Pensamientos entre el mar - por Karla Velásquez Castillo

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El reloj marcaba las 3:00 am y yo no podía dormir. He sufrido de recurrentes episodios de insomnio y esto estaba deteriorando mi salud, pero al parecer no había encontrado alguna cura para aquello. Mis compañeros me han dicho que es porque llevo mucho tiempo en mi zona de confort y pienso demasiado las cosas. Puede ser que tengan razón, pero el dolor sin embargo se cruza en mi mente todas las noches, en ese espacio donde todo está callado, oscuro y quieto. Bueno, la mayoría de veces, ya que toda mi vida he sido marinero y estoy acostumbrado al sonido del mar que en bastantes ocasiones suele ser agitado. El mar no es ajeno a mí, desde pequeño compartí con él los mejores momentos, mi padre me enseñó todo para sobresalir en esta profesión. Pero los años pasan y así mismo las cosas suceden. De un momento a otro perdí a mi padre por causa de una grave enfermedad, así que en la última oportunidad que tuve para ir a verlo, no lo hice. Desvié mi mirada hacia otro lado y salí del lugar, su estado de salud me deprimía, no soportaba verlo así. En su momento reconocí que fui un cobarde, se podría decir un ingenuo ya que me confié de la vida y jamás me imaginé que esa sería la última vez que lo iba a ver. Perdí mucho en mi vida por diversas circunstancias, pero no entraré en detalles. Lo que ahora me compete es que en unas horas puede que todo cambie para mí, tal vez sea una oportunidad para renacer. Tenía miedo y a la vez estaba entusiasmado, por primera vez en muchos años sentía que algo podía llenar mi alma, mi mente y acallar los malos recuerdos que tengo impregnado. Hace unas semanas caminando por la calle me topé con un aviso pegado en una cartelera de anuncios del pueblo, en el que solicitaban un marinero para un largo viaje que iban a emprender. No decía por cuánto tiempo, sólo hacía énfasis en la palabra “largo”, así que por un momento pensé que me vendría bien desaparecer de este pueblo. Mi vida tenía ya a la deriva y sin rumbo fijo alrededor de tres años, envueltos entre el alcohol, pérdidas y Franklin, mi mejor amigo. Él disponía de consejos para mí, lo malo es que es alguien que siempre miente. Sus relatos de apoyo involucran historias fantásticas, en algunas ocasiones parezco creerle, pero se le escapa ese momento ilusorio digno de la trama de una película de Hollywood. Así que como verás, su apoyo era casi nulo para mí, tan sólo me servía para pasar el rato. Quizás tal vez nunca aprendí a extraer sus consejos detrás de esas historias, o quizás sólo necesitaba él tanta ayuda como yo. Poco a poco me fui alejando de todo aquel que conocía y me dediqué a vivir en una pequeña embarcación. Estaba dispuesto a tomar la aventura que se ofrecía en el aviso que encontré, sin embargo, el sueño se me había ido una vez más así que tan sólo me dediqué a escuchar el mar para poder relajarme. Al cabo de una hora después al fin pude quedarme dormido pero la alarma sonó a las 5:30 am y me desperté de un sobresalto, la apagué y me dediqué a alistarme. A pesar de que estaba cansado no pretendía dejar atrás esta oportunidad como siempre lo había hecho. Luego de estar listo, tomé mi mochila y salí a la dirección que indicaba el aviso. Al llegar me presenté para el puesto y me dio la bienvenida un capitán que irradiaba confianza. Subí a la nave y me apegué a la baranda para ver a los demás que se unían al viaje cuando me llamó la atención un muchacho. Estaba un poco pálido y su compostura contrastaba con la del capitán quien le extendió la mano para darle la bienvenida, pero el marinero no subió al barco. Parece que se arrepintió de su decisión o le dio miedo y dio media vuelta para irse. Por un momento me sentí identificado con ese muchacho, en algún instante yo fui como él, una persona que siempre huía de la realidad y no afrontaba las cosas. Cuando la fila de asistentes terminó, el capitán entró al barco y yo me alejé de la baranda para adentrarme en esta aventura que bien me puede salvar o me puede hundir más en la vida, pero eso se lo dejo al tiempo.