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La ofensa. - por Linzano

Amanecía en Windsor como solía hacerlo habitualmente: un denso banco de
niebla amenazaba con colarse por cualquier rendija indefensa.
—¡ Vamos, Solomon, niños !…el tren sale a las diez en punto—apostilló Abigail
recolocándose su sombrero azul turquesa.
A la hora prevista, el ferrocarril atravesaba el puente de Windsor.A sus piés,
majestuoso, el Támesis parecía despedirles entre remolinos de alborozo.
—Papá, ¿ veremos también dromedarios?—preguntó Alphonse algo excitado.
—No creo, hijo.La humedad y esos animales no son buenos aliados—respondió
Solomon con cierto aire ceremonial.
Era Sábado. La entrada al London Zoo estaba atestada de gente.Abigail
empezaba a quejarse del tiempo esperado guardando cola.Su voluminosa
silueta y su calzado recién estrenado comenzaban a pasarle factura.
—¡Blanche! creo que luego me vas a dejar tus zapatillas un ratito, cariño.
La niña la miró, indolente, mientras, por fín, entraban al recinto.
El típico SMOG se disipaba y solitarios haces de luz se estrellaban entre la
maraña de árboles.
Sorprendía la diversidad de hábitats preparados para cada especie; de pronto
se topaban con un foso acondicionado para felinos como un trozo de glaciar
con una impresionante pareja de osos blancos.
No había transcurrido mucho tiempo cuando decidieron descansar y tomar
un refrigerio, mientras Alphonse y Blanche prosiguieron su entusiasmada visita.
Solomon les indicó que les esperarían allí mismo.
Reparaba Abigail en su taza de café cuando observó un cartel que le llamó
la atención: << NO DEJEN DE VISITAR A KUMBUKA, EL IMPONENTE
GORILA DE LOMO PLATEADO DE 200 KG. Y MÁS DE DOS METROS DE
ALTURA>>.
—¡Tendremos que verlo, Solomon!…siempre he tenido curiosidad.
—Por supuesto, Abigail.Aunque no me especifiques las razones de tu asombro.
Me las puedo imaginar—contestó Solomon con sarcasmo.
A la hora convenida, regresaron los niños y se dirigieron a la guarida de los
primates.
El recinto estaba preparado para que la gente fuese andando alrededor de
la estructura enrejada donde se encontraban cautivos.En el techo, una gran
bóveda acristalada, permitía el contacto visual con el cielo exterior. Se había
dispuesto un perímetro de seguridad que garantizaba la imposibilidad de un
posible contacto directo con los animales. Aún con estas medidas, realmente
impresionaba verlos a una distancia tan corta.
Kumbuka era el centro de todas las miradas.Se le notaba nervioso y excitado.
Incluso tuvo que intervenir un cuidador un par de veces para intentar calmarlo.
Fué Abigail la que lo consiguió…Kumbuka se encandiló de aquella voluptuosidad
andante.Aguardaba impaciente a que diera la vuelta completa y, una vez a su
altura, empezaba a emitir un eructo sordo al tiempo que ella parecía ruborizarse.
Llegó un momento en que hacía más calor de la cuenta. Abigail decidió
despojarse del sombrero y…entonces ocurrió. Kumbuka intuyó que ese gesto
le sugería algo. Comenzó a trepar por el enrejado a gran velocidad y faltándole
un metro para llegar al cristal, enderezó los dos brazos a los barrotes, se
balanceó arqueando las piernas para terminar propinando un zurriagazo que
reventó el techo sin ninguna contemplación.
La gente huyó despavorida. En un par de zancadas, se plantó delante de su
amada quien, entre balbuceos y algún leve plañido, cayó desmayada.Algo
contrariado por el griterío suscitado, la recogió dulcemente entre sus brazos
y se encaminó junto a ella a una especie de almacén situado junto al acuario.
El pánico y sobresalto iniciales, dieron paso a la frustración y la ignorancia.
Solomon no daba crédito a lo sucedido; los niños, en cambio, hacían conjeturas
dispares sin que su padre las oyese.
La seguridad del zoológico, por otra parte, se encontraba ante una difícil
disyuntiva; intentar abatirlo era muy arriesgado, la vida de Abigail correría
peligro.
Al cabo de un par de horas, todo el dispositivo se sorprendió cuando se abrió
la puerta del almacén y apareció Abigail.Su paso era grácil y su semblante
transmitía una mezcla de serenidad y euforia contenida.
Rápidamente, los servicios médicos se encaminaron hacia ella.
—¡Estoy bién, estoy bién…! , Kumbu sí que necesita algún cuidado pero, por
favor, no le hagáis daño. ¡Ha sido tan cariñoso conmigo!

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4 comentarios

  1. 1. Florencia M dice:

    hola Linzano,

    Muy bien escrito tu texto, hay literatura en tus palabras. Ahora el final me pareció un poco un lugar común y me dejó pensando si funcionaría con una inversión de géneros, digamos que no sea siempre la mujer la que se vivifica con un buen sacudón…

    Me ha encantado leerte, hasta la próxima!

    Escrito el 18 febrero 2019 a las 21:18
  2. 2. Littlewriter dice:

    Hola Linzano,
    Me ha gustado mucho tu relato. En mi opinión muy bien redactado.

    Un saludo

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 00:50
  3. 3. Irene Martínez Pérez dice:

    Hola Linzano,

    Me ha gustado el homenaje con un toque paródico que has hecho del célebre filme “King Kong”.
    Hay algunos errores ortográficos como “piés” o “fué”, ambas sin tilde; también está la redundancia de “la imposibilidad de un posible contacto”, pero, fuera de estos pequeños errores, está muy bien redactado. Te felicito especialmente por las descripciones del entorno y de los personajes!

    Un saludo

    Escrito el 22 febrero 2019 a las 22:23
  4. 4. Laura dice:

    Hola Linzano.
    Esperaba un sombrerito mal acomodado y un cigarrito en Abigail al final.
    Algunos detalles ya se han señalado.
    Mis saludos.
    Hasta la próxima propuesta.

    Escrito el 27 febrero 2019 a las 11:48

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