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La ofensa - por Alicia Commisso

La ofensa

La inesperada confesión de mi amiga Emma, justo en el mes de diciembre, fue como un puñal en el corazón cuando me dijo que Papá Noel eran los padres. Me sentí estúpida, decepcionada. Me visualicé en esa fecha mágica esperándolo hasta la medianoche. Me resonaba la frase habitual de mis padres sobre el buen comportamiento… Todo había sido una mentira, y es por eso que me porté como siempre: algunas veces bien y otras pésima.

Los días parecían irse muy pronto; ya estábamos a 23. Los parientes de Córdoba llegarían esa misma noche. La noticia me puso muy tensa. No los soportaba.
Después del mediodía me mandaron a dormir la siesta: cosa que aborrecía. Desde mi cama se escuchaba el tintineo de las vajillas y el aroma que se impregnaba en los ambientes entre el pan dulce navideño y la exquisita comida. Papá estaba alimentando a los terneros. Aproveché y saqué su bici del galpón. Emma me estaba esperando afuera. Se acomodó en el porta paquetes trasero y nos fugamos en silencio. Nos encantaba recorrer caminos rodeados de campiñas de nuestro pueblo rural. Sin darnos cuenta nos íbamos alejando. Nos detuvimos a comer huevos de gallo y moras. Me sentía libre: aunque era consciente que estaba en falta. El sol comenzaba a mostrar sus últimos rayos. Dos hombres desconocidos se acercaban caminando, nos asustamos y huimos a gran velocidad. Caímos sobre una zanja con agua estancada con un olor nauseabundo; pero, a pesar de los rasguños y el barro hasta las narices, comenzamos a reírnos sin miedos ni culpas. Ni bien nos pusimos de pie divisamos una furgoneta azul con dos personas. Nos sobresaltamos; no reconocimos que eran papá y don Julián, el padre de Emma, que habían salido a buscarnos. Tuvimos que aguantarnos los sermones; calladas pero felices.

El familión mendocino ya estaba ocupando la vivienda. Mamá estaba en-fu-re-ci-da. Me tomó de un brazo, me metió en el baño. Nunca antes la había visto así; me tironeaba de los pelos, me sacudía con bronca.
— Me puedo bañar sola, ya soy grande —balbuceé compungida.
— ¡Qué vergüenza! ¡Sos una malcriada, nunca vas a crecer! ¡No esperes ningún regalo!
Me dolieron sus palabras y me largué a llorar. Imaginé que recibiría un abrazo como otras veces.

Y al fin llegó el 24. Se percibía la imagen de una Noche Buena bendecida. Pero yo estaba triste. Y luego del brindis vino el momento más esperado y emocionante: Santa Claus repartiría los pedidos. Los niños, esperanzados e inquietos, no paraban de hablar todos a la vez. A ellos les cumplirían sus deseos: la pista de autos y los juegos de cartas gorila. A mi me traerían el cuento de los chanchitos desobedientes y una muñeca nueva. Ansiosos, nos dispusimos a esperar cada uno por su presente. Los minutos pasaban. Entretenidos, reían y comentaban sus obsequios. Hasta mi abuela recibió un par de sandalias. Era obvio que me habían castigado de verdad.
La euforia comenzaba a disminuir cuando advirtieron que yo estaba con las manos vacías y los ojos llorosos.
— ¿Y vos Sarita? —Preguntaron extrañados.
Estaba dolida; no podía contestar. Lo que más me ofendía era la indiferencia de mi familia. De repente, escuché la voz quebrantada de mi papi dirigiéndose a mí.
— Ah… me había olvidado… dejaron esta carta para vos.
En el sobre decía “Para la señorita Sara”. Las manos me temblaban y las lágrimas rebeldes pudieron con mi emoción. Una niebla parecía enceguecerme. Me sequé el sollozo con las manos y comencé a leerla en silencio.

“Querida hija: ya no sos la niña de la casa, te convertiste en una mujercita fuerte y luchadora. Estamos orgullosos de vos. Sabemos que el tiempo no se detiene, pero te veíamos crecer y sentíamos muchos temores. No pretendíamos engañarte; queremos que vuelvas a confiar en nosotros. Estos días te comportaste horrible; estábamos angustiados, pero entendimos tus reclamos. Siempre vamos a estar cuando nos necesites, para que nadie robe tus sueños ni tu felicidad. Quedaron atrás los cuentos de hadas y princesas, lucirás mas bella con tus brillos labiales y los esmaltes de uñas. En el armario de tu cuarto está el vestido que tanto te gustaba del almacén de don Braulio y el libro que ojeabas a escondidas. Volvé a sonreír, cariño. Que esta Navidad nos encuentre unidos con el mismo amor y esperanza. Te amamos con toda el alma.”

Mamá y papá.

Alicia Commisso

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4 comentarios

  1. 1. Paola Bavaro dice:

    ¡Hola Alicia!
    Muy bonito tu relato. Por un momento llegué a las navidades de mi infancia cuando, con mis primos salíamos al campo a buscar “huevos de gallos y moras”. Cuando leí “el familión mendocino” lo comprendí todo .
    La parte central distrae un poco, entiendo que refleja esa aventura infantil, pero, al menos yo, lo simplificaría un poco.
    Es mi humilde opinión.
    Por lo demás, está muy bonito y claro. Ese momento tan difícil para algunos niños donde se nos declara que estamos creciendo.
    ¡Un saludo!

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 11:37
  2. 2. John Doe dice:

    Hola, un relato lleno de nostalgia y recuerdos de infancia, bien escrito y con el tono adecuado.

    Escrito el 20 febrero 2019 a las 16:20
  3. 3. Alicia dice:

    Gracias Paola y John. tendré en cuenta lo de no extender el texto cuando no es necesario.
    Cariños

    Escrito el 21 febrero 2019 a las 16:42
  4. 4. Scott dice:

    Hola Alicia, un relato de añoranza de la infancia ,muy tierno.
    espero en el futuro, ir mejorando con la puntuación.
    ¡Un saludo !

    Escrito el 25 febrero 2019 a las 10:56

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