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La ofensa - por Amadeo

Por razones laborales, una familia aceptó mudarse a una ciudad distante de la casa propia. La especialidad del hombre obligaba al cambio de domicilio por solo unos doce meses. Aceptado el desafío, localizaron una simpática y modesta casa en alquiler, ya amueblada. También ubicaron un buen colegio para sus hijos de once y trece años.
Pasada la media noche, recién llegados, bajaron del autobús y con un taxi, ya frente a la nueva casa, se felicitaron por la elección. Cansados como estaban, ubicaron sendos dormitorios, dejaron las valijas y sin cenar, se acostaron.
De mañana se reunieron en el salón comedor para el desayuno y con beneplácito observaron una mesa rectangular, cuatro sillas, dos cuadros láminas y un ventanal que mostraba un jardín descuidado. Los padres se ubicaron en las cabeceras, sentados cómodos en sillas estilo imperial con fuertes respaldares y magníficos tapizados en gobelinos. El problema surgió entre los hijos: ninguno quería ocupar la silla simple, despintada, algo desvencijada, sin actitud y cierto desprestigio por las maderas oscuras y nudosas. Sí querían hacerlo en la cuarta silla, sencilla, bien pintada de blanco y beige, elegante y orgullosa de sus patas robustas. La discusión terminó con un grito del padre. Sin embargo se repetirían en cada desayuno y cena. La descalificación y el desprecio hacia la silla modesta se incrementaban día a día.
En un momento, hastiada de escuchar reclamos y conceptos ofensivos, la silla lastimada le comentó a la otra, a la firme con respaldo blanco:
— Estoy cansada de tantos desprecios. Es verdad que no soy elegante, pero sí cómoda, amigable y servicial.
— Es cierto. No eres hermosa pero sí acogedora. No te ofendas, no vale la pena.
— Me ofendo por considerarme víctima ultrajada, porque esas opiniones me castigan e irritan. Hasta los mayores son mal educados.
— Nosotras, las otras tres sillas, te comprendemos y si pudiéramos hablar con ellos, te ayudaríamos.
— Yo pensé un plan para que me honren y acepten por lo que soy y les ofrezco. Ya les contaré –dijo la silla fea, tras un crujido y balanceo quejoso.

La vida en la casa alquilada proseguía con naturalidad, salvo cuando estaban juntos los cuatro y afloraban nuevas discordias infantiles y órdenes firmes del padre. En los períodos de libertad, la silla denostada repasaba el plan de desquite. Una madrugada les relató, a las otras sillas, la estrategia imaginada. Todas conformes, acordaron llevarla a cabo.
Al inicio del desayuno, en pleno litigio pueril, la silla blanca y beige comenzó a vibrar para incomodar al niño sentado en ella. Minutos después se apoyó en solo dos patas para asustarlo hasta que la abandonó y el hijo mayor se sentó y entonces la silla comenzó a sacudirse como payaso bailarín mientras emitía ululares repulsivos. El chico se alejó despavorido. Los padres, en sus sillas, también sufrieron tambaleos y movimientos alternativos. Esa mañana, con apuro y así, todos parados, completaron el desayuno.
Por semanas los accionares de las tres sillas aceptadas, desconcertaron a la familia. La ofendida parecía sonreír cuando no discutían por ella: su plan mostraba eficacia. Una vez, los chicos llegaron a pelear por sentarse en ella. Ese elogio la hizo sentir honorable por primera vez desde que llegaron los inquilinos.
Tras madrugar, las cuatro sillas perfeccionaban los sacudones para ese día:
— ¿Quién sabe hacer cosquillas? –preguntó la agraviada.
— Yo sé vibrar a alta frecuencia –aseguró una de las sillas de la cabecera.
— Yo puedo mover las tablas del asiento, de a una por vez y eso molesta bastante –comentó la silla de respaldo blanco.
— Yo, a través del tapizado, puedo pinchar las espaldas, porque tengo el relleno bastante deteriorado –confirmó la otra silla estilo imperial.
— ¡Adelante con las provocaciones! –aplaudió la silla dañada en su imagen solidaria.

A pesar de las defensas, la humillada siguió soportando la falta de educación hasta que el padre, cansado de sus gritos inútiles, ordenó a los chicos que esa silla vieja y fea, fuera ajustada, lijada, y bien pintada igual que lo estaba su compañera.

Quedó espectacular. Nadie más se quejó y la eligieron con cierta preferencia. Lástima que eso sucedió durante la última semana, antes de la nueva mudanza a la casa propia que habían dejado cerrada.
— ¡Misión cumplida! ¡Desapareció la ofensa! –festejaron las sillas al verlos irse.

