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La jugada - por Ana

LA JUGADA

El sol abrasaba el pueblo de tal modo que las calles estaban vacías. Una espesa polvareda se alzaba desde las alcantarillas. El aire se sentía tan denso que costaba respirar. La temperatura se estimaba en cincuenta grados a la sombra.

Los lugareños miraban por la ventana esperando la lluvia. Se quedaban en sus casas evitando el mínimo movimiento posible y apuntaban con el ventilador a la cara.

A pesar de la quietud del pueblo, en el bar La Paz, jugaban a las barajas dos hombres. Con cervezas y cigarrillos de por medio.

—Truco —vociferó Manuel, que no podía creer cómo venía de bien la mano.

—El envido está primero —retrucó su rival.

Tan entusiasmado estaba con las cartas que le habían tocado para el truco, que no se había detenido a mirar si tenía puntos para el envido.

—No quiero —respondió. Los puntos no eran suficientes e intuía que Abel no mentía.

El día húmedo, el calor, las moscas que giraban a su alrededor con insistencia le recordaban alguna situación, sin embargo no podía determinar cuál. Buscaba en su memoria, pero nada.

Abel jugó un siete de espadas, quería asegurarse la primera mano.

«Lo dejamos pasar», pensó Manuel, y lanzó un naipe en la mesa.

De pronto su mente lo condujo hacia su madre. Aquel mediodía de diciembre habían almorzado en la casa de su primo en el campo. El día estaba terriblemente caluroso; y las moscas, insoportables, revoloteaban sin dar respiro.

Esa señora entrada en años era muy difícil de convencer cuando se le ponía una idea en la cabeza. Aquella tarde de verano, se negaba a tirarse a la pileta. Se recordó muy enojado, no podía entender cómo ella no cedía ante semejante temperatura. Él le había comprado una malla para que estrenase, negra, sobria, fiel al estilo de esa mujer que lo había parido. Sin embargo, la muy terca, se negaba a usarla y, menos aún, a darse un baño.

Junto con la imagen de aquella situación, le sobrevino la culpa. Esa tarde no trató nada bien a la anciana Había sido el miedo. Temió que ella sufriera un golpe de calor y había perdido la paciencia.

Ahora Abel tiró un tres sobre la mesa.

Manuel jugó un siete de oro y un ancho de espadas. La mano finalizó con los puntos a su favor. Su cabeza volvió hacia el pasado mientras su compañero de juego mezclaba pausadamente los naipes.

Su madre había dejado este mundo hacía unos meses. La diabetes había sido cada vez más agresiva. Él hizo cuanto pudo. Mariela ayudó día tras día, curándole las heridas, durmiendo a su lado para ayudarla durante las noches a trasladarse al baño.

Esta vez los naipes venían más flojos, pero Manuel tuvo fe:

—Envido —soltó.

—Quiero, veintinueve — dijo Abel entusiasmado.

—Son buenas.

Otra vez los pensamientos lo abrumaron. Ahora, Mariela. ¿Cómo olvidarla? Ella había estado presente, acompañando a él y a la anciana. Dispuesta, de buen humor, solidaria, suave. Y él, ocupado en otros temas, no le había prestado demasiada atención. Al menos, no la atención que esa mujer merecía.

—Truco

—No quiero— dijo Manuel. Y se fue al mazo.

Ahora mareaba él los naipes mientras sus recuerdos lo llevaban hasta la noche en que fueron juntos al cine. La mujer se había aparecido con un vestido blanco cuyo escote dejaba ver un dragón impreso en su espalda. Ese tatuaje lo había enloquecido. Solo Mariela era capaz de llevar esa estampa en su cuerpo con semejante porte. Ella tan dulce, tan receptiva con sus semejantes y, a la vez, esa figura lanzando fuego debajo de su hombro izquierdo. El dibujo le confería un aire de fortaleza que contrastaba terriblemente con su temple suave y amable.

Esta vez le correspondía comenzar la mano a su rival

—Envido y truco — cantó Abel.

—Envido— mintió Manuel, como para despistar.

—Quiero, treinta— remató.

Manuel miró desalentado sus cartas, ya no tenía chance. La partida estaba perdida. En medio del calor desértico, tomó sus cosas y salió del bar.

Entre el torbellino de sus evocaciones, le surgió una pregunta que lo movilizó de cuerpo entero: ¿cómo no conocer en profundidad a una mujer que lleva en su espalda la figura de un dragón y la porta con tamaña elegancia?
Con paso firme y sintiendo que el corazón se le salía del pecho, dobló hacia la casa de Mariela. Todavía le quedaba un as debajo de la manga. Se disponía a hacerle frente a una nueva y riesgosa jugada.

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6 comentarios

  1. 1. El Apuntador Mudo dice:

    Hola Ana, por vecindad me ha tocado comentar tu relato.

    Por un momento, he vuelto a recordar las partidas a las cartas de los lugareños en el único bar del pueblo donde veraneaba. Esas tórridas tardes de verano, amenizadas por el sonido inconfundible de las pesadas moscas, son parte ya de mis recuerdos infantiles.

    Se percibe un cambio en el protagonista al final del relato, el diálogo ayuda en el avance de la “acción” (principalmente evolución interna del protagonista), y las descripciones sensoriales ayudan a ambientar la historia.

    Me ha agradado tu relato.

    Nos leemos, saludos.

    Escrito el 16 enero 2019 a las 21:07
  2. 2. María Jesús dice:

    Hola Ana: Gracias por tus amables comentarios a mi relato. El tuyo me ha parecido muy bueno, y bien contado. La irrupción de Mariela me ha sorprendido un poco pero al releer el texto la he podido encajar. Buen trabajo. Un saludo.

    Escrito el 18 enero 2019 a las 13:44
  3. 3. el chaval dice:

    Hola Ana.
    Gracias por tu amable comentario a mi relato. Parece que tengo buena armonía con los animales y el pobre burro se merecía el máximo de ayuda.

    En cuanto a tu texto el juego de cartas nunca me han llamado la atención, quizá por eso cuando conocí a mi mujer ya fui directo y no como Manuel que se tuvo que dar cuenta de su enamoramiento un tiempo después. Nunca es tarde si la dicha es buena. Un cordial saludo

    Escrito el 18 enero 2019 a las 18:28
  4. 4. Andy Garcia dice:

    Hola Ana de antemano te digo que tu prosa fácil vale más que rebuscar palabras y jugar con sinónimos para hacer triquiñuelas para salir fácil de algún enredo o bloqueo creativo.
    Ya por ello será que la lectura de tu escrito, se convierte en algo ameno que no solo se deja leer sino que a su vez es agradable de leer sobre todo llegando a un lugar común como lo es el amor y el desamor queriendo conocer siempre un poco más a la dueña de nuestros suspiros.
    Te invito a que leas mi cuento budista que esta tres relatos detrás del tuyo #102

    Escrito el 19 enero 2019 a las 01:12
  5. 5. Ana dice:

    Gracias por leerme y por sus comentarios Apuntador, María Jesús, El chaval y Andy García. Andy, mañana me voy a hacer un tiempo para darme una vuelta por tu escrito.

    Escrito el 19 enero 2019 a las 02:24
  6. 6. kirjanik Maya dice:

    Hola, Ana.

    Me agrada tu relato, aunque me perdi por momentos, pero no es por cuenta tuya, sino de las fronteras culturales, no sabía nada del truco o envido, tuve que hechar mano del buscador, en Colombia donde vivo el juego de cartas es muy diferente, saludos y por favor no faltes al próximo taller, será un gusto leer algo tuyo otra vez.

    Escrito el 19 enero 2019 a las 05:08

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