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La ofensa - por Expo

Abrí los ojos, ligeramente confundido. Al intentar moverme, me di cuenta de que estaba atado a una silla de madera.
Intenté situarme. Las insuficientes bombillas que reinaban el techo me permitieron observar, no sin cierta dificultad, aquella gran sala. En ella no había nada; ni máquinas, ni cajas, ni muebles de ningún tipo. Parecía ser un gran almacén. Las paredes, notoriamente oxidadas, solo estaban decoradas por varias rejillas que conectaban con los conductos de ventilación. No encontré ninguna ventana. Tampoco ninguna puerta.
Había un hombre frente a mí que me miraba con una sonrisa de satisfacción. Debido a una incipiente chepa, se encontraba ligeramente encorvado. Me fijé en que sus piernas eran desproporcionadamente pequeñas en relación con su cuerpo; casi parecía un enano. Sus brazos, arremangados, estaban cubiertos de una apestosa mugre que se le acumulaba entre el vello. Examiné su rostro: la nariz, amorfa, parecía hundirse en la piel, dándole aspecto de gorila. Pocas veces he visto a nadie que me causara tal repulsión.
No escondí mi esfuerzo por escapar. Mis intentos de desatar las cuerdas parecían fútiles, pero no pensaba rendirme.
—Mírate. —Se acercó más a mí—. Pensaste que podías darme la espalda, ¿eh? Dejar que los de arriba se llevasen todo el pastel mientras yo me pudría en la mierda.
Parecía tener problemas al hablar. Lo hacía gorgoteando, escupiendo las palabras de su boca.
—Esta es la mayor ofensa que me podrías haber hecho, chico. Había tantas opciones… pero decidiste huir como una rata. Abandonarme.
Me pegó un fuerte puñetazo en la cara que casi me tiró junto con la silla al suelo. Grité de dolor; probablemente me acababa de romper la nariz.
—¿De verdad esperabas librarte de mí tan fácilmente? —Bajó la voz y su tono se volvió más amable—. Todo funcionaba mejor cuando éramos amigos. Lo sabes.
Hizo crujir sus nudillos.
—¿Qué pasa? Ya sé, ya sé. Ellos son los buenos y yo soy el malo, ¿no? Pobrecillo… ¿Te sentías mal?
Otro puñetazo. Definitivamente mi nariz estaba destrozada.
—¿Te sientes mejor ahora, capullo?
Un sonido que me recordaba vagamente al de un extintor empezó a venir de las paredes de la gran sala. Alcé la vista, mareado por el dolor, y vi que un extraño gas estaba entrando al almacén por los conductos de ventilación.
Por suerte, ya notaba ceder las cuerdas que ataban mis muñecas.
—¡Oh! Ahí está. Tu gran plan para acabar conmigo. Menos mal que has tenido la amabilidad de acompañarme en mis últimos momentos. —Una gran y horrenda sonrisa se extendió por su rostro—. Aunque, más que una decisión, diría que es una inevitabilidad que has decidido obviar.
El gas comenzó a cubrir el aire a una velocidad innatural. A los pocos segundos me fue ya imposible ver las paredes; a mi alrededor se había formado una niebla espesa.
Pero él, como si fuera ajeno a la situación en la que se encontraba, siguió hablando.
—Pensaste que te engrandecías dejándome de lado, pero solo te hacías más y más pequeño. Me sorprende cuán poco puede respetarse un hombre.
Comenzó a reír. Aquella risa, repulsiva y estridente, se deslizó por mis oídos y terminó por impactar contra mi cerebro, manchándolo de la misma mugre que cubría sus brazos.
—Mira, chico, a los de arriba no les importas una mierda. Les diste a quien querían, y estoy seguro de que están contentos con el resultado. —Hizo una pequeña pausa. El gas, cada vez más espeso, solo me dejaba ver su figura—. ¿Pero dónde estás tú? Aquí, hundiéndote. Cabreado contigo mismo. Y con razón.
En aquel mismo instante me desaté y acometí contra él con toda mi furia, pero la figura se deshizo al tocarla, dejándome completamente solo en aquel mar de muerte.
Corrí desesperado por todo el almacén. Golpeé los muros de metal hasta que mis manos sangraron tanto que pensé que se me caerían a pedazos. La maloliente sangre salpicó mis brazos, formando manchas amorfas sobre ellos. Grité tanto que sentí romperse mis cuerdas vocales, hasta que solo quedó de mi voz un carraspeo patético.
Nadie apareció. Allí no había ni puertas ni ventanas.
Empecé a toser sin parar. Poco después, las fuerzas me fallaron y caí de rodillas. No pude volver a levantarme. Perdiendo toda esperanza, me fui encogiendo más y más, completamente incapaz de mantener siquiera la espalda recta. De mantener la dignidad.
Lo comprendí en mis últimos segundos de vida, cuando vi reflejado mi rostro en la niebla.
Y comencé a reír.

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3 comentarios

  1. Hola Expo

    Soy vecina de arriba y me toca comentar tu relato.

    La verdad es que no entiendo el final, que es lo que comprende y de qué se ríe y eso deja mal sabor de boca. Deberías de explicarlo.

    Saludos

    Escrito el 18 febrero 2019 a las 13:01
  2. 2. Pepelu Martín dice:

    Un relato que cumple perfectamente el término usual de “me atrapa”… Lo he seguido sin pestañear pensando que en el desenlace se descubrirán cosas: por ejemplo: Por Qué está atado a una silla. Una gran sala metálica oxidada… ¿Que puede ser? ¿El tipo horroroso es un demonio? ¿”Los de arriba”, son los buenos del cielo? ¿Ve su rostro con la nariz rota y se ríe…? ¿De qué?…
    ¡Bueno!… Tal vez hoy no es mi día, pero creo que puedes hacer un segundo capítulo.
    Los diálogos, las rayas, la gramática, son muy buenos.
    Un saludo

    Escrito el 18 febrero 2019 a las 20:12
  3. 3. Amadeo dice:

    Expo:
    Todo muy bien, muy atrapante y fácil de leer, pero el final… NO. No lo entendí ni gustó.
    Si lo cambias o agregas algún detalle, tal vez mejore.

    Estoy en el 88 por si quieres leerlo y comentar
    Cordiales saludos
    Amadeo

    Escrito el 22 febrero 2019 a las 14:38

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