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El hombre que dudaba - por R. de Viturro

Cuando era pequeña construyeron un hospital en el puerto de mi villa. Todas las tardes, mientras recorría el paseo marítimo en bicicleta con dos amigos de la escuela, veía las obras avanzando cada día un poco más.
–No tiene sentido un hospital aquí –me quejaba–. Es un sitio muy raro.
Y mis amigos no podían estar más de acuerdo.

Pero, cuando llevaba casi dos años ingresada en él, entendí por qué lo hicieron: poder ver el mar todos los días, contemplar el ir y venir de gente por el paseo, advertir cómo las nubes grises traían enormes olas, observar los barcos que entraban y salían del puerto mercante… ¿Qué habría sido de mi salud mental si no hubiese tenido todo aquello para distraerme? Seguro que habría estado peor. Mucho peor.
Me había fijado en que, el último día de mes, llegaba siempre el mismo barco enorme y naranja. Atracaba con lentitud, sin prisas, y luego sus marineros y marineras descendían la pasarela entre carcajadas y charlas, mientras estiraban los brazos o bostezaban. Al día siguiente, muy temprano, todos volvían por donde habían venido y el barco se alejaba, lento y perezoso. Pero, desde mi posición privilegiada en la ventana del primer piso, veía que había un marinero que esperaba de pie junto a la pasarela, paciente e impertérrito al avance de sus compañeros por la misma. Se quedaba observando al horizonte y, de vez en cuando, consultaba su reloj. Al final, dirigía una sola mirada al inmenso edificio que era el hospital y empezaba a subir hacia el barco con parsimonia, sacudiendo la cabeza y rascándose su barba gris.
Entre mes y mes, yo continuaba mi tratamiento y pensaba en si volvería a ver al mismo marinero otra vez. Al mismo tiempo, debía aguantar las mentiras de un doctor que se pasaba todos los días a las 12 por mi cuarto: contemplaba las máquinas, hacía anotaciones y luego me preguntaba si había vomitado, si me había desmayado, si me sentía bien, si tenía apetito…
Yo para él solo tenía una pregunta, y era siempre la misma:
–¿Cuándo podré volver a casa?
Sin mirarme y todavía apuntando cosas en aquella libreta tan descolorida y sosa como él, me decía:
–Oh. Pronto, estoy seguro. La semana que viene, ya verás.
Un mentiroso. Llevaba meses escuchando aquella frase y empezaba a comprender por qué mi abuela me decía que nunca me fiara de personas que iban vestidas de bata blanca.

Al siguiente mes, me aseguré de pedirle a una de las enfermeras folios y rotuladores.
–¡Qué buena idea! –me dijo, entusiasmada–. Seguro que dibujar te ayuda a que te sientas mejor.
Y entonces, el barco naranja volvió, puntual como siempre. Aquella vez, su tripulación parecía más animada cuando descendió a tierra. Quizá habían tenido más suerte en su viaje. Me rasqué mi cabeza calva, pensando en las múltiples posibilidades de aquella exuberante alegría.
Al día siguiente, aquel hombre volvía a observar el horizonte con una expresión indescifrable. Pero, cuando levantó su vista hacia el hospital, pegué a mi ventana el cartel que había hecho el día anterior durante toda la tarde y en el que había usado todos los colores de la caja:

¡QUIERO QUE ME CUENTES LA HISTORIA DE ESE BARCO!

Lo vi enfocar la vista haciéndose visera con la mano, fruncir el ceño un momento y luego, con una sonrisa de oreja a oreja, poner rumbo hacia el hospital. Así, aquel día el marinero no subió al barco y éste pronto se marchó, perdiéndose en lontananza.
Cuando llegó a mi cuarto, me hizo una anticuada reverencia que me trajo aromas de sal y especias. De cerca, era mucho más viejo de lo que yo pensaba, con arrugas surcándole su rostro tostado por el sol.
–Bien –dijo sentándose en una silla y posando su macuto en el suelo–, por fin alguien me da una excusa para no subir a ese dichoso barco.

Heim me devolvió lentamente la salud. Tenía un extraño acento donde se mezclaban español, alemán y portugués, pero nunca me dijo de donde era realmente.
–¿Mis raíces? –se reía–. No importan las raíces, niña. Lo que importa es saber donde quieres morir, ya que no puedes escoger donde vas a nacer.
Y ahora que ya llevo años curada, soy yo la que, cada primero de mes, acude al cementerio para contemplar la tumba de Heim y hablarle de mi vida y de cómo me convertí en marinera por su culpa.
Seguro que se está riendo.

