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El salacot teletransportador - por Manuel Jover

Siempre me ha gustado vivir en esta ciudad. Lo suficientemente grande, pero abarcable. Tiene de todo sin ser un monstruo que te engulle. El tamaño ideal para un urbanita perezoso.
Me encanta el centro histórico, ese laberinto de calles estrechas. Y en particular sus tiendas, pequeños comercios familiares especializados desde hace varias generaciones en la venta de los artículos más sorprendentes.Tiendas de caramelos, de antigüedades, de disfraces, de insólitos objetos decorativos, de cestas de mimbre, de espejos de todas las dimensiones y formas imaginables. Es un milagro que hayan sobrevivido a los centros comerciales. A veces pienso que sus dueños las mantienen simplemente porque les da una pena infinita cerrarlas.
Hoy he encontrado justamente la que necesitaba. Hace unos meses (concretamente tres, desde que me rompieron el corazón) que me ronda la idea de viajar a Kenia, un lugar que siempre he querido visitar pero al que Julia nunca accedió a ir. Se imaginaba allí sudando a chorros, atacada por hordas de mosquitos, durmiendo en camastros y haciendo sus necesidades en medio de la sabana con su precioso culo expuesto a la fauna salvaje. Tiene que ser un horror, decía. Resulta irónico que me haya dejado por un fornido a la par que descerebrado monitor de deportes de aventura.
Como soy de natural indeciso y no acababa de ponerme a organizar el viaje (aunque me había informado exhaustivamente vía Internet de los pormenores relativos al pasaporte, las vacunas y demás), pensé que debía dar un paso significativo en esa dirección (insistían mucho en ello en un libro de autoayuda para conseguir sus objetivos), y se me metió en la cabeza que tenía que comprarme lo antes posible un sombrero de explorador apropiado para esta aventura. Ese sería mi punto de inflexión.
Pues bien, esta mañana paseaba por una calle desconocida que decidí descubrir. Era especialmente angosta, tanto que a pesar de ser mediodía la luz del sol prácticamente no le llegaba. Y al final, tras caminar un buen rato (pues su longitud se me antojaba inusualmente extensa para ese barrio), me he topado por casualidad con una tienda de sombreros coronada por un vetusto cartel en el que se lee, un poco borroso, El Sombrerero Loco e Hijos.
Entro y saludo a su único ocupante humano, un señor aún mas vetusto que el cartel sentado detrás de un pequeño mostrador. Levanta la vista de una gorra que parece estar cosiendo y me saluda a través de sus anteojos con una sonrisa de pocos dientes, dándome con mucha amabilidad la bienvenida. El resto del local, inesperadamente amplio, está habitado por decenas de estanterías repletas de objetos variopintos aguardando una cabeza a la que cubrir.
Me pregunta qué deseo. Inspira confianza y le cuento mi ruptura sentimental y los planes africanos. Quiere saber si había pensado en algún tipo de sombrero en particular. La primera imagen que aparece en mi mente es la del Fedora de Indiana Jones, pero quizá es un tanto incómodo para expediciones selváticas. Tal vez uno parecido al del protagonista de Las Minas del Rey Salomón, no sé…
Con ademanes de misterio, el sombrerero se dirige hacia un armario, del que extrae algo que de lejos parece un casco. Es un salacot, dice, perfecto para la jungla. Me recuerda al que llevaban los malos en aquellas viejas películas de Tarzan en blanco y negro. Lo coloca con destreza y me conduce hasta un espejo. Estoy ridículo.
En un tono todavía más enigmático pero persuasivo, me cuenta que ahora puedo viajar a África en cualquier momento si quiero, que podría ser ahora mismo, sin salir de la tienda. Me lleva hasta un cuarto que parece el almacén y no opongo resistencia. Es como si el sombrero hubiera anulado mi voluntad, pero me siento tranquilo por primera vez en mucho tiempo. El saldrá y apagará la luz, yo esperaré un minuto y aparecere en Kenia. Cuando tenga ganas de regresar, solo tengo que quitarme el salacot.
Pasa el largo minuto y de repente estoy en una pradera, un mar de hierba amarilla interrumpido de cuando en cuando por algún arbusto o pequeños árboles. En el horizonte se divisa una manada de antilopes. Muy bonito, pero el calor es insoportable. A lo mejor Julia tenía razón después de todo.
Algo se acerca lentamente. Es una leona. Oigo su rugido cada vez con más claridad, veo sus fauces más nítidas conforme se aproxima.
El miedo me paraliza. No sé si seré capaz de despojarme del sombrero.

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6 comentarios

  1. 1. Karian V dice:

    Saludos Manuel
    Me llevaste de la mano con tu relato aunque al final me turbe un poco. Me quedé con deseos de saber más…y creo que eso es bueno! Me encantan tus descripciones, te felicito.

    Escrito el 17 agosto 2018 a las 18:05
  2. 2. PaulaC_99 dice:

    Hola Manuel!
    Tu relato me ha gustado mucho.
    Es una historia muy entretenida y escrita de forma amena.
    Felicidades, y sigue escribiendo!
    Estoy en el n° 61 por si quieres pasarte.
    Un saludo 🙂

    Escrito el 19 agosto 2018 a las 13:18
  3. 3. Manuel Jover dice:

    Gracias! Me pasaré por el tuyo!

    Escrito el 19 agosto 2018 a las 17:22
  4. 4. el chaval dice:

    Hola Manuel Jover. Efectivamente a este tipo de tiendas algunas centenarias, últimamente las grandes superficies las están perjudicando mucho, pero es una gran idea de supervivencia el salacof.teletrasportador.Un detalle sin importancia, al final le tratas de sombrero
    La separación de párrafos ayudaría un poco a respirar mas holgadamente, de todas formas se lee bien.
    Al protagonista le hizo daño la ruptura; casi le come el león
    Nos leemos en el próximo.

    Escrito el 20 agosto 2018 a las 13:10
  5. 5. Alf dice:

    Buenas, Manuel.

    Tu relato me ha parecido muy, muy ameno de leer, bien escrito, con pocos fallos y que plantea dilemas, conflictos e ideas interesantísimas de las que se podrían extraer multitud de reflexiones.

    El aire de misterio que consigues transmitir, junto al puro entretenimiento que ofrece el relato, y el cómo va ligado todo esto a las entrañas sentimentales del protagonista -sumado todo, una vez más, a la buena utilización de la palabra-, han conseguido que este relato me encandile.

    Entré en él porque, por una casualidad del destino, o vete tú a saber qué, el título me llamó mucho la atención, y decidí darle una oportunidad antes de ponerme a comentar en el resto de textos que me tocan.

    Es por ello que este es el primer texto que comento del taller actual; un texto al que he llegado de forma arbitraria… y lo agradezco.

    ¡Espero que sigas escribiendo “cosichuelas” tan interesantes!

    ¡Un saludico!

    Escrito el 20 agosto 2018 a las 20:46
  6. 6. Laura dice:

    Hola Manuel.
    Me ha gustado el tono en que has escrito tu relato, suave,tranquilo, hasta que nos llevas hasta el final, bastante inesperado por cierto. Me has permitido visualizar con poco la ciudad y la tienda,y al mismo protagonista con los sombreros que imaginaba. Me encantò el tèrmino urbanita,
    Desde lo formal, no tengo nada que señalar.
    Saludos.
    Hasta la pròxima propuesta.

    Escrito el 25 agosto 2018 a las 21:40

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