La devoradora de mundos - por Tay

La devoradora de mundos

Comienzan a acumularse en la superficie del planeta. En un principio Astor y sus amigos, como muchos otros habitantes de la ciudad piensan que otra vez se están formando las nubes negras de hierro provenientes de las colinas del norte. Allí en Neredyan son algo relativamente usual y obligan a los habitantes a refugiarse en las salas de bronce. Al menos dos veces al año se ven abocados a desplazarse con todas sus pertenencias al sótano de la Casa Grande dónde en cada ciudad se emplazan dichas salas. A pesar de todo Astor tenía entendido que la próxima tormenta férrea sería en el mes siguiente y los meteorólogos no suelen equivocarse en las predicciones, de ellas dependen muchas vidas.

Sin perder un instante, el muchacho se despide de sus amigos y corre a toda velocidad hacia su casa, está seguro que su madre debe estar histérica, bajando bártulos y preparando las provisiones para las dos semanas de estancia que les esperan en el refugio. Astor no mira al cielo, siempre ha tenido pánico a las tormentas, sin embargo, si el miedo no le atenazase y hubiese echado un vistazo hacia arriba, habría podido ver el extraño comportamiento de las nubes de hierro. Sobre su cabeza, a kilómetros de distancia, las estructuras cubren la bóveda celeste impidiendo prácticamente que penetre la luz. La reciente oscuridad sí hace que Astor se detenga y observe el cielo dónde puede ver que lo que antes creía que eran nubes ahora se ha convertido en un infinito ejército de naves grises. La peste los ha alcanzado.

Astor, había escuchado rumores de que otros planetas del sector habían sido invadidos por una especie alienígena que consumía mundos y mataba a todo ser viviente que en ellos habitara. Por supuesto, pese a que todo el mundo conocía tales rumores nadie creía que realmente eso fuera posible. Pero ahora es innegable que van a ser ocupados, piensa Astor, mientras observa como una serie de naves descienden al centro de la ciudad. Neredyan es la urbe más importante del planeta y en la cual viven, en paz, los grandes líderes del gobierno; es lógico, se dice el muchacho, que hayan elegido aterrizar en ese lugar.

Con la huida hacia su hogar ya olvidada, Astor se dirige al centro neurálgico de Neredyan, donde como él, miles de habitantes se han juntado para curiosear el encuentro entre los inesperados visitantes y el Consejo.

De la nave principal, la más grande, bajan por una pasarela unos seres larguiruchos. Tres de ellos, Astor intuye que serán los líderes, van delante, mientras que escoltándolos, los siguen otros tantos, portando unos aparatos que, por la forma con la que apuntan con ellos a los ciudadanos, tienen toda la pinta de ser armas. “Armas”, piensa, qué raza civilizada tiene armas en estos días. Los invasores, porque el muchacho está seguro de que lo son, las portan con total normalidad como si no fueran algo totalmente prohibido en cualquiera de los mundos habitados. Desde su posición, un alto monumento al que está encaramado, el muchacho observa lo que a su parecer será el principio del fin. El Consejo se acerca a los recién llegados y tras unos cuantos intercambios de saludos y unas pocas palabras, uno de los intrusos los ignora y se dirige al resto de ciudadanos. Astor no entiende lo que está diciendo y por las caras de los que tiene a su alrededor intuye que los demás tampoco. En cambio, sí se fija en los movimientos de los integrantes del Consejo que ante las palabras del alienígena se encogen hasta que finalmente terminan arrodillados. El resto de los presentes al ver la reacción de sus líderes dudan en si hacer lo mismo. El alienígena como para animarlos extiende las manos y elevando un poco más la voz da por terminado su discurso.

Todo el mundo era feliz hasta que, por una aciaga broma del destino, los humanos decidieron llegar a su planeta. Astor sabe que la extinción de su raza esta cerca mientras un planeta entero rompe en un estruendoso mar de aplausos.