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El sombrero, elemental para Watson - por Maurice

Web: http://mauricenipapaian.blogspot.com

El sombrero, elemental para Watson

Naturalmente, era temprano para llegar a “La Sombra”. En San Telmo, siendo las siete de la mañana de un sábado, solo se veían jóvenes trasnochados y algún patrullero dando la vuelta final. No más. Había caminado diez cuadras desde Plaza de Mayo y esperaría que la tienda abriera.
La bruma, espesa, apenas permitía ver el detalle de la calle y el color de los edificios. Ni “un alma” por Defensa. Pronto llegaría a San Juan, el negocio debía estar por ahí.

Apuró el capuchino cuando, a través de la ventana de la confitería frente al local, vio a la vendedora rotar el cartelito; decía Abierto, señal para cumplir con su propósito. Sería el primer cliente de “La Sombra del Arrabal” y antes de entrar miró a los costados, por costumbre más que por prevención. Hoy en Buenos Aires, el horizonte, seguro estaba despejado.
Ella se sorprendió cuando Watson pidió el bombín especial de mil pesos, unas veintiocho libras para el caballero inglés. Igual se alegró por la próxima operación. Pidió a su cliente que la acompañara al depósito, en el subsuelo. Descendieron por una escalera en espiral, provocando resonancia los tacos sobre los escalones de metal. Cuando llegaron al último nivel, el médico contempló admirado, los estrechos pasadizos de estanterías con sombreros varios. Desde los tradicionales scout, tiroleses y texanos; hasta los más sofisticados de pelo de liebre. A la luz mortecina de aquel laberinto, los bultos de los sombreros parecían espectros.
Quedó estupefacto ante la orientación de Sofía en aquel sitio, repleto de recovecos y estantes. Al llegar a la mitad de uno de los pasillos, la luz de la linterna se detuvo a veinte centímetros del techo, frente a la caja color escarlata. Acercando la escalera, entregó la linterna a Watson y trepó hasta el nivel superior. Él seguía con su mirada el ascenso de Sofía y su pollera “a lunares” que flameaba sobre los muslos. Le pareció ver una tanga de color azul francia.
La voz de la mujer interrumpió la “procesión de ratones” viajando por su imaginación:
─ ¿Me alumbra por favor? ─dijo Sofía, en tono intermedio entre pregunta y orden.
─Si claro, disculpe ─respondió Watson, agradeciendo a la penumbra que ocultara su bochorno.

Al bajar de la escalera, sus ojos y boca se enfrentaron a los de Watson, que percibió una “movilización” en la entrepierna. Siguieron la dirección del pasillo hasta el final, frente a una mesita. Más allá, el pasadizo se perdía tras una impenetrable oscuridad, que distrajo al médico.
Entonces John preguntó:
─El depósito, ¿continúa?
─ Más allá…, ─dijo Sofía─, solo es conocido por el dueño y pocas personas más. Y no estoy incluida ─continuó, regresando por el pasillo seguida por Watson.
John pensó que Sofía encubría algo. ¿Disimulaba?, o, ¿realmente “aquello” era desconocido? Igual que la vendedora, John Watson no quiso seguir preguntando, prefiriendo quedarse con la intriga.

El sombrero era caro considerando el precio de ochenta y cinco libras, sumadas al viaje. Lo tomó como el tributo por recrear esa vida que los llevó a embarcarse en aventuras, intrigas, secretos, peligros, desafíos. Después de servir en el ejército de Su Graciosa Majestad y trabajado con Holmes desentrañando casos policiales; ¿por qué no cumplir con el pedido de Sir Arthur, que antes de morir le encargara revivir sus historias? Además, la vida sin riesgos o incertidumbres, era aburrida.
Caminó de regreso hacia la plaza, luciendo “su juguete” en la cabeza. Mientras, observaba el adoquinado y las farolas al costado de la acera; recordó Baker Street, en Westminster. También pensó en Sofía, la dama que le recordara a su última esposa, más joven por cierto, pero con similar mirada e inocente sensualidad.

