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La ofensa. - por Adriana

La ofensa.

De niña me mudaba de ciudad con frecuencia. El ir de un lado a otro marcó mi infancia de tal manera que no puedo pensar en ninguna de las casas en que viví como “mi” casa de la infancia. Me terminaba de acostumbrar a un lugar, a una escuela, a nuevos amigos, cuando ya me veía envuelta en otra mudanza. Sin embargo, hay una casa que siempre permaneció estoica, y a la que sí puedo identificar con propiedad como mi casa de la infancia. Es la casa de Portezuelo. Se fue construyendo ladrillo a ladrillo acompañando mi crecimiento, desde que tengo uso de razón. Aún antes de que yo naciera, mis padres instalaban en el terreno la carpa caracol sobre el viejo Plymouth, donde llegamos a pernoctar mi hermano, aún bebé y yo, hasta que la casa se pudo habitar.

Una vez que estuvo pronta, fue muy concurrida. Familia y amigos, iban siempre algún fin de semana de verano. Mi hermano y yo jugábamos mucho en el monte interminable que se desplegaba a un lado y otro, a la hora de la siesta que nunca dormíamos. Antes y después, la playa, a la que accedíamos por un camino estrecho que desembocaba en la calle. Dos cuadras más, y se nos iluminaban los ojos porque sabíamos que se venía lo mejor: la arena y el agua, lo que más disfrutábamos.
Durante muchos años, mis padres alternaban entre disfrutarla unos días del verano y alquilarla el resto, para poder solventar los gastos y hacerle pequeñas reformas: el entrepiso, los aleros, la pérgola, la planchada y las tejas, el jardín. Sin embargo, alquilarla no fue fácil.
Recuerdo una vez que vino el hombre de la inmobiliaria (a la que mi padre detestaba). Fui testigo de una conversación que jamás olvidé. Mi padre tomaba mate bajo la pérgola una mañana de mucho calor, cuando el hombre apareció sudando, con la camisa remangada, pantalones y zapatos que no tenía más remedio que usar. Mi padre, en cambio, estaba de short, remera y zapatillas en los pies. Se presentaron y mi padre lo invitó a ver la casa. El hombre la estudió minuciosamente e hizo una larga pausa hasta que le dijo: _ “¿esto es todo?”. Mi padre hizo una mueca de pocos amigos y le respondió con un seco si. _“Verá”, continuó el hombre. _“La casa es pintoresca, está cerca de la playa, tiene mucho espacio verde alrededor. Sin embargo…” Mi padre apenas lo dejó continuar. _“Es lo que pude hacer”. _“Entiendo”, dijo el hombre. _“Es que no nos va a ser fácil alquilarla. Tiene una sola habitación cerrada. Y un solo baño. La gente viene a descansar, y necesita una casa que sea más funcional. Se nota que es una construcción muy buena…” _“Muy sólida”, interrumpió mi padre. _“… pero a veces la gente no mira tanto construcción con funcionalidad. Con el mismo metraje, podría haber tenido más habitaciones, e incluso otro baño. Podría haber gastado menos en materiales…” _“Mire”, dijo mi padre, ya levantando el tono de su voz. _“Usted a mi no va a decir lo que podría o no podría haber hecho. Yo hice mi casa como quise y como pude. Usted trate de alquilarla, y si no puede, mala suerte. La alquilo para pagar sus gastos y mejorarla de a poco. ¿Usted tiene casa acá?” _“No”, contestó el hombre. Solo hago mi trabajo, señor”.
Yo miraba de un lado al otro temiendo que mi padre empezara con el cuento de la zapatilla. Una vez, hacía años, yendo a Punta del Este en moto con mi madre y unos amigos, se perdieron y aparecieron en aquella playa desconocida para él, que lo maravilló al punto de jurarse a si mismo que algún día tendría una casa allí. Enterró una de las zapatillas que llevaba, cual bandera plantada por un conquistador. Afortunadamente, mi padre no le hizo el cuento, que poco podría haber interesado a aquel hombre. Ninguno de los dos quiso seguir discutiendo y se quedaron callados por un rato, tragando rabia. Uno, porque sintió que le criticaban la casa que tanto le había costado hacer. El otro, porque solo hacía su trabajo. La cuestión se dirimió en forma civilizada. No recuerdo si esa vez alquilaron la casa, a través de ese, u otro agente inmobiliario. Solo sé que aquel encuentro representó para mi padre una ofensa. Le habían criticado la casa de sus sueños. Y la anécdota fue contada una y otra vez en cada reunión familiar.

