Don Dragonio - por Amadeo Belaus

DON DRAGONIO

Por referencias criptográficas, un equipo de siete científicos pudo, tras años de trabajos específicos, descifrar y luego transcribir varias de las extensas inscripciones descubiertas en enormes rocas que constituían las paredes internas de tres grutas vacías, ubicadas en un grupo de montañas desoladas, sin vegetación y difíciles de escalar. Habían llegado a ellas, guiados por planos y mapas complejos.
Tras discusiones, propuestas y acuerdos ellos relataron, incluyendo dibujos, croquis y símbolos raros, en un libro, el resultado de las conclusiones y hallazgos de sus investigaciones abundantes y exitosas. Quedaron pocos mensajes sin descifrar a pesar de los esfuerzos y estudios comparativos que realizaron durante meses y aun así, algunos trazos gruesos fueron imposibles de traducir.
El capítulo más inverosímil, una verdadera fábula, fue el siguiente, según consta en el libro «CRIPTOGRAMAS DEL PASADO»:
«Según los jeroglíficos tallados en rocas de tonos rosados, en una de las grietas o gruta interna, profunda y bastante oscura, donde trabajamos en forma incansable, descubrimos que en el pasado lejano de miles de años atrás, dos pequeños reptiles, de cabezas pequeñas, cuellos largos, colas robustas y con dos patas delanteras mayores que las otras dos, —a quienes con picardía los bautizamos como Dino y Saurio—, se entretenían con un juego de pequeñas lajas planas, —muy parecidas a las cartas o barajas de cartulina con las que nos divertimos en la actualidad—. Eran piedras livianas, pulidas por el agua de los arroyos, que poseían pequeñas perforaciones de diversos tamaños y profundidades.
Los tallados, rayas y símbolos jeroglíficos en las rocas lisas de uno de los jugadores —se podía continuar leyendo en el libro «CRIPTOGRAMAS DEL PASADO— combinaban con asombrosa exactitud, con los del otro participante. Por lo inscripto en una de las paredes de la gruta, pudimos deducir, sin dudarlo, que en un momento atractivo y de tensión en el juego, Dino vio aparecer una sombra móvil, que comenzó a cubrirlo. Se asustó al creer ver, en dicha silueta de penumbra con forma de gran reptil, que de ella emanaba fuego, entonces alarmado, gritó con aullidos entrecortados:
— ¡Un dragón!
— ¡Seguí jugando que ya te gano! ¡Los dragones no existen! –exclamó Saurio, con enojo y atento a las barajas a la vista.
— ¡Papá me dijo que sí existen!
— Antes, sí. Pero ya se extinguieron. Aparecieron hace 223 millones de años, pero no hay más desde unos 10 millones de años. ¡Ya no viven! ¡Se murieron todos! ¡Dale jugá!

Prosiguieron la partida pero Dino vigilaba la extraña silueta que había surgido de improviso sobre su cabeza y se marcaba en el techo de granito gris con rajaduras que la deformaban aún más. Distraído y con miedo, Dino jugaba desatento a las cartas, hasta que finalmente perdió esa partida. Justo al momento de levantarse ambos para, después de un breve descanso, continuar con otros juguetes o salir hacia el río, escucharon un retumbó, un ruido grave y corto. Dino y Saurio giraron sus cuellos macizos, las cabezas con los ojos muy abiertos y las bocas con los dientes a la vista, pues estaban a la defensiva al presentir un peligro inminente. Se irguieron para atacar al intruso y sonrientes confirmaron que solo se trataba de un simple lagarto, aunque de los grandes, verdoso y con escamas destacadas, que se había caído desde una piedra donde había subido para verlos divertirse o tal vez para aprender el juego de barajas pétreas.
Los dinosauritos, ya tranquilos, estaban por volver a la roca-mesa donde jugaban cuando escucharon a su padre, a Don Dragonio, quien los había observado atento, desde una curva oscura en la cueva donde vivían, Los llamó y con seriedad de maestro, les explicó:
— Una pequeña porción de luz solar que logró penetrar a la cueva y reflejarse sobre éste —lo señaló— charco de agua, alumbró al lagarto verdoso y con sobrepeso. Lo iluminó desde abajo y así su sombra se agrandaba una enormidad. No siempre las apariencias son ciertas. Una sombra se agiganta o empequeñece, dependiendo desde dónde provenga la luz: si es desde abajo, la amplía y si incide desde la perpendicular superior, la reduce a la mínima dimensión. Por eso es importante no hacer suposiciones. Vale confirmar los hechos antes de aceptarlos como ciertos.

Satisfecho, Don Dragonio se alejó, para que sus hijos meditasen. Los pequeños Dino y Saurio, se miraron entre sí, dándose por conformes al creer haber entendido la moraleja. Las barajas pétreas, parecían esperarlos».