Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Los girasoles - por Ichabod Kag

Recuerdo aun cuando comenzó la guerra. Nadie pronunció un discurso ni se empapelaron las calles con propaganda. Sólo escuchamos un disparo y luego otro y otro más. Fueron tantos que, el día que no oíamos detonaciones, lejos de creer que la guerra había terminado, nos producía extrañeza.

La sangre corriendo por las calles era tanta que, a veces, atravesaba el asfalto y la tierra hasta las tuberías, obligando a las familias a instalar doble filtro en sus llaves para eliminarla por completo. En los campos, el maíz y el frijol comenzaron a crecer de una tonalidad rojiza y con un sabor metálico a los que pronto no acostumbramos.

Con los cadáveres, todos conocidos nuestros, pasó algo curioso. Al principio, como es natural, sangraban en gran medida y se los llevaban para investigarlos y saber a qué bando pertenecía el caído. Pero las bajas llegaron a ser tantas que cada uno debía esperar su turno para el viaje en las camionetas blancas. Varios decidimos organizarnos y meter a todos los cuerpos en un sitio fresco, evitando de paso que alguna bala perdida los matara más de lo que ya estaban.

Lejos de descomponerse, cuando ya no tenían nada de sangre dentro, en las heridas en los muertos comenzaron a surgir unos brotes que, a las pocas semanas, se convertían en girasoles. No se parecían en nada a los girasoles que vendían en las florerías antes de la guerra, sino que eran más pequeños y de un tímido color rosado. Los llamábamos como a sus homónimos más grandes porque también seguían al sol en el cielo, adivinando su trayecto a través del techo, y de noche se cerraban.

Cortamos aquellas flores y las comenzamos a mandar a las familias de los fallecidos. Lo hacíamos de manera anónima para que ninguno de los bandos contendientes nos tomara como enemigos (éramos neutrales, pero eso ellos no lo sabían). A los girasoles de solitarios o desconocidos los colocábamos en las ruinas del atrio de la iglesia, demolida a punta de balazos.

Al pasar los años, cortar y entregar las flores se convirtió en un verdadero oficio. Incluso, comenzamos a recolectar aquellos girasoles de los terrenos baldíos suponiendo que alguien había caído en ellos sin ser recogido, formando ahora parte de las raíces.

Los girasoles en las casas llegaron a ser tantos que casi cubrían las paredes llenas de hoyos y de manchas rojas. La gente, sin embargo, evitaba mirarlos. Si alguien por equivocación posaba la vista en ellos, recordaba a quienes habían caído y volvía a prestar atención a las balas que zumbaban por el aíre, trayendo a su mente la guerra cuyos contendientes nadie había visto. Para escapar sólo debían apartar la mirada y esperar a convertirse ellos mismos en girasoles.

Pero a los combatientes no les gustaban los girasoles, a pesar de que nacieran de sus mismos hechos. Una mañana, los girasoles en las casas y los campos aparecieron destruidos a balazos; de los pétalos pulverizados manaba un líquido claro, semejante a la sangre, sin llegar a ser tan espeso. A los periódicos, que hasta entonces nos habían ignorado, aquello les pareció un espectáculo digno de mención y tapizaron sus primeras planas con los girasoles muertos. Ni siquiera la guerra había llamado tanto su interés.

Varios años más pasaron, tantos que hasta los más grandes rascacielos se derrumbaron por todos los disparos que había recibido su estructura. Nosotros seguíamos entregando los girasoles hasta que también comenzamos a caer víctimas del fuego cruzado. Puede ser que ya no había nadie más a quien matar en el país y los bandos no querían asesinarse entre ellos porque entonces terminaría la guerra.

Fuimos cultivando entonces los girasoles de nuestros camaradas. Estas flores no las mandamos a ningún sitio, sino que nos las quedamos nosotros en un lugar muy cercano. Una mañana, al abrir los ojos, me di cuenta que solamente quedaba yo. Contemplé, a un lado y a otros, los cadáveres llenos de girasoles sobre la calle enrojecida y decidí continuar mi labor, aunque ya no hubiera nadie para recibir las flores.

Desde entonces sigo llevando los girasoles de un lado a otro, siempre escuchando la guerra a mi alrededor, contemplando los pétalos muertos junto a aquellos que apenas florecían, esperando mi turno para convertirme también en girasol. Ya falta poco…

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

4 comentarios

  1. 1. Janna Bolriv dice:

    Hola Ichabod Kag:

    Que buen relato, felicidades. Tiene un narrador en primera persona protagonista cuyo tono nostálgico y tétrico cierne de negrura la escena y le hace sentir al lector mucha pena por aquella sociedad y por el mismo protagonista. Además logras mantener ese tono a lo largo del texto. Por supuesto te apoyas en muy buenas descripciones para lograr este efecto.
    Es un relato que te llega al corazón.

    Me gusta también que hayas empleado párrafos cortos ya que facilitan la lectura y el ritmo.

    No olvides comentar el mío 😀 estoy cerquita del tuy, en el 146

    Escrito el 17 septiembre 2018 a las 15:30
  2. 2. John Doe dice:

    Buenas tardes. Un gran relato, lleno de emoción y muy buenas descripciones, logra uno como lector empatizar con el narrador y sentir la melancolía de sus palabras, bello recurso el de las flores que crecen de los muertos.

    Escrito el 17 septiembre 2018 a las 19:32
  3. 3. Norelkis dice:

    ¡Realmente fue un relato muy interesante! Me ha encantado, la idea de girasoles que nacen de personas caídas fue muy buena y melancólica. Hace que mi corazón se oprima de dolor con la narración del /la protagonista, entiendo que siguió cultivando los girasoles porque eran su única razón de existir y por el dolor de haber perdido a sus camaradas. Fue trágico y hermoso, es mi segundo favorito.

    Saludos desde el 133

    Escrito el 17 septiembre 2018 a las 20:05
  4. 4. beba dice:

    ¡Qué buen relato! Mucha fuerza expresiva, habilidad narrativa e imaginación.

    Escrito el 22 septiembre 2018 a las 20:17

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.