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9 comentarios

  1. 1. dopidop dice:

    Buenas Amadeo,

    Estoy justo encima de ti, así que me toca comentarte. Tengo que reconocer que al principio tu relato engaña. Tiene pinta de ser una historia cotidiana, el ambiente familiar te envuelve completamente y la pelea tonta de los niños es muy verosímil (¿quién no ha vivido algo similar?).

    Todo parece normal, hasta que empiezan a hablar las sillas… y es cuando ya no puedo despegar los ojos de tus líneas. A partir de ahí el relato desborda una imaginación brutal. Me parece super original dotar de vida a los muebles y que jueguen a molestar a las personas, me encanta cuando planean de madrugada sus fechorías, y esa camaradería que tienen entre ellas.

    Sin embargo hay un par de cosas que escaman. Primero se mueven solas las silla y la familia ¿solo se desconcierta? ¿no hacen nada mas? No sé, a mi me pasa en casa y no es que llame a un exorcista, pero al menos busco el motivo. Y por otro lado… ¿tardan un año para adecentar la silla después de aguantar peleas todos los días? Es curioso que decidan hacerlo justo una semana antes de irse. Lo natural sería o hacerlo bastantes antes y disfrutar de las comidas en paz, o ya para una semana dejarla como está (total, ya llevan un año con peleas y cosas raras). De todos modos estos “peros” son impresiones mías, que vistas desde otros ojos quizá sean diferentes.

    En conjunto un buen relato, agradable y ameno de leer, con su giro inesperado a mitad (ya te digo que no me esperaba para nada lo de las sillas).

    Muchas gracias por compartirlo, y nos seguimos leyendo por estos lares.

    Un saludo.

    Escrito el 18 febrero 2019 a las 18:12
  2. Sin comentario

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 13:43
  3. 3. Amadeo dice:

    Amilcar:
    Quisiera saber el significado de “Sin comentarios” en el rubro Comentarios.
    Nunca recibí uno igual.
    Gracias
    Amadeo Texto Nº 88

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 19:28
  4. 4. Dante Tenet dice:

    Hola
    Tengo que ser sincero.
    El relato tiene ritmo y fluye, pero la historia no me convence.
    Quizás pq tiene algo de fábula infantil, quizás pq esperaba otro final.
    Será la próxima.
    Nos seguimos leyendo.

    Escrito el 20 febrero 2019 a las 03:46
  5. 5. Gonzalo LM dice:

    Hola, Amadeo:
    Coincido algo con Dante: guarda similitudes con una fábula infantil.
    Aunque en algún punto me recordó lo lúdico de El Fantasma de Canterville; sorprende algo que mencionaron arriba: las sillas bailan y los humanos no se sorprenden. Es raro ese punto.
    Creo que tenés que definir el público destinatario y luego pulirle cosas.

    Es una humilde opinión, saludos,

    Gonzalo #91

    Escrito el 20 febrero 2019 a las 19:54
  6. 6. pajesur dice:

    La ofensa se concentra en la elección de las sillas. Distintas y con carácter personal. Parece más a la ciencia ergonómica, adaptación hombre-silla. Determinadas sillas muestran un rosario de agravios.

    Escrito el 20 febrero 2019 a las 22:59
  7. 7. JUANA MEDINA dice:

    Hola Amadeo:
    Tu historia tiene cierto encanto y algo que no va. Tal vez, como dice Dante se mezcla la posible fábula infantil con una historia de terror fuera de época.
    Pero, ya se trate de sillas, de muñecos, de niños o de adulto, siempre la ofensa es la descalificación o el desprecio. Y eso está.
    Habría que ver si vale la pena ese final conciliatorio o continuar por el terror.
    Un abrazo

    Escrito el 23 febrero 2019 a las 23:39
  8. 8. Ocitore dice:

    Hola, Amadeo, creo que no es mala la idea de relacionar la “vida de unas sillas” con una familia intrusa. En Rusia he visto una comedia muy famosa que se llama “Las doce sillas” es muy divertida porque en una de las sillas una anciana esconde unos diamantes, por eso los personajes comienzan a buscar las sillas que se han desperdigado por toda la ciudad. En esa comedia las sillas no intervienen como personajes, pero en el libro me parece que sí. Tu historia podría ser narrada a través de ellas con una forma en la que parecieran personas y así, al describir a los desagradables visitantes, se adivinaría de que va. Por ej.:
    Ya no la soporto mas-dijo ella enderezándose y quejándose por el peso-, un día de estos… !Cálmate!- le sugirió su amiga-así como están las cosas lo único que nos faltaría, sería que alguno de ellos se accidentara por nuestra culpa…
    Ya sería todo cuestión de darle matiz de realidad a la narración. Un saludo y gracias por tu visita a mi propuesta.
    Por cierto, el autor de las Doce sillas es Ilya Ilch, no sé de dónde se pueda descargar, la verdad. Hasta pronto.

    Escrito el 24 febrero 2019 a las 08:05

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