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La ofensa - por Carlos G. Esteban

Web: http://barrenau.blogspot.com

Cuando recordaba la frase que les había separado deseaba poder rebobinar la vida, volver a instantes antes de pronunciarla y tragarse, una por una, todas las letras que la componían. De tan gratuita que había sido, de tan hiriente, agresiva y malintencionada, ningún médico se hubiera extrañado de haber encontrado llagas o quemaduras en la boca y la lengua que había osado verbalizar aquella ofensa.
«La verdad escuece», recordaba haber pensado tras el puñetazo que le había propinado Javier tirándole al suelo. A pesar de ello, tanto en aquel momento como ahora, Nicolás sabía perfectamente que la verdad solo es el ingrediente principal de un plato combinado, cuyo valor gastronómico cambia radicalmente dependiendo de los acompañamientos que lo completen. Y ese plato en concreto llevaba la falsedad como base de la salsa en la que se bañaba cada uno de sus elementos.
Desde entonces, ninguno de los dos había vuelto a tener contacto directo con el otro. Las pocas noticias que les llegaban viajaban a través de las dos o tres amistades que conservaron en común, o de los circuitos de sus ordenadores cuando el uno y el otro miraban a escondidas los perfiles de las redes sociales del otro y el uno.
Supo así Nicolás del accidente que había tenido Javier la noche en que se salió de la carretera. El vetusto Seat Ibiza que tantas veces le había advertido que cambiase por un seguro coche nuevo había decidido fallar en un momento crítico. La suerte quiso que el guardabarros le protegiese de la caída por el precipicio junto al que circulaba, lo que le hubiese supuesto una más que segura muerte. «Se lo había avisado», pensó Nicolás al ver la foto del amasijo de hierros en que se había convertido el coche de Javier. Mientras ampliaba la imagen en el ordenador, se regocijaba con su capacidad precognitiva sin poder evitar que una pequeña porción de su corazón se preocupase por el estado de quien había sido su más íntimo amigo.
La recuperación le llevó suficientes meses como para que su jefe contratase a un buen abogado que tramitase los papeles necesarios para echarle de la empresa sin ningún tipo de indemnización. Nueve años en aquella empresa acabaron para él en aquella curva de una carretera turolense, tras el paso por los despachos de un patrón sin escrúpulos y un sistema judicial que le había arrancado todas las vendas de los ojos a las icónicas estatuas de sus edificios. Comenzó entonces un deambular por empleos de baja cualificación e inferior sueldo: repartidor, teleoperador, camarero… En cada ocasión que volvía a las filas del ejército de parados que invadía cada centímetro cuadrado del país, Nicolás pensaba en pasarle su currículum al departamento de recursos humanos. La empresa siempre necesitaba operarios y él era perfectamente consciente de la competencia de Javier, pero cuando estaba a punto de hacer clic en el comando de “Imprimir” el dolor del puñetazo que le había asestado volvía a golpearle el carrillo. El ratón entonces trazaba una trayectoria curva, que situaba el puntero sobre el aspa roja, y la posibilidad de empezar un nuevo trabajo desaparecía con el cierre de aquella ventana.
Si la situación económica o las secuelas físicas del accidente habían influido en su ruptura con Isabel era algo que Nicolás solo podía suponer, pues a sus ojos, la separación había ocurrido en un parpadeo de la pantalla. “Javier no está en ninguna relación”, rezaba de pronto la información de su perfil. En un segundo todas aquellas fotos besándose en frente de edificios famosos adquirían un sentido más siniestro que romántico.
Por su actividad en redes, o mejor dicho por la ausencia de ella, Nicolás dedujo que Javier pasaba por un momento crítico. Su hombro quería servirle de apoyo. Su pecho recoger las lágrimas de aquel viejo amigo. Sus brazos y sus manos servir de cobijo a quien, en un tiempo que cada vez parecía más lejano, había compartido con él tantas vivencias. Frente a aquel ánimo, un orgullo altivo, una mejilla agraviada y la convicción de que la verdad -su verdad – siempre ha de ser difundida por dolorosa y cuestionable que sea, habían impedido a Nicolás marcar aquel teléfono que aún conservaba en la memoria.
Y ahora los dos se hallaban frente a frente, después de tantos años, a ambos lados de la misma puerta que había sido testigo de aquella terrible ofensa y su física y violenta respuesta, con el mismo problema sin resolver.

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3 comentarios

  1. 1. Eric Milne dice:

    Hola Carlos.
    La verdad duele. Y también el orgullo. Vaya que fue interesante tu historia, me gustó sobre todo que dejas en misterio la ofensa que llevó al golpe, y sólo vemos a dos personajes sufriendo a causa de eso. Quién sabe, quizá hasta se hayan olvidado de lo que llevó a la ofensa en primer lugar.

    Algo que comentarte es que agregues separación entre los párrafos. Tener todo el texto condensado puede cansar al lector.

    Nos leemos!

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 14:31
  2. 2. John Doe dice:

    Hola. Gran relato, me ha gustado de principio a fin, el ritmo y el tono de la narración están muy bien, y las motivaciones del personaje se sienten muy reales, su orgullo y su visión de la amistad le dan carácter al personaje, me gusta el final abierto. Buen relato nos leemos en la próxima.

    Escrito el 20 febrero 2019 a las 16:06
  3. 3. M.L.Plaza dice:

    Hola Carlos.
    Una muy interesante crónica de cómo el orgullo echa a perder una amistad, aunque no he entendido el final.Si se vuelven a encontrar eso es lo importante de la historia ¿cómo llegan a estar frente a frente?
    De todas maneras, en el párrafo que empieza la verdad escuece más adelante dices: ese plato en concreto llevaba la falsedad como base de la salsa…una frase muy bonita que da a entender que no era una amistad tan sana ni profunda como parece después. No sé es que me parece que algo en la historia no encaja.
    Pese a eso, me ha parecido un texto excelente, muy bien desarrollado y estupendamente escrito.
    Saludos

    Escrito el 21 febrero 2019 a las 05:28

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