El Poeta - por Marvelous

El Poeta loco y sordo
Hacía ya más de un año que estaba felizmente jubilado, y con ganas de hacer cosas que le permitieran llevar un ocio activo y constructivo; pero solo comenzó a tener ojos para la poesía. Se preguntaba asimismo que qué le pasaba; que sólo le aportaba bienestar y subidones de adrenalina el dejarse llevar por la inspiración poética, y dar rienda suelta a su inquietud -tantos años aparcada durante su vida laboral- de plasmar blanco sobre negro reflexiones y aforismos, que luego al repasarlas trataba de encajar en métrica de versos rimados. A él le satisfacía releerlas, aunque a su vez se preguntaba si realmente tendrían valor y calidad literaria cuando llegase el día que fuese capaz de leerlas ante un auditorio de poetas más versados. Sería su primera y verdadera prueba de fuego, la que le confirmaría -o no- si tenía aceptación lo que era su pasión. A su vez consideraba que todo lo que uno crea si no tiene la aprobación y aquiescencia del público que escucha… no vale para nada. Tenía bien claro en sus convicciones que no se escribe para si, sino para lanzar al mundo sus escritos y poemas, que seguro que alguien -aunque fuese un desconocido- sabría sacar lo que de aleccionador e inspirador pudiera haber en sus versos. Con sólo este pensamiento ya era feliz, y aunque se demoraba su primera recitación en público, él no desfallecía en su labor de creación. Pero había una cosa; no se daba cuenta que se estaba aislando del mundo y de su entorno social y vecinal. Se le veía cada vez más solitario y cabizbajo. Apenas se relacionaba, quizás por la sordera cada vez más galopante, que le resultaba ser un verdadero hándicap de superar o de adaptarse a él. Una de la veces que se paró a charlar con un vecino -de los contertulianos de antes en la bodeguita de abajo de casa- sacó un poema del bolsillo, y de sopetón empezó a recitárselo. El oyente puso una cara como de lunático, que apenas lo percibió quien recitaba. Cuando lo hubo terminado y quizás esperando una felicitación, su interlocutor, sin decirle nada se volvió y se fue por donde había venido. Desde ese momento el poeta comprendió que en breve sería conocido en todo el barrio por el poeta loco. Y ello por haberse olvidado de cultivar las relaciones sociales con su entorno inmediato; él, que había tenido antes una intensa vida social en la asociación de su barrio, y reconocido y apreciado por sus ideas solidarias. Cuando constató, que -cada vez más- ya nadie le dirigía la palabra, fue cuando más se refugió en sus libros, papeles y escritos, y fue también cuando al meterse diariamente en chats de poesía, y/o en colectivos de las redes sociales de su misma inquietud, y desde el puesto anónimo de su silla delante del ordenador fue cuando más reconocimiento y aprecio obtuvo, que sin embargo los de su entorno que le conocían desde bastante tiempo atrás, no supieron valorárselo. O es que quizás el poeta loco y sordo se equivocó, pues ahora sí comprendió que no todo el mundo tiene la sensibilidad necesaria -y quizás tampoco la cultura mínima- para saber apreciar y paladear la belleza en un simple poema. Y entonces recordó lo que su padre -cuando él era pequeño- le decía: – Si alguna vez, cuando seas mayor, te aficionas a nobles artes, como la pintura, la escultura, la poesía o la historia, por ejemplo, no se te olvide que será una afición muy minoritaria, y menos extendida aun entre el vulgo, por lo que puede que pienses lo que me decía a mí tu abuelo: -¡“Mira hijo, que sepas que la miel no se ha hecho para la boca del asno”!. "Pero nunca se te ocurra decírselo a alguien en la cara; sería una presuntuosidad por tu parte".