Los girasoles - por Nidama de Isthar

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Los Girasoles

Y esos nuestros cantos/ y esas nuestras flores/ ya son nuestra mortaja.
Xochicuícatl. Cantos Floridos y de amistad

Borbotones escarlata, cálidos y brillantes bañan las paredes del templo. Cientos de despojos humanos se amontonan entre el piso y las escalinatas de la gran pirámide, mientras una enorme pira carboniza los recién extraídos corazones.
El pueblo entero clama al poderoso colibrí del Sur, al sediento Dios guerrero por quién hoy se ha vertido una inmensa cuota de sangre. La eterna noche amenaza desde hace meses con eclipsar la ciudad y el miedo a los hombres blancos, que controlan bestias y fuegos letales nunca vistos en estas tierras, vive en cada calzada y habitante. Los sacerdotes también están asustados, pero el poderoso Sol no abandonará a su imperio, al menos eso es lo que pienso y me coloco la armadura para acudir al llamado de los guerreros. Parto con mi recién afilado macuahuitl y el escudo fragante de flores que adornaste.
—Girasoles, para que Tonatiuh te proteja— dijiste, para después dedicarme un encendido beso y obligarme a prometer que volvería.
El tlatoani reunió a todo su ejército. Comprendimos que si los extranjeros cruzaban el acueducto la capital estaría pérdida. Nadie aquí temía a la muerte pero si a la incertidumbre y al olvido. Avanzamos con tambores y cantos de guerra hacia el oriente y nos confundimos entre el espeso follaje del bosque para esperar al enemigo. Las aves en parvadas agitaron el rígido silencio, ante el tumulto de altos hombres montados en lomos de extrañas criaturas y el estruendo de las llamas que sus armas escupen. La batalla fue brutal, flechas y dardos atravesaron cráneos y vísceras; espadas de ambos bandos cercenaron cabezas y miembros enteros. Explosiones incendiaban la vegetación por varios metros.
Me confundí entre la carnicería pero el dolor en cada uno de mis huesos me confirmó que continuaba vivo. Mi escudo quedó pulverizado, aun así me incorporé para comprobar la desolación de la derrota. Cuauhtémoc, Itzcóatl, Axayácatl, todos mis camaradas incompletos y tendidos. Los superábamos en número pero poco pudimos hacer ante estos demonios que arrastran el Mictlán entero consigo.
Tomé la planta sagrada para adormecer el dolor y espere. Más que nunca tenía que regresar. Tarde varios días pero en el ocaso del paisaje y el olor de los muertos pase inadvertido. Niños y mujeres por doquier lloraban la ruina y el mutismo de los dioses.
No tuve que entrar. Encontré tu cuerpo flotando en la chinampa al lado de nuestro único hijo. Girasoles estáticos amortiguaban su reposo. Los miserables también ultrajaron tu belleza, lo leí en cada herida tergiversando tu piel. Los escuché adentro repartiendo el oro de nuestra casa y mi daga vacío por completo sus entrañas.
El tiempo como el girasol ha completado un ciclo y no nos contempla ya. Cobijado en tus brazos me resigno a desvanecerme en este negro destino y recito las palabras que perecerán conmigo:
—Aquí yace Tonahuac, guerrero jaguar del Imperio mexica, esposo de Yelitza y padre de Cuixtli…que el señor descarnado nos reciba en su morada.