La poetisa - por Leonor Cuevas Martín

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—Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno…

— Los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento —respondió Marta sentada en una cesta bajo un olivo en el que recogía aceitunas mientras compartía con su padre las fábulas de Samaniego que casi se sabía de memoria.

—Creo que voy a tener que cambiar el repertorio, pues ya te las sabes —interrumpió su padre sonriéndose.

De repente, Marta resbaló en la cuesta y se cayó de la cesta riendo a carcajadas.
—No ha sido nada —dijo y volvió a su tarea.
—Papá, papá, ¡escucha!:

«Sentada en una cesta,
la niña recitaba
sentada en una cesta,
se quedaba embobada
y rodando en la cuesta
aceitunas miraba»… , jajaja, ¿qué te parece?

—Que me vas a coger la delantera antes de cumplir la década.
—¿Y eso qué es?
—Una década son diez años.
—Todavía me queda mucho para eso.
Su padre se quedó callado y asintió, mientras la miraba entusiasmado y admirado de lo rápido que aprendía su hija.

Marta, con cinco años ya sabía leer, escribir y cantaba con mucha soltura cuando estaba en casa hasta que alguno de sus padres la sorprendía y ella se extrañaba de su sorpresa, pues no veía nada raro en que ella cantase las mismas canciones que su madre. Ella quería ser artista como las que salían en televisión, decía. Y de vez en cuando, cantaba algo que ella inventaba.

Un día sus padres recibieron una carta en respuesta a una solicitud que echaron para presentar a Marta a un concurso de niños que destacaban por su genialidad.

—Marta, la semana que viene vamos a ir a Madrid de excursión. ¿Te gustaría ir a ver el programa “Niños geniales”?
—¡Ay, qué bien!. Sí que me gustaría y si me dejaran cantar allí… ¡Qué ganas de coger un micrófono tengo! Este año voy a pedir a los Reyes Magos que me traigan un karaoke para practicar en casa, ¿qué te parece?
—Muy bien, criatura, con lo que saques este año en las aceitunas te compras después las cintas para el karaoke, que eso no lo traerán los Reyes, ¿no?
—Claro, eso va a ser mucho pedir. Pero seguro que junto dinero para entonces y puedo cantar después en las fiestas de cumpleaños de mis amigos…
—Mira que bien.
—Y en la residencia de ancianos donde está el abuelo, y en el colegio…
—Bueno, bueno, no te embales que primero tendrás que aprender.
—Sí, pero como dice papá, para antes de cumplir la década seguro que sé manejarlo.

El veintiocho de diciembre entraron por la puerta del plató de televisión ante la expectación de Marta que no tenía palabras para expresar toda la admiración y sensaciones que despertaron en ella el ver tantas luces y tanto bullicio. Sentados entre el público, Marta no sospechaba nada mientras otros niños cantaban, hacían juegos de magia, acrobacias, etc.
Cuando llevaban una hora sentados, una azafata le preguntó si le gustaría cantar una canción. Ella miró a su madre, pero sin darle tiempo a escuchar su respuesta, dijo: —sí quiero, ¿verdad, mamá?
—Vale, elige la que a ti más te guste y piensa que estás debajo de un olivo cantando. Le dio un beso y la dejó marchar.
Sus padres se quedaron encantados a la vez que un poco preocupados al no haber tenido ninguna preparación y desconocer cómo realizaban el programa. Los demás niños parecían muy preparados y su hija no había tenido nunca ni un equipo de música, solo cantaba a su manera y sin acompañamiento alguno.
Pasaron varias actuaciones, cuando tras una pausa, la presentadora anunció que iba a actuar una niña que a sus cinco años cantaba como los ángeles. Cantaría Madrecita María del Carmen, de Manolo Escobar, canción que conocía de escucharla a su madre.
Marta salió al escenario ante el aplauso de todos con un desparpajo como si llevara años de trayectoria. Tomó el micrófono, saludó al público y cantó como siempre hacía en casa, pero su voz a través del micrófono y con la música de la orquesta, cautivaba a todos, mientras sus padres emocionados no podían contener las lágrimas.
Al terminar, Marta se inclinó ante el público con un saludo magistral y brindó el aplauso a la orquesta. La presentadora se acercó y le preguntó:
—¿Cómo te has sentido? No parecías nerviosa.
—Muy bien. He imaginado que cantaba mientras recogía aceitunas debajo de un olivo, como hago siempre.