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La ofensa - por Anémona

La ofensa.

El sabor agridulce de la venganza, se deslizó por su garganta. Mientras batía la harina y los huevos, una mezcla venenosa de justicia y dolor fermentaba en su vientre. Por qué lo hizo, de esa forma, en ese momento y después de tanto tiempo, no alcanzaba más explicación que la del desbordamiento de la rabia contenida, que sin previo aviso arrasó con todo, con ellas y con el bizcocho en ciernes, empañando la atmósfera del hedor a resentimiento podrido.
—Pues sí, estoy harta, ¿entiendes?, harta de oírte hablar del hijo de este, del hijo de aquel, del hijo de tal y del hijo de Perico el de los palotes —dijo Estefanía en tono molesto sin levantar la vista del bol —siempre acabamos hablando de la vida de los demás, de la vida de mis amigas y sus fantásticas familias como Dios manda. Yo también tengo una vida ¿sabes?, es más, ¡siempre la he tenido! Desde el día en que nací. Resulta obvio, ¿no crees?
—Mujer, solo digo que los niños dan mucha alegría. ¡Qué suerte tienen sus abuelas de tenerlos cerca! —suspiró Rosa.
— ¡Pues quizá tu no seas abuela porque no te lo mereces! — Le espetó Estefanía dejando de batir la mezcla— ¡quizá no hallas merecido nunca ni siquiera haber sido madre! Dime, ¿en realidad, porque tuviste hijos?, dime «madre» —continuo con el corazón acelerado y la mandíbula apretada — ¿por qué siempre me recuerdas que no tengo hijos, como todas mis amigas?… ¡¿Y por qué me subestimas por ello?!
—Estás loca…
— ¡¿Por qué te esmeras tanto con sus niños, y alabas tanto su papel de madres?! — siguió vociferando— no recuerdo tanto amor hacia mí en mi infancia.
— Me estás ofendiendo —dijo su madre estupefacta.
— ¿Ofendiendo, dices?, ¡ya, seguro!, a buenas horas hablas de ofender, ¡déjame en paz! —exclamó Estefanía entre lágrimas— ¡estoy harta!, no entiendes nada… —Y dando un portazo se fue de la cocina.
Entonces, se paralizó el tiempo, la escena se quedó congelada en el aire y un silencio letal llenó la estancia.
Estefanía, transpiraba odio y dolor, que se mezclaba con el olor a azúcar y limón que mantenía en sus manos. Temblorosa, agarrada al volante del coche y embriagada de destrucción, solo podía recordar una lejana tarde de domingo de su infancia. Al dolor actual se sumó entonces, un recóndito dolor del pasado que sumió su cara en una tormenta de lágrimas.
Exhumó el recuerdo de la niña que fue y revivió de nuevo la sensación de desconcierto y soledad que le producía mendigar constantemente la atención y el cariño de su madre. Pero aquel domingo había sido diferente, peor; digamos que descubrió una nueva amalgama de emociones, algunas contradictorias incluso, que como una receta sofisticada llevaba una pizquita de todo.
Se recordó a si misma observando impotente como su madre, ofuscada de rabia, lloraba apoyada en la mesa de la cocina, tras una nueva discusión con la tía Elenita. Siempre tenía problemas con la tía, y ese nuevo disgusto le estaba fastidiando el domingo a Estefanía, que impotente intentaba consolarla.
—¡Tu tía es una desgraciada, la persona más ruin y mala que conozco!, es odiosa.
—Mamaaa, vente a jugar conmigo. Estarás mejor …
—Vete tu si quieres. Yo no estoy de humor.
Y así desde el salón pudo observar como su padre se acercaba a su madre para intentar consolarla, y ella, allí, en su desierto, nerviosa por la situación los observaba. Quisiera ayudarla también y decirle «estoy aquí, yo te quiero, conmigo estarás bien. Abracémonos, no necesitamos nada más. ¿Qué importa la tía Elena si casi ni la conozco?. Te necesito y te quiero mamá ¿eso no te hace feliz?».
Esa noche a la hora de cenar, la tristeza impregnaba el ambiente una vez más.
—Come, Estefanía, no apartes los garbanzos.
—No quiero más, no me gustan —refunfuñó Estefanía.
—¡Eres igual que tu tía! —le espetó gritando— ¡me sacas de quicio!
Esas fueron las primeras palabras, de sucesivas, que ensuciaron el amor de Estefanía por su madre. Toda la compasión que había sentido por ella se empañó. Abrumada, no entendía que estaba sucediendo. El agravio enraizó y fue creciendo, regado por más desprecios, y un día, muchos años después, mientras madre e hija hacían un dulce bizcocho, estalló, esparciendo la ira y el dolor que las ofensas llevan dentro.

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3 comentarios

  1. ¡Hola Anémona!
    Vaya, que puedo decir me ha encantado la discusión con su madre, una señora que no valora lo que tiene porque siempre compara.

    Me ha gustado el texto y conocer el principio de todo ese odio que Estefanía guarda contra su madre.

    ¡Nos leemos!

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 14:11
  2. 2. Gustav dice:

    Hola Anémona.
    Es un relato un tanto trágico pero bien contado. Yo esperaba que el conflicto se iba a resolver, pero vaya, no sé interpretar la última expresión: “muchos años después, mientras madre e hija hacían un dulce bizcocho, estalló, esparciendo la ira y el dolor que las ofensas llevan dentro”.
    Imagino que la tensión sigue entre ellas.
    Me ha gustado, está bien redactado. Enhorabuena.

    Saludos, Gustav

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 17:02
  3. 3. Conrad Crad dice:

    Hola, Anémona
    Tu relato está bien escrito y ambientado. Una pelea madre e hija muy realista plagada de olores y sabores, que a mi, particularmente me gusta mucho. Creo que pierde fuerza y se desinfla al final, quizás porque esperaba algo más fuerte,no sé, una escena mas contundente, más definitiva a partir de la cual se abre la brecha que las va a ir distanciando a lo largo de sus vidas.
    A sido un placer, Anémona
    Nos leemos

    Escrito el 22 febrero 2019 a las 17:17

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