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8 comentarios

  1. 1. Don Kendall dice:

    Hola R. de Viturro, me corresponde hacer comentario por el trabajo que presentas al taller, al ser uno de los tres que siguen al mío.
    Todo lo que escriba a partir de este momento es EMDO (En Mi Despreciable Opinión)como la de cualquiera.
    En primer lugar, te agradezco el esfuerzo por levantar una historia que soporta los requisitos exigidos, que formalmente está bien planteada (quizá en –Oh. Pronto, estoy seguro, faltan signos de interjección en Oh) con una anécdota evocadora y con una trama mejorable. En resumen como casi todos los trabajos que nos intercambiamos por aquí.
    Una vez dicho lo anterior, con tu permiso señalo alguna cosa.
    1 – Punto de vista : La voz narradora que escoges como autor/a está en primera persona y es el personaje principal que cuenta la historia desde el presente.
    Para el montaje de la *trama* (dicho como “conjunto de acontecimientos de una historia según el orden causal y temporal en el que ocurren los hechos.”) esa elección te complica las cosas de algún modo. En el escenario que se desarrolla la acción, la utilización de los tiempos verbales puede resultar farragosa, con la utilización del tiempo relativo.
    Así, hay una mezcla de acciones en diferentes pasados que pueden hacer farragosa la lectura.
    En resumen, pienso que hay muchos conflictos planteados y que tal vez mereciese la pena centrase sobre uno y desmenuzarlo sin miedo. Por ejemplo, la mujer y el marino. Es una escena que puede dar de sí mucho. Mujer en un hospital “encerrada” por mucho tiempo que se comunica por cartel en la ventana.
    En fin, es tu relato y no hay ninguna razón que justifique injerencias externas y menos la mía ;-). Lo importante es el trabajo y el aprendizaje que en mi caso te agradezco por haber puesto a disposición esta historia.

    Escrito el 18 enero 2018 a las 11:38
  2. 2. R. de Viturro dice:

    ¡Hola, Don Kendall!

    Antes que nada, gracias por tu comentario. No considero ninguna opinión “despreciable”, ya que, si son constructivas, todas las críticas son buenas.

    Un pequeño rebate a tu aportación: no he puesto signos en “-Oh. Pronto, estoy seguro” porque quiero dar a entender que el doctor es pasivo en su forma de hablar. Sabe que está mintiendo (y lleva tiempo haciéndolo), así que ya no muestra ningún tipo de emoción o expresividad al decir esas palabras. Aparte, el tiempo verbal sí que me suele dar quebraderos de cabeza, pero en este caso creo que se ve bien, al final, que la chica habla desde el ‘ahora’, donde el marinero ya ha fallecido y ella visita su tumba. Sus recuerdos se remontan a un pasado ordenado cronológicamente: de pequeña montan el hospital, de joven tiene que estar en él y de adulta (AHORA) vive su vida como quiere.

    Una vez más, ¡gracias por tu aportación! ¡Un saludo! ^^

    Escrito el 18 enero 2018 a las 17:08
  3. Mis saludos cordiales. Me dispuse a disfrutar de tu obra, estimada R. He disfrutado el perfil del personaje, su capacidad de observación, su coraje y el ímpetu (creativo) para expresarse. Me deja un poco intrigado si la dolencia de la protagonista era mental únicamente, debido a las preguntas y al equipo que el doctor consulta, y al detalle de ella, “rascándose su cabeza calva”. (Me hizo entender que estaría bajo tratamiento de quimioterapia). Terminar curada y transformada en marinera, es por demás bastante asombroso, pero creíble porque has hecho mucho más hincapié en las necesidades de libertad y compañía de ella, asociándolas en cada faceta. En conclusión, el relato deja claramente expresado la gratitud y el efecto reflexivo de una vivencia personal. Y rinde tributo al espíritu humano. ¡Felicitaciones!

    Escrito el 18 enero 2018 a las 19:01
  4. 4. R. de Viturro dice:

    ¡Hola, Alfredo!

    Muchísimas gracias por pasarte a leer y por dejar tu comentario. La verdad es que es la primera vez que participo en la web y estaba un poco nerviosa, jajaja.

    Hay muchas cosas que omito a propósito para que el lector se imagine lo que quiera: a pesar de la calvicie de la protagonista, no tiene por qué ser cáncer; al igual que en ningún momento especifico su edad durante su estancia en el hospital, ni hago una descripción física de ella.

    Me alegro de que te haya gustado. Gracias otra vez. ¡Un saludo!