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6 comentarios

  1. 1. Florencia M dice:

    Hola Adriana,

    Has escrito un bonito recuerdo familiar. Me parece que tiene mucho sentimiento.

    Hay algunos detalles que creo puedes corregir. Por ejemplo, creo que hay una contradicción entre decir que no tiene una casa de su infancia y luego decir que puede reconocer una. A lo mejor se puede expresar esa idea pero redactado de otra forma.

    Hasta la próxima!

    Luego, encuentro que el uso de la coma como aclaratoria en la siguiente oración va luego de bebé: “mi hermano, aún bebé, y yo”. La coma luego de amigos no corresponde: “Familia y amigos iban siempre…”. También puedes revisar el uso del guión del diálogo y despegarlo del texto.

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 11:43
  2. 2. MOT dice:

    Hola Adriana.
    Una historia familiar bonita, aunque opino personalmente que ha quedado un poco “sosa”, le falta algo de emoción. Por otra parte, se nota un gran esfuerzo en su realización. Buen trabajo…
    Otra cosa que quizás mejoraría la lectura es que los párrafos fueran menos compactos, apelotonados; no fluyen como quizás deberían, pero es una opinión personal.
    Estoy de acuerdo con Florencia en lo de los diálogos; aquí en LITERAUTAS encuentras ayuda al respecto.
    Saludos.

    Escrito el 20 febrero 2019 a las 11:39
  3. Adriana, cumplo con gusto el deber: eres una de los tres que me siguen.
    ¡Qué fácil se puede construir un buen relato sobre un hecho simple!
    Describes en forma interesante los objetos y narras también deliciosamente los hechos.
    El caso de la zapatilla es un buen recurso para sacar al lector de una narrativa que casi se le va a volver tediosa y suscitar nuevamente su interés.
    Estoy de acuerdo con la propuesta de descompactar los párrafos, pero no con la opinión de que al relato le falta emoción; no es policial, de terror ni de suspenso; es sobre vivencias.
    El cuento “El Río de Dos Corazones” (The Big Two Hearted River) de Ernest Hemingway, es un fascinante recuento de las vivencias de un muchacho Nick que sale de excursión de pesca a una lejana zona silvestre (la Del Río de Dos Corazones en Michigan); nos relata todas sus acciones y emociones; nos describe sus técnicas de pesca, sus comidas, sus pesadillas; nos describe los bellos paisajes, y no pasa nada extraordinario; no hay ningún conflicto, ningún nudo, no hay accidentes o hechos lamentables, no hay desenlace alguno, pero uno queda extasiado al completar su lectura.
    Una observación: ¿Cómo es una casa estoica? ¿No equivocaste el adjetivo?
    Saludos.

    Escrito el 22 febrero 2019 a las 03:26
  4. 4. Irene Martínez Pérez dice:

    Hola Adriana,

    ¡Qué bonito relato! Sin embargo, creo que deberías haber dividido los párrafos y separado y marcado con un guión los diálogos para facilitar la lectura.

    Un saludo!

    Escrito el 22 febrero 2019 a las 22:40
  5. 5. Mª Jesús Hernando dice:

    Hola Adriana me gusta mucho el fondo del relato, pero creo que le podrías haber sacado mucho más jugo a la “ofensa” y también al sentimiento que en ti despertaba esa casa. En cuanto a los aspectos formales, los dialogos deberían ir separados. Nos leemos. Un saludo

    Escrito el 23 febrero 2019 a las 14:19
  6. 6. Adriana Font dice:

    Muchas gracias a todos por los comentarios. Tendré en cuenta sus correcciones para la próxima!

    Escrito el 1 marzo 2019 a las 18:28

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