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La manzana de Eva - por Noemi

Ha llegado el momento de… ¡El premio!
Nuestra sala de encuentros está a punto de estallar. Todo el pueblo se amontona, los niños sentados en el piso, los adolescentes chicos y chicas apoyados contra la pared o sentados en los antepechos de las ventanas, por las que entra el aire caliente y húmedo de la tarde. Frente al viejo televisor del Centro Medico, los mayores ocupan todas las sillas que hemos podido reunir en la aldea.
Habitamos en una zona olvidada por el gobierno y con pocos recursos. Unos amigos y yo decidimos fundar una pequeña ONG con la que, por medio de proyectos limitados (una bomba de agua, un canal de riego, útiles para la escuela) conseguir medios que mejorasen la lamentable situación en que se encontraba la gente. Con la ayuda de un reducido número de promotores alcanzamos algunos logros. Pero nuestro más anhelado sueño: un dispensario de primeros auxilios, parecía inalcanzable. Solo contábamos con Marita, nuestra sacrificada enfermera. Gracias a una beca, Marita Zawa se había diplomado en química, pero ante la falta de un laboratorio local prefirió cambiar de profesión en vez de emigrar, como otros habrían hecho en su lugar.
Un día sorpresivamente, recibimos la oferta de un conglomerado farmacéutico que nos donaba los medios para la construcción y puesta en marcha de un centro hospitalario, laboratorio inclusive, con la única condición de que nos hiciésemos cargo de proveer el personal. No fue una tarea fácil; mas con la ayuda de otras organizaciones ideales pudimos solventarlo.
Para esa época se presentó como voluntaria una enfermera profesional, Eva Kowalski, recibida en una importante universidad norteamericana, que con tremenda devoción y eficacia se dedicó al perfeccionamiento de las nuestras asistentes. ¡Y así por fin, el Centro se puso en marcha!
Todo el mundo era feliz hasta que… se desató la peste. Un virus desconocido, imposible de identificar. Hasta la OMS carecía de los conocimientos necesarios para combatirlo. En ese fatal momento los medios de comunicación descubrieron nuestra existencia. Pero eran pocos los que se acercaban a nosotros. El temor al contagio era demasiado fuerte. Se limitaban a comentar lo que decía el gobierno que no sabía casi nada; pues tampoco ellos se movían mientras nos estábamos muriendo.
Lo peor de todo no era lo que la fiebre hacía a la gente (los ganglios inflamados, las hemorragias, vómitos y diarreas. La muerte más rápida o lenta.) sino lo que hacía con la gente. Palabras como compasión, solidaridad, empatía que eran el pan diario de nuestra aldea se iban desluciendo bajo el sucio paño de la angustia, la desesperación y el miedo.
Por fin también enfermó Eva, la extranjera. Creímos llegar al fondo de un desfiladero sin encontrar la salida de aquel infierno.
Sin embargo, como por milagro, Eva se fue recuperando. Era el primer caso de mejoría. Ella lo atribuyo a una muestra experimental que había traído consigo de un trabajo anterior a su llegada. La casualidad quiso que éste fuese el laboratorio que en un principio nos había promocionado. La noticia corrió por las redes sociales, las acciones bursátiles de la firma subieron vertiginosamente. La medicina ya patentada fue aprobada de urgencia y como había limitadas reservas, su precio resultó exorbitante. Asomó la leve esperanza de recibir dinero de alguna organización de beneficencia. Pero de todos modos el precio resultaba inaccesible.
Una noche, la fiebre de Eva subió de repente. Entre furiosas hemorragias y vómitos esa misma mañana ya había muerto. La nueva medicina, que no había sido correctamente testada, le había provocado una reacción fulminante.
Entre sus papeles póstumos, se encontraron pruebas de que Eva Kowalski trabajaba en un plan secreto del consorcio. Éste consistía en ensayar un virus sintético en nuestra aldea para demostrar la eficacia de su medicina experimental y copar así el mercado farmacéutico.
Como consecuencia su cotización se precipitó al vacío. La empresa quebró y el escándalo cobró proporciones internacionales. Todo esto poco importó a los enfermos que siguieron sin esperanzas de poner fin a su sufrimiento.

