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La Ofensa - por Ane

Nunca he hablado a pesar de que una voz se adueña del espacio sonoro cada vez que abro la boca. No sé lo que es soltar una lágrima. Ni siquiera el beneplácito de captar aroma o disfrute de alimento alguno pasa de mi lado. En cambio, veo más allá de mis cuencas de madera por ojos presenciando la verdadera naturaleza del ser humano que, necesitado de pintar su rostro, se adorna con toda clase de polvos insatisfecho ante lo que ven sus ojos.

—¡Oh là là! ¡Qué hermosa la encuentro hoy, Madame! —Mentira—. Diría que las flores se inclinan ante usted incapaces de soportar tanta belleza —aparenté con mi habitual desgana, aun cuando aquel detalle no se visualizara.

La mujer se giró, y entre abrumada y cohibida nos miró. Primero a mí, y después a Rigadeau, interesada en la procedencia de tal afirmación.

—Qué halagador —ruborizó—. Apuesto que se lo dirá a todas —aproximó convertida en improvisada contorsionista a juzgar por cómo posaba.

—No, no, Madame —Sí, sí, señora—. Sólo el esplendor de un amanecer osaría discutir su hermosura-. El amanecer, y todo aquél que disfrutase de una vista graduada.

La embarazosa escena de cada jornada. A un lado, quien manejaba mis hilos repetía la sarta de mentiras de todos los días con el fin de disfrutar compañía en su alcoba. Al otro, una mujer de carne prieta y difícil mirar, se dejaba querer ante tanto piropo jamás reunido. Y en medio me hallaba yo, un pedazo de madera exprimido como gancho hasta la extenuidad. Pero de pronto, algo aporreó con ahínco las paredes de mi garganta buscando una salida. Y como si de una aparición mariana se tratara, por fin, pude hablar.

—¡Un momento! —Las palabras sonaron como un grito en mitad de un velatorio.

Incrédulos, los dos tortolitos cruzaron sus miradas ante la fuente de la interrupción.

—Por si aún no lo tiene claro —me dirigí a la dama— aquí el tipo quiere dormir en compañía, y no precisamente la mía.

La mujer indignada por la confesión sacó su mano a pasear, y fue tal el bofetón que imprimió a su galán, que hasta yo temí por su vida. A continuación giró sobre sus tacones y marchó ofendida. Un nutrido grupo de transeúntes varados en torno a la escena rompió en risas, y mi dueño, en ira. Con la furia a lomos de un caballo desbocado, Rigadeau retiró apresurado la mano que sustentaba mi débil esqueleto, y caí precipitado al suelo.

—¡Maldito! —vociferó aferrado a mi pescuezo—. Ahora quedaste mudo ¿eh? —gritó cegado por la rabia, mientras mi rostro continuaba en la inexpresión más absoluta de un simple muñeco ventrílocuo.

—¡Alto! —exclamó alguien de alrededor.

Mi dueño agarró sus bártulos y como alma que vende al diablo huyó despavorido.

—¡Alto! —reiteró un tipo porra en mano—. ¡Aquí la gendarmerie! —y salió tras él.

Con la estampida, los allí reunidos alejaron sus pasos. Todos, menos un individuo bajo un prominente bigote que, monóculo en mano me escrutaba curioso ante los minutos vividos.

—Todo un verdadero artista —profirió con un acentuado aliento a alcohol.

Y con cuidado de no llamar la atención, aprovechó ese instante que nadie observa para tomarme de la pechera. Inesperadamente, mi vida tomó velocidad de vértigo, y fui desplazado en volandas hasta dar frente a un salon de beauté colmado de damas. A continuación me acomodó sobre el volado de una de las cristaleras, ajustó los pliegues de su pantalón y sacudió su desgastada levita. Después aguardó pacientemente.

-¡Madeimoselle! -manifestó a una jovenzuela que salía de su interior—. Debe saber que toda Francia ha sido bendecida con su belleza.

Se acabó. Aquello no podía continuar.

-Créame —dije agotado—. Usted no tiene el don de la galantería. Más vale que arregle su deshilachado bigote, y se asee más a menudo si quiere llevar moza a aposento alguno.

Jamás pensé que el odio calzara zapatos, y menos del cuarenta y seis.

—¡Fuera de aquí, bastardo! —acompañó a la patada a mi trasero.

Al tiempo, una caravana de teatro hizo su entrada en la callejuela con el cartel de su nuevo espectáculo. Y fue tal la virulencia de mí vuelo que fui a parar sobre una sarta de cajas apiladas hasta terminar en el fondo, vencido por el peso de la madera. Y en aquella penumbra me hallé feliz, compartiendo espacio con postizos, peluquines y sombreros de copa, donde se hallan los auténticos. Los mentirosos son los que viajan debajo.

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5 comentarios

  1. 1. Romina Eleonora Mc Cormack dice:

    Muy bueno! Es muy gracioso. Además tiene un lenguaje muy cuidado.
    Saludos.

    Escrito el 17 febrero 2019 a las 18:15
  2. 2. JUANA MEDINA dice:

    Precioso y con mucha gracia. Muy bien estructurado.
    Me ha encantado. No quiero olvidarme de agradecer tu visita a mi relato y tu amable comentario.
    Enhorabuena y saludos

    Escrito el 18 febrero 2019 a las 21:49
  3. 3. Dante Tenet dice:

    Me gustó, bien estructurado, en el cierre me parce que le falta un toque.
    Esperaba otra resolución.
    Pero eso es por mi fantasía de lector.
    Nos seguimos leyendo

    Escrito el 20 febrero 2019 a las 03:35
  4. 4. Otilia dice:

    Hola Ane:
    Gracias por leer y comentar mi relato.
    Has escrito una historia muy original, donde el narrador es la marioneta, el títere o muñeco. Divertida y bien escrita.
    Me ha gustado. Felicidades.
    Nos leemos. Saludos.

    Escrito el 21 febrero 2019 a las 14:19
  5. 5. Sophie dice:

    Hola, Ane.
    Es una historia original contada por un curioso personaje. Te felicito por la idea.
    Nos seguiremos leyendo.
    Saludos

    Escrito el 23 febrero 2019 a las 18:27

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