Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Los girasoles - por José M. Fernández

Cada mañana, cuando el museo abría sus puertas, Hans entraba y desplegaba su caballete ante aquella obra de Van Gogh. Allí solía pasar las mañanas. Luego, hacia el mediodía, volvía a su pequeño apartamento, situado cerca de un canal y atiborrado de libros y algún que otro cuadro suyo, siempre copias. Había sido profesor de Historia del Arte y la Literatura y ahora, jubilado, viudo y solo, se dedicaba a pintar siempre que podía. Por las tardes, si hacía buen tiempo, se acercaba a algún dique y se encaramaba encima de aquellas moles de hormigón para poder ver el mar. Su objetivo, entonces, era plasmar los mil matices grises y azulados de un océano casi siempre embravecido.
Aquel martes llovía y hacía frío. Había poca gente en el museo; la temporada turística ya estaba decayendo. La tranquilidad en las salas iría aumentando con el paso de los días. Mezclaba colores en su paleta, buscando tonos madera para pintar la mesa que sostenía el búcaro con los girasoles. El original era amarillo, pero él prefería, para la mesa, los tonos madera.
Celia, una vigilante del museo que ya le conocía y con quien conversaba de vez en vez, se detuvo a su vera, aburrida de tanto sosiego.
–Hans, estás siendo poco fiel al original –dijo, con una intención de falsa malevolencia.
–El arte debe siempre reflejar la vida tal cual. Y, aunque puede que existan mesas amarillas, lo normal es que sean de color madera.
–Hoy tus pinceladas son también más largas y amplias que otras veces –siguió comentando, siempre sin el menor toque crítico.
–¡Cierto, buena observadora! Es que hoy el Parkinson me está fastidiando más que de costumbre. ¿Tú sabes por qué copio a los pintores impresionistas? –preguntó Hans.
–¡No, cómo voy a saberlo!
–Porque así puedo disimular el temblor de la mano; las pinceladas se sueltan y no se notan los errores. Nunca podría copiar una pintura realista… me saldría un adefesio.
–Pero sí podría copiar pintura contemporánea –indicó ella.
–No me gusta, me deja frío. Está sobrevalorada.
Un turista que acababa de entrar en la sala requirió a Celia para una consulta. Le atendió obsequiosa y volvió junto a Hans.
–Voy a por un café calentito, ¿quiere uno? –le preguntó.
–Pues sí, gracias. No me vendrá mal.
Hans siguió pintando, ahora dando forma al búcaro, apenas diferenciado de la mesa por tonos amarillos más claros. Él quería darle transparencia pintando los tallos de las flores de verde y dándoles visibilidad, como si el florero fuese de cristal.
Celia llegó con una taza en cada mano y le dio una. La tomó y bebió unos sorbos sin parar de pintar con su brazo enfermo.
–¿Puedo hacerle una pregunta personal? –planteó Celia.
–Claro, aunque ya veremos si la respondo –respondió sonriendo.
–¿Por qué ese interés por esta obra de Van Gogh? Hay cuadros impresionistas mucho más interesantes.
–No lo dudo, pero este tiene un significado especial para mí –respondió Hans con un semblante más serio.
–Está acabando mi turno. ¿Querría esperarme y contarme ese significado especial? ¡Le invito a comer en la cafetería, tengo descuento! Voy a hacer mi ronda y al volver me lo dice –propuso ella.
Hans no le contestó enseguida. Lo pensó un rato; deseaba contarlo y, al mismo tiempo, tenía miedo de que, al hacerlo, se abriesen viejas heridas. Pero quizás mereciese la pena que alguien supiese cómo pudo apaciguar aquel calvario.
Celia volvió y esperó que Hans recogiese sus bártulos. La cafetería se hallaba en la planta baja. Pidieron un par de menús.
–Estoy expectante. Comience, por favor.
–Yo era un militante comunista en los años cuarenta. Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial y los alemanes nos invadieron me enviaron a un campo de concentración. No era de exterminio, pero las penalidades eran infinitas; la degradación de lo humano llegaba a límites difíciles de asimilar. El comandante del campo era un aficionado a la jardinería y me escogió para cuidar su jardín. El contraste entre aquella parcela y el resto del campo era enorme. Casi no crecía nada, pero, no sé por qué, los girasoles siempre estaban preciosos. Aquellas flores se convirtieron en mi único contacto con la belleza de la vida; al verlas, me volvía a considerar humano. Hacerlas crecer y cuidarlas era mi forma de luchar contra la iniquidad que me rodeaba, de mantener viva una cierta esperanza.
Hans dejó de hablar y se secó sus humedecidos ojos.
–Lo entiendo: esos girasoles vencieron al mal –explicó ella.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

6 comentarios

  1. 1. Luna Paniagua dice:

    Hola José M., muy bonito relato. Veo que tú también has querido destacar el dolor de la guerra a pesar de los años, y darles un sentido especial a los girasoles.
    Está muy bien escrito, pero con permiso te haré un par de comentarios: profesor de Historia del Arte y la Literatura suena raro, creo que sería profesor de Historia del Arte y Literatur o de Historia del Arte y de la Literatura (si es que es Historia de la Literatura). En el diálogo, al comienzo Celia lo tutea y luego lo trata de usted.
    Saludos,
    Luna

    Escrito el 18 septiembre 2018 a las 12:51
  2. Hola Luna, gracias por tus comentarios. Tienes razón en cuanto al tratamiento; siempre sale algún gazapo por mucho que releas. En cuanto a su título académico, lo mismo, mejor de la.
    Muy buen blog también, por cierto.
    Gracias.

    Escrito el 18 septiembre 2018 a las 15:19
  3. 3. Luna Paniagua dice:

    ¡Muchas gracias! Qué detalle que lo hayas visitado.

    Escrito el 19 septiembre 2018 a las 10:35
  4. 4. Maurice dice:

    ¡Hola José!
    Aunque escrita de forma simple y fluida, confieso que la trama no me atrajo demasiado, tal vez porque esa rama del arte no es mi fuerte.
    En cuanto al reto, el tema de la guerra aparece al final medio como de “obligación” y también me parece común el tema del nazismo y los campos de trabajo. En fin, deberías trabajar un poco más la intriga hacia el final.
    Pero la idea es buenísima y original, utilizando los girasoles como bálsamo de paz y contacto con la vida. Te felicito
    Si quieres leer el 121, apreciaré tus comentarios.

    Escrito el 21 septiembre 2018 a las 03:14
  5. 5. Toñi Avila (vibe) dice:

    Hola José:

    Buen escrito. Nos haces llegar la superación de esa sensación de impotencia que queda después de una guerra y de una forma muy bonita además.
    Cuando intenta pintar ” Los girasoles” de forma distinta me trasmite como ese intento de cambiar el pasado o simplemente superarlo. Esos recuerdos negativos que intenta camuflar con positividad, pintándolos diferentes.
    Veo metáforas en cualquier sitio.
    Me gustó.

    Escrito el 22 septiembre 2018 a las 15:48
  6. 6. M.L.Plaza dice:

    Hola José.
    Un relato interesante y muy bien escrito.
    Es una opinión personal, pero creo que el tema del Parkinson debería tener más importancia, al ser un pintor el que lo padece. ¿Pinta para sentir que puede a la enfermedad?¿Cómo se plantea el protagonista su futuro?
    Por poner una pega, quizás lo pondría entre comas. No estoy segura, pero creo que después de invadieron va otra.
    Aún así, me ha gustado mucho tu texto.
    Saludos

    Escrito el 24 septiembre 2018 a las 20:13

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.