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Los girasoles - por Guillermo Forgerón

El tabernero acabó de leer la noticia que informaba de la entrada en vigor de la Ley de Memoria Histórica, mediante la cual se establecían indemnizaciones a quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura.
–Es insuficiente –pronunció Conrado que todas las mañanas paraba a tomar un vino antes de irse a comer.
Cuatro clientes que charlaban distendidamente se callaron y pasaron a escuchar al anciano con gesto interesado y atento.
–No hay dinero que pueda compensar el sufrimiento de todos aquellos que padecimos la represión franquista.
El anciano viendo como todos lo estaban mirando, dio un sorbo a su bebida y comenzó a hablar.

“Tras tres años de despiadada guerra, su final traía consigo un enorme anhelo de paz. Todo fue un espejismo. Víctima de mi ingenuidad, decidí permanecer en el pueblo, no sabía que ese acto de inconsciencia precipitaría el principio de mi calvario.
Tras la Guerra, se establecieron leyes represivas complementadas con “depuraciones”, donde el gremio de maestros, del que yo formaba parte, fue uno de los más afectados. La escuela debía servir para el adoctrinamiento de los jóvenes y difundir la ideología del Nuevo Estado. Fruto de una denuncia, me detuvieron en mayo de 1939.

Llegados a este punto, hizo una pausa. Percibía como todos lo miraban fijamente deseando que continuara con su historia. Como si no se imaginaran lo que iba a suceder a continuación; como si fuera posible que pudiese salir indemne de aquella situación. Dio otro sorbo a su vino y prosiguió.

“Me condenaron a veinte años de prisión en el Penal de Burgos. Los primeros días en la cárcel fueron terribles, hacía muchísimo frío. Con el tiempo, la población reclusa empezó a aumentar hasta convertirse en una verdadera masa humana. A los problemas del hacinamiento se añadieron otros como el de la alimentación. Tenía tanta hambre que comía hasta la hierba que crecía entre las piedras. En aquellas condiciones, no tardaron en hacer aparición enfermedades como la tuberculosis, el tifus o el cólera, a lo había que añadir los piojos, la sarna… una auténtica pesadilla en la que morir era lo más fácil. Sobrevivir ¡casi un milagro!
Desde un ventanuco de la celda donde permanecíamos recluidos cuatro presos, podía divisarse un campo de girasoles. Me subía a la cama y contemplaba aquella vasta extensión amarilla. Durante aquellos instantes disfrutaba de una maravillosa sensación de libertad, algo que los que allí permanecíamos estábamos seguros de no volver a sentir jamás.
Con el paso del tiempo, víctima del hambre y la disentería, apenas podía levantarme de la litera, así que le pedía a un poeta que estaba conmigo en la celda que me lo describiera. Marcos –que así me llamaba– me contaba historias sobre aquel campo de girasoles; como aquella en la que huyó un día de la Guardia Civil corriendo entre los girasoles tras robar unas gallinas; o aquella otra en la que se escondió con una joven del pueblo para dedicarse al pecado menudo, con los girasoles como únicos testigos que, en silencio se contoneaban mecidos por la suave brisa de la noche. Yo dudaba si aquellas historias habían ocurrido de verdad o si simplemente se las inventaba sobre la marcha, no me importaba, pues conseguían que, aunque sólo fuese por unos instantes, transportarme lejos de allí, donde sólo reinaba la miseria y la inmundicia.
Finalmente, durante el año 1943, un militar se presentó en mi celda y sin más miramientos me dijo que me iban a matar de madrugada…

La voz de Conrado comenzó a entrecortarse y sus ojos se inundaron de lágrimas. Hizo una pausa. Apuró el resto de vino de su copa y, tras carraspear, continuó con su relato, esta vez escupiendo las palabras con un odio que no se había apreciado anteriormente.

“Permanecí despierto toda la noche aguardando por un final que sentía cada vez más cerca. Escuchaba los pasos de los carceleros, pero nunca venían a por mí. A la mañana siguiente aparecieron en mi celda pero no para fusilarme, sino para leer la conmutación de mi condena. Me habían retenido para que pasara la última noche como un condenado a muerte.
Ahora sacan esta Ley, ¿en serio pensáis que unos miles de euros servirán para paliar todo el dolor que padecimos? Yo no lo creo.

Los cuatro clientes permanecían impávidos mirando ensimismados hacia Conrado. Este se levantó de su taburete emitiendo un quejido lastimero, posó una moneda en la barra, se despidió alzando su mano y abandonó lentamente la taberna.

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5 comentarios

  1. 1. David dice:

    Buenas,
    lo primero, creo que la imagen que proyecta el relato es bella y que la parte reivindicativa está muy lograda.

    Luego, la utilización de los girasoles, como reto, me parece muy bonita y bien incluida dentro del texto.

    Quizás por poner una pega, el penúltimo párrafo creo que debería estar separado y entre comillas (creo que faltan unas), pues lo he tenido que leer dos veces al juntar una escena del pasado con una del presente.

    Por lo demás, todo muy correcto. Felicidades.

    Escrito el 17 septiembre 2018 a las 18:30
  2. 2. Otilia dice:

    Hola Guillermo Forgerón,
    Gracias por leer y por las correcciones con las que estoy de acuerdo.
    Tu relato destila realidad y el sentimiento triste de los que vivieron semejantes sucesos. ¡Buen trabajo!
    Por aportar algo, has utilizado bastantes gerundios, he aprendido en Literautas que no hay que abusar de ellos.
    Saludos.

    Escrito el 18 septiembre 2018 a las 16:54
  3. 3. IreneR dice:

    Buenas, Guillermo Forgerón.

    Me ha gustado muchísimo tu relato. Me ha parecido que lo has llevado muy bien y la historia engancha desde el principio.
    Es una historia triste, pero muy real, además de actual.

    Sobre algo que mejor, diría que aquí falta una coma: “Sobrevivir ¡casi un milagro!”

    Y tuve que leer varias veces la última parte del penúltimo párrafo. “Me habían retenido para que pasara la última noche como un condenado a muerte.”. Lleva veinte años encarcelado… ¿cómo es que lo retienen? En el párrafo anterior solo dices que le informan de que lo van a matar, pero no dices que se lo llevan a otra celda, que es lo único que puedo entender al poner después lo de retener.

    Un gran trabajo. Enhorabuena.

    ¡Un saludo!

    Escrito el 18 septiembre 2018 a las 17:27
  4. 4. María Jesús dice:

    Hola Guillermo: Tu relato es una justa reivindicación,muy actual. Está muy bien narrado y es perfectamente creíble. Por tocar un poco las narices, ya que lo que te voy a decir no afecta a la calidad del escrito, te daré un dato: mi madre nació en 1937, tiene ahora 81 años, si tu protagonista era maestro cuando se inició la contienda ¿cuantos años tendría en la actualidad? Difícilmente esté vivo, o lo suficientemente “en forma” como para ir a la taberna a tomar un chato. Creo que la Ley de la Memoria Histórica entró en Vigor en el 2oo7. Por lo demás un trabajo excelente.
    Saludos desde el 9.

    Escrito el 24 septiembre 2018 a las 19:00
  5. 5. Gustav dice:

    Hola Guillermo.
    Un relato entretenido, con algunas correcciones que ya te han dicho.
    Lo has contado con las palabras de un mayor, que puede ser un abuelo, a los que yo aprecio y escucho igual que he leído tu relato, con la máxima atención.
    Un placer haberte leído.
    Saludos

    Escrito el 25 septiembre 2018 a las 18:01

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