La poeta - por Jada Beaumont

Ya no encontraba inspiración en ninguna parte; se sentaba frente a la inmensidad del mar, se tumbaba por las noches en el suelo para observar el cielo abierto, fue a muchos museos artísticos para que le aportaran nuevas ideas… Nada le funcionaba. Hasta el momento había publicado cuatro libros con cientos de poemas escritos en cada uno de ellos. Era uno de los más reconocidos y tenía una reputación impecable. Sin embargo, ahora sentía el miedo recorriendo por las venas de su cuerpo. Nunca jamás le había pasado algo así, como no tener nada por escribir. Se puso a pensar una tarde en que había escrito sobre todo tipo de temas, cosas y personas, así que necesitaba algo nuevo en su vida para poder seguir haciendo lo que mejor hacía. Sabía que era el momento para emprender un viaje y vivir experiencias nuevas.

En los días siguientes pensó un destino al que viajar y se le ocurrió ir a la India. Pensó que la multitud de colores y sabores le aportarían algo nuevo a sus sentidos. Sin pensarlo más, se compró el billete y se hizo la maleta con ilusión. Lo más importante que llevaba eran sus dos cuadernos y unos cuantos bolígrafos de más, por no decir demasiados.

Al llegar, lo primero que notó fue la exageración de humedad que había en el país, cosa a la que debía adaptarse cuantos antes. Al cabo de un par de días, su cuerpo se encontraba mejor ya que se había adaptado al clima y salió a la calle. Se pasó horas paseando por esas sorprendentes calles que le aportaban placer a sus ojos.

Después de mucho andar, se paró en una tiendecita de la calle para comprar un poco de fruta refescante. Pero, de repente, se bloqueó frente a la obra de arte más bonita que jamás había visto. Lo único que le funcionaba en ese momento eran sus ojos, observaba como la dueña de esa tienda era pura inspiración. Sus ojos le transmitían la profundidad de su alma y sus manos eran dos obras de arte que, cuando cortaban cada pieza de fruta, se convertían en una bella película. Se quedó maravillado ante tal arte.

En cuanto acabó de comprar, se sentó en la acera de la calle y escribió en su cuaderno lo que nunca antes había escrito. Hasta se le hizo de noche. En el momento en que lo advirtió, volvió a su estancia, se tumbó boca arriba en la cama y se dio cuenta de que había estado engañado todo este tiempo. Él no era poeta, él sólo sabía leer y hacer entender el arte al resto del mundo. La naturaleza, los paisajes, la pintura, la mujer de la tienda… ya son arte y poetas en sí, en cualquiera de sus formas que, en ser leídas por un genio, se convierten en los poemas más bonitos jamás leídos.