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El poeta - por Ignacio YZ

“Las hojas de los árboles descienden con delicadeza al suelo mientras que los niños caen de sus bicicletas violentamente.”

Esta frase sin sentido se puede considerar el primer intento de rozar la literatura que Julián tuvo en su vida. Lo encontró perdido en uno de sus cuadernos de matemáticas de la escuela pero no recordaba ni si quiera a que edad había escrito aquello. Quizás a los doce o los trece años, lo que explicaría su falta de forma y estética literaria. Desde su descubrimiento, lo releyó en los años que siguieron y cada vez parecía más lejos de poder agarrar su significado. ¿Es que acaso su yo de doce años pensaba que las hojas de los árboles se enfrentan al dolor con calma mientras que los humanos nos arrojamos a él? ¿Quizás él por aquel entonces pensaba que a los humanos nos gusta el dolor de manera inconsciente y por eso dejamos que todo nuestro peso se funda con él, para sentirnos vivos?

De cualquier manera, aquello ya no importaba. Lo que reconfortaba a Julián era saber que su intriga por la escritura había empezado desde pequeño. Por aquellos años no sabía lo que significaba diferenciar la prosa del verso pero eso parecía carecer de cualquier relevancia cuando con los dedos de su mano sostenía el lápiz o el bolígrafo, con la delicadeza del que no quiere que lo que tiene se desvanezca para siempre sin aviso.

La escritura se le antojó una delicia y desde aquellos primeros garabatos en papel no pudo parar, como si la tinta fuese un veneno mortal y su reflejo en el folio su único antídoto, un pez que se muerde la cola, un bucle infinito en el que se encontraba atrapado sin salida.

Junto a la escritura, como no podía ser de otra manera, se interesó por su inseparable compañera, la lectura. Como descubriría Julián con el tiempo, el que lee puede vivir sin escribir pero el que escribe se ahoga si no lee. Con cada libro se enamoraba de su autor y de su vida, a sus ojos mucho mejor que la de cualquiera de los mortales que conocía, ¡Nunca morirse de hambre le había parecido tan admirable!

Pronto se dio cuenta que tenía debilidad por la poesía y empezó, como tantos otros, imitando el trabajo de muchos de sus héroes como Benedetti, Neruda o Mistral, aunque poco a poco fue encontrando su propio estilo. Las palabras bailaban y hacían el amor en su mente, dando a luz bellos sonetos que la pluma se encargaba de inmortalizar en las hojas blancas.

Su escritura iba mejorando y una buena crítica en un concurso de poesía cuando tenía ya edad de tomar sus propias decisiones le llevó exactamente a eso, a decidir. Y esa decisión fue inamovible, a pesar del enfado de sus padres, el cual era más preocupación por el futuro de su hijo que otra cosa.

Se mudó a París, sin saber ni una palabra de francés pero con la firme convicción de que si García Márquez y Cortázar lo habían hecho él también podía. Allí conoció a Adeline, que estaba tan perdida y loca de atar como él y en poco tiempo se encontraban compartiendo buhardilla en un aislado barrio de la ciudad. Adeline y la pluma, la pluma y Adeline, todo lo demás era innecesario. Julián empezó a mandar su trabajo a numerosas editoriales, haciéndole a su amada la eterna promesa de que cuando una editorial le publicara su trabajo sus vidas estarían resueltas.

Pasó una temporada y Julián y Adeline no tenían apenas que comer aparte del susodicho sueño, lo que les alimentaba la mente y el alma pero no el estómago. Una mañana, con Adeline de cinco meses, el cartero trajo un sobre con el sello de una de las editoriales a las que Julián había mandado su trabajo. No era la mejor, pero tampoco la peor. La carta leía así:

“Estimado Sr. Fernández,

A pesar de la trabajada calidad de su poesía sentimos comunicarle…”

Julián dejó de leer la carta, su cuerpo tornado en piedra y su cara formando irónicamente el más trágico de los poemas. Las otras quince editoriales no tardaron en responderle. Vencido tras la última carta de rechazo, el poeta no tuvo más remedio que buscar un trabajo con el que alimentar a su mujer y a su futuro hijo.

Cuando años después, Julián vio a su hijo Gabriel publicar el libro que precedería su fama, no pudo evitar sentir parte del éxito suyo.

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3 comentarios

  1. 1. Ignacio YZ dice:

    Hola a todos,

    Frase final alternativa a la del texto que se me ocurrió post envío:

    “Cuando años después Julián vio a su hijo Gabriel publicar el libro que precedería su fama, no pudo evitar pensar:«al final va a resultar que sí que tenía algo de artista en mí».

    Ignacio

    Escrito el 16 febrero 2018 a las 12:21
  2. 2. Otilia dice:

    Hola Ignacio YZ:
    La historia me gusta, aunque el principio con esas preguntas filosóficas puede resultar difícil y entorpecer el ritmo del relato.
    En cuanto a la frase alternativa me gusta más la del comentario.
    Buen trabajo. Saludos.

    Escrito el 17 febrero 2018 a las 11:05
  3. 3. Luna Paniagua dice:

    Hola Ignacio:

    A mí me gustan las dos frases finales pero más la del relato.

    Es un cuento muy bonito que además se corresponde con muchas vidas, tal vez el arte sea de lo más difícil para llegar a vivir de eso.

    Un saludo

    Escrito el 17 febrero 2018 a las 16:03

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