La morada del misterio - por Gustav

La morada del misterio
¿Quién ha matado a D. Roque?—gritó Isabel histérica, tras encontrar al señor de la casa tendido en el sofá con una daga clavada en el pecho. Salió a la calle en busca de las autoridades del pueblo.
Ya en la escena del crimen, Isabel acompañada por el alcalde, el alguacil y el sereno, contó como había transcurrido la acción de esa mañana.
—Me levanté como a las 7 de la madrugada y al salir de mi habitación para empezar mis labores, encontré al señor Roque así; tendido en el sofá y con esa daga clavada en el pecho—explicó la moza de la casa—.¿Pudo ver alguien salir de la casa?—preguntó el alguacil─. No, no ví a nadie, Don Roque era muy bueno, no se merecía esto. —Por supuesto que no, encontraremos al asesino, zanjó.

Con la llegada del juez se realizó el levantamiento del cadáver y se acordonó la casa. Los vecinos del pueblo hacían sus propias conjeturas sobre el asesinato del terrateniente del pueblo, sin enemigos conocidos, todos se preguntaban quíen sería el asesino.

Por la tarde, Isabel que se pasó las horas caminando por las calles, pensando en la pérdida de su señor que al mismo tiempo ella lo consideraba su padre, ayudándole tanto en lo económico como en lo personal, desde que se quedó huérfana de padre y madre.
Se sorprendió cuando al meter la mano en el bolsillo superior de la camisa de trabajo, encontró una nota, en la que decía: “en la morada de los segadores”. No sabía quíen había puesto la nota hay, ni que quería decir, pero lo que si sabía es que tenía que acudir allí; El lugar donde los segadores se reunían al final de la jornada de trabajo para refrescarse bebiendo cerveza y hablaban de los trabajos realizados ese día.

Cuando llegó a la morada no pensó en nada, no sabía que se podía encontrar, solo abrió la puerta y pasó dentro; El cuarto estaba vacío, aún era pronto para que hubiera gente, ya que todavía los hombres estaban trabajando en el campo.
Isabel se se rigió a la mesa que había junto a la ventana que daba al corral, donde se sentaba su querido patrón cuando asistía para hablar con los campesinos. Se sentó en la silla y sobre la mesa había un manuscrito, que ponía: “Hace meses caí en el pozo de una depresión, después de hablar en repetidas ocasiones con mi amigo el doctor Alonso, no he podido ver la luz en mi vida. Tener tandas fincas y bienes no me da la felicidad, me falta algo primordial, el amor de una familia. Por eso te dejo a ti todas mis propiedades Isabel, que siempre me has tratado como a un padre y me has acompañado todos estos años. He decidido quitarme del medio, nadie me mató, yo mismo me quité la vida.”