Al bajar en la estación Congreso, caminó por Callao hasta el hotel de medio pelo en el que se alojaba. En su habitación, mientras se probaba el sombrero, John no paraba de preguntarse cómo abordaría a su amigo. Conocía de sobra las historias en el gris londinense de mediados de siglo XIX. Pensó qué, en Buenos Aires, con llovizna persistente y edificios ennegrecidos por humedad, seguramente habría intrigas y gente siniestra.
Abrió su chaqueta para buscar, en el bolsillo interno, cigarrillos. Pero lo hizo en el contrario y en su lugar palpó el pasaporte. Mirando en su interior, leyó: Inglaterra, 7 de agosto de 1852 ─su nacimiento─. Recordó la pollera de Sofía en la escalera. “Aquí también ─ pensó─, había una “banda de lunares”. Un buen pretexto para decirle… “elemental, Sherlock”.

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7 comentarios

  1. 1. IreneR dice:

    Buenas, Maurice.

    Un relato muy bueno. Aunque no sé si será porque no he leído las historias de Sherlock, muy mal por mi parte, que me he perdido un poco en el texto. No he entendido muy bien la escena de la chica en la escalera, el pasadizo o el misterio del lugar.
    Diría que también hay bastantes guiños a las obras, pero, como ya digo, al no haberlas leído no las he podido apreciar bien.

    Aun así me ha gustado, mantiene la intriga.

    Un saludo.

    Escrito el 18 agosto 2018 a las 07:42
  2. 2. Montse dice:

    Hola, Maurice,
    Respecto a la forma, encuentro buen ritmo, y veo buena puntuación, lo que ayuda a leer con fluidez el texto. En este sentido para mí, lo has hecho muy bien.
    Pero, la verdad, es que me pasa como a Irene. No acabo de saber bien qué hace en ese sitio Watson. Un poquito más de explicación…? Ni lo del depósito…Él ha ido a comprarse un sombrero…Misterio, sí tiene, y creo que esto es el comienzo de una historia, así al menos lo veo yo.

    Me he quedado con mucha curiosidad con este relato 😉

    ¡Nos leemos!

    Escrito el 18 agosto 2018 a las 08:21
  3. 3. Abi Ponce dice:

    Hola, Maurice

    El relato ha sido entretenido y fluido, aunque concuerdo con Irene en que me parece que hay bastantes guiños.

    Me he perdido un poco en por qué fue exactamente a esa tienda a comprar el sombrero, por lo que me dejó con ganas de saber más.

    Y me ha encantado el homenaje que hace el Dr. Watson a Sir Arthur Conan Doyle, y que tú traigas la intriga de la pareja de detectives a Sur América.

    Repetiré que me ha dejado con ganas de más

    Saludos.

    Escrito el 21 agosto 2018 a las 06:37
  4. 4. Laura dice:

    Hola Maurice.
    Me ha encantado tu relato. La ambientaciòn me parece fantástica. Y lo del precio, incluido el paseo por los pasillos, no sè si fue tan caro por las alegrìas que le brindò.
    Es algo exstraño que la empleada le pida a un cliente, total desconocido, que la acompaña a un depòsito, con una minifalda a lunares. mmmhhhhh.

    Saludos.
    Hasta la pròxima propuesta.

    Escrito el 23 agosto 2018 a las 23:42
  5. 5. Maurice dice:

    ¡Si Laura!, y que subiera las escaleras con él abajo. Pero viste cómo son estas cosas: tal vez a ella le cayó bien el inglés. No sé, la imaginación y el morbo juegan un papel importante en la lectura y el análisis. Agradezco tu comentario

    Escrito el 24 agosto 2018 a las 00:25
  6. 6. Norelkis dice:

    ¡Hola Maurice!

    Me has dado la impresión de que Sofía era el personaje de uno de los libros. No culpo a Watson por querer echar miradas donde no debería, pero debo decir que no estoy de a cuerdo con él cuando pensó en Sofía como poseedora de una “Inocente sensualidad”. Según mi análisis, ella sabía exactamente qué es lo que hacía; pero no para llegar tanto a la morbosidad.

    ¡Saludos desde el relato 105!

    Escrito el 1 septiembre 2018 a las 21:21
  7. 7. Norelkis dice:

    Gracias por pasarte Maurice, me serán de gran ayuda tus aportaciones y no sé qué es lo que tengo últimamente que no controlo mi gramática, pero bueno, gracias por la observación.
    Traté de hacerlo en 150 palabras porque no quería hacer un relato en una tienda de sombreros, no tenía idea de cómo hacerlo hasta que vi a todos haciéndolo con gran facilidad. Bueno, un beso y gracias por pasarte, estaré pendiente de ti en el próximo reto, nos vemos ;D

    Escrito el 3 septiembre 2018 a las 16:08

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