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De fiar - por Gabacha

Muchos años después, Segundo Anglares, ni muy alto ni muy bajo, de pelo moreno y piel blanca, con un lunar redondo como un anillo en el labio superior que le otorgaba una naturaleza mucho más sensual de la que poseía, se plantaría por fin con una maleta ante la tienda de sombreros de la calle Valle Inclán. Antes de empujar la puerta, en un acto reflejo, se palparía el bolsillo izquierdo de la camisa para asegurarse de que el pasaporte seguía ahí y recordaría las palabras de su difunto padre. Nunca te fíes de una mujer con tocado ni de un hombre sin sombrero.

Luego, simplemente, abrió la puerta y entró. Lo recibió una musiquita de carrillón y, al fondo, tras el mostrador, la sonrisa automática de una dependienta a la que no recordaba. Por lo demás, la tienda permanecía igual. La misma penumbra para no dañar los tejidos, los estantes de madera bruñida y el olor a fieltro de las telas, también el laberinto de percheros de los que colgaba la última colección y que era necesario sortear para llegar a los probadores.

Dejó la maleta en el suelo y se dirigió a la empleada, que le dio las buenas tardes y le preguntó si podía ayudarle en algo, señor, sin que se desdibujara ni por un instante su sonrisa perenne. Segundo Anglares respondió con la misma cortesía y preguntó si los dueños se hallaban en el local. La mujer quiso saber si había algún problema, si no había recibido en el plazo acordado alguna pieza o si ésta presentaba alguna tara o no se ajustaba a sus deseos. Segundo Anglares negó con la cabeza y dijo ser conocido de los propietarios, por eso quería verlos.

– Verá, -dijo la dependienta- mi nombre es Vera y llevo trabajando aquí ocho años. En este tiempo no he conocido a los propietarios. El encargado, que solo trabaja por la mañana, se ocupa de la contabilidad, de los suministros y del personal.

A Segundo Anglares le sorprendió que ya hubieran pasado ocho años. La creencia común dice que el tiempo se eterniza en las desgracias. Pero estos ocho años habían pasado como una hoja cayendo de un árbol en un día de viento. Además, si era verdad que habían pasado ya ocho años, entonces habían pasado diecisiete desde la primera vez que la vio. Fue justo allí, se dijo Segundo Anglares mientras se giraba hacia la sección de tocados. Era delgada como un estilete y tenía un gesto lunático o ausente, nunca lo supo bien, pero sí que precisamente ese gesto hacía que pareciera más guapa de lo que en realidad era.

Segundo Anglares, como entonces, dio unos pasos hacia ella, hacia la imagen de su recuerdo. Puso la mano en su hombro, recordando la de su padre, y susurró las mismas palabras. Nunca te fíes de una mujer con tocado ni de un hombre sin sombrero. Luego, padre e hijo habrían sonreído y Segundo Anglares caminaría de nuevo hacia la muchacha.

Con la misma nitidez recordaba la última vez. Pero entonces no caminó hacia ella, no entabló una conversación gentil ni la ayudó a elegir el tocado que resaltara mejor el color de su piel. Tampoco la invitó a tomar algo. Solo permaneció allí, mirándola, viendo cómo corría hacia la calle, escuchando cómo gritaba desde la puerta una desesperación que no cabía en su cuerpo menudo, le temblaban las manos, parecía que la pequeña pistola iba a caer al sueloen cualquier momento. Luego, el portazo, ella corriendo calle arriba, hacia el horizonte, los transeúntes apartándose a su paso, atemorizados. Hasta que se detuvo, se giró para que pudiera verla, la pistola en la sien, el disparo y ella cayendo al suelo como una muñeca de papel.

– Bien, Vera – dijo Segundo Anglares volviéndose hacia la dependienta-. Gracias por atenderme. Si algún día ve usted a los actuales propietarios dígales que Segundo Anglares hijo deja hoy la ciudad.

Después recogió su maleta y, desde la puerta, levantó con la mano derecha un sombrero imaginario en señal de saludo. Luego, lo tiró en la calle. Segundo Anglares no quería ser ya un hombre de fiar.

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5 comentarios

  1. 1. El unicornio lector dice:

    Hola Gabacha! Tu relato es interesante, tiene cierto aire de misterio. La forma en la que narras me recuerda un poco a como esta narrada la novela 100 años de soledad. Pero la verdad la historia se me hizo algo confusa, no termine de entender cual era el objetivo de su protagonista.

