracias por pasarte por mi texto y comentar.
    Tu relato me ha gustado mucho. Transmites muy bien las imágenes y las sensaciones que se derivan de ellas. Un relato redondo. Felicidades

    Escrito el 22 enero 2018 a las 09:05
  6. 6. Mongope dice:

    Hola!
    Uf!! Magnífico. Yo no es que sea nada entendida, pero sé distinguir entre algo bien hecho y algo que no lo está. Tu relato está pero que muy bien.

    Saludos.;-)

    Escrito el 27 enero 2018 a las 20:04
  7. 7. ANGEL CLIMENT dice:

    Hola, lamento comentar tan tarde tú relato, pero por motivos de salud, no he podido hacerlo antes, al igual que este mes no pude enviar mi relato.
    Buen relato, a mi me ha gustado, y me ha satisfecho el leerlo.
    Nos leemos el próximo mes

    Escrito el 28 enero 2018 a las 11:20

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.