¡Schs, a callar! ¡Es ella! ¡Ah! El silencio en la sala es pesado, emocionado, completo.
La voz en off del presentador se escucha tras las sobrias imágenes de la pantalla del viejo televisor:
«En estos momentos se hace entrega del Premio Internacional de Medicina Galenus a quien con muy escasos medios y gran esfuerzo, logró neutralizar el virus que amenazaba la salud de su pueblo:
¡ La doctora Marita Zawa! »
¡Aplausos! Lágrimas, alegría en la sala desbordada ¡Aplausos!

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7 comentarios

  1. 1. guiomar de zahara dice:

    Hola Noemi: he leído tu texto -no me atrevo ha llamarlo relato- pues es una historia casi cotidiana. Has descrito con palabras sencillas, algo muy complicado, el sufrimiento de unas personas sin recursos, pero con ánimo y amplitud de miras. Luego viene el dinero, el maldito dinero solo para enriquecerse unos pocos, sin mirar el daño colateral.
    Buen trabajo. Lo leí de un tirón -como casi todo lo que escribes y describes- Un abrazo virtual y ¡Hasta la próxima!

    Escrito el 18 octubre 2018 a las 09:20
  2. 2. De vuelto dice:

    Hola Noemí.
    Me gusta la temática y la denuncia. Me preocupa un poco la velocidad de los acontecimientos y la resolución, que parece un poco forzado.

    Mi texto es el #83

    Escrito el 18 octubre 2018 a las 16:48
  3. 3. Berto dice:

    Me ha gustado mucho el relato salvo un pequeño detalle. Me pareció muy original la idea de infiltrar a Eva Kowalski para experimentar con el virus.

    En mi opinión creo que no reflejas un peligro grave a nivel mundial, sino que es a nivel local, y en una aldea ignorada. Creo que eso no es suficiente para hacer tambalear a una farmaceutica y otorgar un Premio Internacional de Medicina.

    Si te apetece leerme mi texto es el 31.

    Un saludo.

    Pero de todos modos me encanto el desarrollo de la historia.

    Escrito el 20 octubre 2018 a las 17:46
  4. 4. JOSE VICENTE PEREZ BRIS dice:

    Hola Noemí
    gracias por comentar mi relato. He leído el tuyo y me ha gustado mucho. Lo has contado en forma de realismo periodístico, parece un reportaje. Explicas bien los términos científicos y se lee bien de un tirón. Sigue así, escribes muy bien.
    un abrazo
    Josevi

    Escrito el 20 octubre 2018 a las 21:31
  5. 5. Avempace dice:

    Podía ser surreal tu relato, pero eso puede suceder o está sucediendo. Solo ver lo que ocurre con el medicamento de la hepatitis y el desvergonzado uso que un laboratorio hace de él. El final me ha dejado en blanco, pero seguro es que estaba pensando en otra cosa. La gramática no la puntúo nunca para que no vean mis deficiencias. un saludo

    Escrito el 21 octubre 2018 a las 14:36
  6. 6. Ofelia Gómez dice:

    Hola Noemi

    Preciosa historia. Has creado tu relato con un tema inquietante.

    Me hubiera gustado que separaras los párrafos, pero eso es nada más que una opinión personal.

    Por lo demás, todo bien.

    Saludos

    Escrito el 24 octubre 2018 a las 20:35
  7. 7. ortzaize dice:

    hola creo que es un relato que puede ser en primera persona,
    ya que en las ONGS que nos cuentan los medios de comunicacion los laboratorios sin escrupulos. usan personas como conejitos, para poder investigar en vivo y directo.
    que esta sociedad donde vivimos pasara seguro sin enterarnos.
    todos en algun momento somos conejitos,cuando el medico saca el vademecun para recetar tal y cual medicina. sin saber si lo toleras o por que te sienta mal.. solo por quitarte de en medio en dos minutos que tiene para conversar con tigo de una dolencia que no sabe de donde viene.
    saludos.

    Escrito el 30 octubre 2018 a las 08:35

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