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La ofensa - por Alfredo Fernandez Calvo

La boca, a pesar de tener unos labios finos, dibuja una curva casi imposible hacía abajo, el labio inferior sobresale un poco mostrando un color intenso que en este momento podríamos llamar rojo pena. Un poco más abajo subrayando la indignación, la barbilla tiembla fruncida, compacta, con un tono casi morado, un poco más abajo la papada emerge curiosa, parece preguntar: ¿qué están tramando? Los cachetes a su vez sufren una ligera casi imperceptible vibración. Los ojos, líquidos, donde las lágrimas, aunque todavía no desbordan, ya anuncian el desastre, como cuando a través de la niebla matutina, tras una noche de tormenta, atisbamos en una presa que el nivel del agua ha llegado a la altura donde la palabra peligro avisa, al principio era roja, pero el sol y la lluvia la han dejado en una oscura y triste marca pintada en el muro de contención que anuncia la desgracia en puertas. Las cejas, apenas insinuadas, una sombra incipiente, secundan la curva que dibuja la boca, separadas por el ceño que parece un eco de la barbilla, corona el mensaje; fruncido, tenso, derrotado, pre furioso.
El pecho lentamente se va inflando, convirtiéndose en el almacén en donde se guarda la protesta que pronto emergerá, potente, indiscutible, innegociable. Las manos cerradas con fuerza, tanto que los dedos son blancos casi transparentes; puños que sugieren estar preparados para la pelea. Es probable que hace miles de años esos puños arrancarían a golpear el pecho, muestra inequívoca de fuerza, qué como los gorilas, usaban nuestros antepasados lejanos; haciendo las veces de última advertencia, a saber, en qué momento perdimos ese instinto. Está todo preparado para la protesta indignada, para la disconformidad, para el reproche enérgico. Al final el grito asoma potente, triste y a la vez exigente…

–¿Quieres ponerle el chupete de vuelta “pesao”? –dice María impaciente.
–Ya va, ya va –. Cesa la protesta, se relaja el agraviado.
–Pareces bebe tú también Francisco, pobre criatura.
–Perdón mi amor, pero es que está muy gracioso cuando hace pucheros- contesta Francisco poniendo cara de travieso.
–Suerte tienes de que el pobre todavía no tenga memoria, de lo contrario ya podías irte preparando. ¿O quién te crees que nos va a cuidar de viejos?
–Oye no se te vaya a ocurrir contárselo nunca.
Tras un breve silencio, una sonrisa traviesa aparece en la cara de María. –¿Cariño, recuerdas ese collar que te enseñe el otro día en la tienda…?

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4 comentarios

  1. 1. Scott dice:

    Alfredo Fernandez, un texto, que hasta el final, te mantiene en vilo.

    y,la estrategia final de María,muy buena, con su manipulación de amor.
    ¡felicidades!

    Escrito el 18 febrero 2019 a las 18:45
  2. 2. termaycam dice:

    ¡Hola Alfredo!

    Me ha gustado mucho tu texto. La realidad aumentada en la descripción que te hace imaginar otra cosa y la sorpresa después con el evento cotidiano.
    Enhorabuena!

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 12:45
  3. 3. Rafa dice:

    Hola Alfredo, he leído tu cuento. En general me ha parecido genial, minimalista pese y en virtud a las descripciones: el cuento es una ingeniosa y detallada descripción con un breve y sorpresivo desenlace.
    Desde luego el mejor título no es La ofensa. Habría que corregir pronto la maraña de la presa, después de leerla tres veces logré entender lo que quería decir y es un problema de redacción y puntuación. Hay por ahí un par de comas y una tilde en un qué que revisar.
    Pero el cuento es genial, la manera en que describes la expresión de la mueca, me sorprendí repitiendo el gesto mientras lo leía, y con esa sensación de tragedia, especulando sobre la identidad y las dramáticas circunstancias de este doliente, para rematarlo todo con un golpe de humor sorpresivo y agudo.
    Felicitaciones y muchas gracias, lo disfruté palabra a palabra.

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 14:16
  4. 4. arioMaurice dice:

    Alfredo: me pareció una simpática descripción de una escena cotidiana, con un primer y segundo puntos de giro realmente ingenioso. Solo ví demasiado largas las frases integrantes de los párrafos; tal vez oraciones más cortas (digo), con más comas y puntos seguidos, permitirían al lector no perder el sentido del relato. Pero es una cuestión de practicar más redacción espontánea. Adelante.

    Escrito el 20 febrero 2019 a las 02:37

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