El Poeta - por Alonso García-Risso

“Este alumno, a pesar de su corta edad, no ha dejado de sorprenderme. La composición que pedí a la clase, la ha respondido con un poema en verso libre. Me ha sorprendido gratamente”, me digo y sigo enfrascado en el escrito…

La tarea encomendada consistió en dar a conocer el entorno en que se daba la experiencia de vida de cada cual. No esperaba recibir un poeta que diera cuenta de esa petición de forma tan inusual. Alfonso, superó con creces las expectativas que dejé plateadas.

Cada verso que leía, iba formando un rompecabezas de metáforas perfectas y ajustadas imágenes que daban a conocer cada detalle de la zona del golfo: playas, ensenadas y caletas, la desembocadura del rio, las colinas y cerros sembrados de coníferas, las calles y rincones del puerto, el muelle con sus grúas y atracaderos… los mineros y sus piques de antaño, restos del carbón por doquier negándose a desaparecer; hoy, solo cavernas silentes y recovecos bajo el mar. Historia olvidada que de vez en cuando la vemos aflorar junto a recuerdos añejos.

La composición —a mi juicio—, es un osado artefacto literario que ha caído a mis manos.

¿Cómo explicar su génesis y desarrollo?

Tal vez la madre de Alfonso y por qué no su padre o cercanos, percatándose de las inclinaciones del niño, las favorecieron estimulándolas. Luego recibo esta obra precoz que me deleita y sorprende.

Comentando con otros colegas profesores las condiciones de que hacía gala Alfonso, concluimos que deberíamos hacer algo al respecto. Por lo pronto tuve una larga conversación con él. Me enteré que durante largas horas tomando el rumbo de los cerros, provisto de libros en su morral, embelesado con la naturaleza, contemplaba las aguas del mar océano… Otras veces durante las intensas lluvias de invierno se arrinconaba en la pieza de la casa en que se acumulaban las más diversas cosas en desuso que, contrario a lo esperado estimulaban su imaginación. Entre lecturas que había encontrado en su hogar escogía textos de Neruda, García Huidobro, Machado, Bécquer y el infaltable Quijote de la Mancha de Cervantes… Me confesó que con el hidalgo de la Mancha, pasaba de la risa a la reflexión y en ocasiones (que no eran pocas) a las lágrimas.

No me quedó duda de dónde se gestaba y nutría esta joven pluma. Le pregunté si había leído a Juan Rulfo o Borges. Me dijo que de ellos tenía de momento una idea escasa. Supe con certeza que debería procurarle las obras destacadas de estos autores, como un buen derrotero que sería apropiado y enriquecedor para el insipiente poeta.