    Escrito el 18 enero 2018 a las 20:42
  5. 5. Estel Vórima dice:

    Bonito y entrañable relato. Como ya te han comentado los aspectos formales que puedes revisar no añadiré nada.
    Todos los hospitales que conozco solo tienen hormigon y descampados por delante. Le toca a cada paciente ver el mar, el bosque o la montaña. A la prota de tu relato se lo han puesto fácil jeje. Y la frase de que no importan las raíces porque no podemos escoger donde nacemos concuerda con mi espíritu apátrida.
    Sigue escribiendo tu vecina 102

    Escrito el 19 enero 2018 a las 14:38
  6. 6. Mancebo dice:

    ¡Hola R. de Viturro!
    La historia me ha parecido entrañable y bien contada. Amena, con maestría en las descripciones tanto de paisajes como de sentimientos.
    En cuanto a las tres fases están delimitadas perfectamente, siendo la central la que ocupa casi todo el relato. El empleo de la primera persona en el protagonista que es la opción que has elegido es tan válida como otra y no noto nada raro en el transcurso de la narración por ello.
    El único pero que le pongo es que no nos hemos enterado de la historia del barco ni de las dudas que embargaban a Heim, pero es por natural cotilleo no porque sea una tacha. Nos has dejado en ascuas. Pero si que debía ser bastante atrayente, ya que el roce con el marinero la hizo tomar la misma profesión de marinera.
    Me ha encantado la frase de las raíces, me la guardo en el disco duro.
    Felicidades y gracias por pasarte por el 106.

    Escrito el 20 enero 2018 a las 20:01
  7. 7. R.J. Esperanza Pardo dice:

    Hola, R. de Viturro

    Un relato narrado por la protagonista, donde nos cuenta cómo estuvo ingresada en un hospital que vio construir en el puerto de su villa, y cómo un día, desde su ventana, contacta con un marinero, que éste abandona su profesión por ella y le devuelve la salud. Al morir él, ella se “convierte” en marinera “por su culpa”. ¿Más o menos?

    En cuanto al argumento, sobre todo el final, creo que es bastante precipitado, pienso que falta hacerlo más creíble. Es un “salto” demasiado grande el que hace ese marinero desconocido al subir a la habitación de un hospital donde está ingresada una paciente también desconocida, y abandone el barco en donde llega, así como su profesión, y después que le devuelva “lentamente” la salud a esa paciente.

    En serio, creo que necesitas mucho más espacio para explicar todo eso. Hay un vacío muy grande en esta trama, aunque como sinopsis fantástica me gusta, me gustan las casualidades y los impulsos irracionales de los que abandonan todo por algo desconocido. Pero, incluso en fantasía, es necesario que el autor se las ingenie para que los hechos desencadenantes de otros hechos sean convincentes, bien cautivando con su escritura al lector, de tal manera que éste se sumerja voluntariamente en un sueño (lo que se llama la “suspensión de credibilidad”); bien mediante hechos realistas y causales. Y la actitud de este marinero me resulta poco creíble, no me parece un detonante en sí mismo el que la paciente escribiera lo que escribió en el cartel.

    Por otro lado, el tono de la protagonista narradora es coloquial en algunas ocasiones, y en otras utiliza palabras algo más “complicadas”, debería haber uniformidad en el tono y el lenguaje. Por ejemplo, hay palabras que yo no utilizaría de forma coloquial, como ” impertérrito”, o “indescifrable”, o incluso “exhuberante”; y por contra, hay expresiones más coloquiales (que le van más a esta narración), por ejemplo “me convertí en marinera por su culpa” o “dichoso barco”.

    Ojo con la palabra “donde” que aparece tres veces hacia el final, tiene que llevar acento al ser interrogativa indirecta.

    Me gustaría aportar mucho más al texto que has escrito, pero no soy ninguna experta y solo puedo hacer estas sugerencias sobre lo que me transmite. Se agradece la claridad con que está escrito, no he tenido que releerlo.

    Gracias por ofrecer tu trabajo al taller. Un cordial saludo.

    Escrito el 23 enero 2018 a las 14:04
  8. 8. Laura dice:

    Hola R. de Viturro.
    Coincido con las apreciaciones de R.J.Esperanza Pardo.
    Veo precipitado el final.
    Esperaría algún detalle con respecto a la calvicie ya que así como está no aporta a la historia más que algún despiste por parte del lector (había pensado en una persona mayor y luego se me aparece una muchacha, pero son interpretaciones personales).

    Espero tu próxima propuesta.

    Escrito el 28 enero 2018 a las 22:14

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