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Los girasoles - por Rakel

Los girasoles
Todavía hoy, cuando paso por un campo de girasoles me entra un escalofrío por el cuerpo.
Solía pasar los veranos de mi infancia en uno de esos pueblos donde abundan las encinas y los trigales no terminan. Mataba el tiempo con mis amigos entre risas y juegos — fútbol, ahogadillas en la piscina o ir de pesca— . A veces, con el tío Julián, un vecino jubilado que le encantaba estar con la chiquillería, íbamos a coger cangrejos en un río cercano con una especie de bolsa metálica llamada retel. Pero lo que realmente nos gustaba era montar en bicicleta y perdernos por esos campos inmensos.
De ese tiempo recuerdo especialmente un día. Mis amigos y yo decidimos echar una carrera hasta las vías del tren que distaban de nuestra población unos tres o cuatro kilómetros (eternos para unos niños de entre ocho y diez años.) Tomamos un sendero zigzagueante que se alejaba del pueblo a través de los campos, estrechándose hasta hacerse casi invisible.
No era un día especialmente caluroso pues la brisa mecía los trigales en un movimiento ondulante semejante al mar y un chopo solitario con su balanceo, dirigía estas olas en un bello compás. Unos pequeños insectos de alas transparente que nosotros llamábamos caballitos del diablo volaban a nuestro alrededor distrayéndonos de nuestra carrera; también los saltamontes saltaban de un lado a otro del camino como queriendo reivindicar sus posesiones.
Yo no era el más rápido, pero ese día me propuse llegar el primero en la carrera, evité las piedras que salpicaban el camino. No eché la vista atrás, firme en mi propósito de ser el ganador. Si, esta vez fui el vencedor, llegué al paso de nivel sin barrera, solté la bici y atravesé las vías aun a sabiendas de la prohibición de nuestros padres.
—Os espero al otro lado, ¡he llegado el primero! —grité a mis amigos.
—Sabes que no podemos cruzar la vía —decía Jorge, el “Pepito Grillo” del grupo.
—No cruces, no cruces —vociferó Daniel, el pequeño del grupo —si se entera mi padre no me va a dejar volver con vosotros—.
Al otro lado de la vía se extendía un campo cultivado con girasoles. Estos estaban en su mayor esplendor: unos tallos altos y unas flores amarillas que resplandecían con los rayos del sol. Me escondí entre las flores y esperar la llegada del resto. Quería pegarles un susto.
Me adentré, por tanto, en el campo de girasoles. Estaría andando unos cinco minutos, aunque sin perder de vista las vías, de repente me tope con un hombre tumbado. Pensé que era el dueño de la finca y que esperaba a que me acercara para echarme de allí a garrotazos. Mi primer impulso fue salir de allí a toda pastilla pero algo me detuvo. El hombre no se movía. Volví sobre mis pasos y me acerqué otra vez.
—Señor, señor, ¿se encuentra usted bien?—le pregunté con la voz quebrada.
No hubo respuesta.
Me acerqué un poquito más y le toqué en brazo. El hombre no se movía.
—Señor, señor ¡despiértese! —volví a gritar.
Le rodeé, llevaba un mono azul como el mecánico que arreglaba el coche de mi padre y una gorra. No le pude ver la cara.
Me asusté y salí corriendo gritando y llorando. Tenía que contárselo a mis amigos y ver lo que podíamos hacer.
Pero en ese momento pasaba un tren de mercancías, que con su traqueteo impedía que mis compañeros oyeran mis gritos.
De repente, sin saber porqué, tomé una determinación : no iba a decir nada.
Esperé a que el tren pasara, crucé la vía y abracé a mi amigo más joven.
—Daniel, llevas razón, no debemos cruzar la vía. Yo no lo voy a volver a hacer —le dije, intentando ocultar mi miedo.
Volvimos a casa, esta vez yo iba el último y aunque callado no quería que los demás advirtieran nada raro en mi cara. Pero ya no me fijaba ni en los saltamontes, ni se me tropezaba con las piedras y tenía que parar mi marcha ni si los trigales se movían. Solamente tenía una imagen en mi cabeza: un hombre estaba muerto y yo no iba a hacer nada. Guardaría el secreto toda la vida.
Sentí un escalofrío al pensar en los girasoles y ahora, pasados más de cuarenta años lo vuelvo a sentir cada vez que veo un campo con esas flores.

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4 comentarios

  1. Interesante tu relato y me gusta la forma en que lo escribes. Tal vez hubiera sido bueno generar más tensión y suspenso en el momento que el protagonista encuentra al muerto para que sea una fotografīa que el niño no pueda olvidar, pero es un buen relato. Saludos y nos seguimos leyendo.

    Escrito el 18 septiembre 2018 a las 14:12
  2. 2. PaulaC_99 dice:

    Hola Rakel!
    Tu relato me ha gustado. Si tuviera que ponerte una pega sería el final, ya que podría haber sido un poco más impactante, pero por lo demás me ha parecido que estaba muy bien.
    Un saludo 🙂
    Estoy en el 43 por si quieres pasarte !

    Escrito el 19 septiembre 2018 a las 14:58
  3. 3. Ofelia Gómez dice:

    Hola Rakel
    Cuentas muy bien la historia. Se siente real y da gusto leerla.
    Logras que el lector vea el paisaje y comprenda la travesura de los niños y la triste experiencia del protagonista que decide guardar el triste secreto. Nunca más cruzará esas vías, y nunca olvidará el campo de girasoles.
    Muy logrado, un abrazo

    Escrito el 20 septiembre 2018 a las 00:42
  4. 4. JGulbert dice:

    Hola Rakel,

    Si, una historia muy interesante. Me intriga: ¿por qué no dijo nada de su descubrimiento? ¿Tenía miedo de sus padres al reconocer que había cruzado la vía? Lo inquietante es que toma la decisión de callar de forma apresurada y sin pensar. Y más inquietante todavía el que lleve cuarenta años guardando ese secreto!

    Bueno, en realidad todos tenemos nuestros secretos oscuros que desaparecerán cuando nos vayamos 🙂

    Felicidades por el relato. Nos leemos en el próximo .

    Escrito el 26 septiembre 2018 a las 06:26

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