    El relato tiene potencial, espero sigas escribiendo. Si quieres pasarte por mi relato, es el 46.

    Un saludo 🙂

    Escrito el 18 agosto 2018 a las 23:16
  2. 2. SrCualquiera dice:

    Hola Gabacha. Te conozco pajarita blblbl

    Me gusta el relato. Creo que está muy bien ambientado, hay expresiones y pensamientos que resaltan, empujan a seguir leyendo. La prosa mantiene el pulso y en este sentido podría decir que es un texto de lo más digestivo. La trama tiene la intención, está urdida en torno a dos elementos. Uno es la mujer con tocado, y otro es el hombre que ya no quiere ser de fiar. Se crea una ambigüedad moral donde se mezcla cierta elegancia con los elementos del “crimen”. En esa trama nos ubica la historia. Creo que el pecado de la trama es que se vuelve algo difusa al recordar. Se comprende que Segundo Anclares y su padre estuvieron en esa tienda hace muchos años, que la visitaron en diferentes ocasiones, y que la cosa acabó con tragedia, pero la forma de recordar nos sume en cierta confusión. O al menos no queda un dibujo demasiado claro que se pueda entender sin dificultad. A mí me ha forzado a releer, y eso nunca es un eco amargo, pero se pierde la frescura de la primera impresión. En resumen, creo que es una buena historia que aún podría mejorar, haciendo dos o tres pequeños cambios.

    El último detalle del sombrero genial como cierre de la historia.

    Escrito el 19 agosto 2018 a las 02:15
  3. 3. Fortunata dice:

    Hola,

    Soy la vecina del 32. Coincido en lo de “Cien años…” que es una de mis obras favoritas, y eso hace que tenga un encanto especial, sobre todo en el principio y el final y alguna frase por medio, como la de “los hombres sin sombrero y mujeres con tocado”. Es cierto que resulta confusa, no entiendo bien la relación de la mujer que se suicida, el hombre y su padre…pero aún así me ha encantado.

    Saludos

    Escrito el 19 agosto 2018 a las 23:07
  4. 4. Laura dice:

    Hola Gabacha.
    He leìdo y releido tu texto. Tiene un estilo màs que interesante en la forma de narrar. muy bueno, pero en algunas ocasiones me he perdido un poco (con los distintos tiempos en que transcurre la historia con relaciòn a la mujer).
    Considero que te sobran algunos Segundo Anglares, que tal vez en su eliminaciòn te pueden dar lugar a otras palabras para que al menos a lectores como yo podamos comprender cabalmente el texto.
    Realmente tiene el aire de Cien años de soledad en la forma de narrar, en lo indefinido de las situaciones y el aire íntimo de toda la obra.
    ¿Por algo en particular la empleada se llama Vera y utilizas su nombre junto al verbo ver,cuando él se presenta?
    Con un poco de trabajo extra lo tuyo llega a lo excepcional. Es realmente muy bueno. Saludos.
    Hasta la pròxima propuesta.

    Escrito el 23 agosto 2018 a las 23:24
  5. 5. Gabacha dice:

    Gracias por vuestros comentarios, compañeros.

    La referencia, reiterada, a Cien años de soledad me da cosica, la verdad. Pero al final es claro que se lee desde la memoria que uno ha construido como lector, y que eso no tiene nada que ver con el que escribe.

    Me queda claro que es un relato fallido. Porque es lo mismo que con los chistes. Si no se entiende, falla el que lo ha contado. En este caso yo.

    La historia iba de una decimonónica historia de amor entre el hijo del propietario de una tienda de sombreros y una lunática cualquiera que un día pasó por allí, enamoró al chaval y, tiempo después, se devanó los sesos con premeditación, alevosía y una pistolita que portaba para el caso. No me preguntéis por qué, pero me pareció que un drama así era muy apropiado para una tienda de sombreros. Sobre todo si se abordaba desde un tiempo posterior.

    La escena, fallida, quería mostrar al amante e hijo del antiguo propietario de la tienda de sombreros venciendo su drama personal y escapando de la ciudad. Y antes de hacerlo vuelve al lugar de sus alegrías y penas para despedirse.

    Todo eso quería ser y no ha sido nada. Lo que tiene tener que explicar un chiste.

    Laura, la dependienta se llama Vera solo porque a mí me hizo gracia decir Verá, me llamo Vera.

    Gracias de nuevo, por leer y comentar.

    Escrito el 24 agosto 2018 a las 20:19

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