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Pequeños espaciales - por Orión

Yuri y Tobias habían recibido algún tipo de medicamento y luego bajaron los parpados, cansados, dormidos. Ambos eran de países diferentes, de continentes distantes, de culturas desconocidas, pero nada de eso importaba porque todo resultaba igual sobre las vías entretejidas en el universo.
Al instante de entrar en la cuerda fulgurante sabían donde estaban. Sabían donde no estaban. Más allá del ápice del árbol y montaña más alta. Más allá del cielo azul y de Dios. Más allá de la oscuridad que los rodeaban noche y día.
En la tierra se habían encariñado mucho con los trenes que usaban diariamente y se pusieron muy contentos al saber que era un antiguo predecesor que expulsaba humo de su chimenea mientras sus bielas y barras mantenían a las ruedas girando simultáneamente.
Desde la superficie de la tierra se vio un rayo desgarrar la oscuridad por un breve segundo: El viaje había comenzado.
—Me encantan los trenes —señaló Yuri fascinada.
—¡Sí! —Tobias alzo los brazos y corrió hacia una de las ventanas del vagón—. Nunca había viajado en uno de estos.
Las vías no eran vías, sino un camino dorado como las arenas de una playa caribeña que trazaban una curva monstruosa y pronunciada sobre júpiter. En aquella curva Tobias llamó a Yuri y una sonrisa lozana y llena de alegría brillaron junto a ojos bien abiertos porque veían desde el final del tren, el principio del mismo. Esta vez la mirada se concentraba en cada una de las imágenes que, como fotogramas de una película de 35 mm, dejaban ver animados los momentos más significativos de sus vidas en cada uno de los cristales de los vagones.
Al pasar cerca de Betelgeuse las ventanas mostraban a Tobias en la cama de su habitación. En el piso y en los estantes había escalas pequeñas de dos líneas de trenes que cruzaban por su ciudad: Urquiza y San Martín. Su cuarto estaba decorado con pósters de películas como: Pulp Fiction, La cosa, Alien, Tibúron, Harry el sucio, The Truman Show, Blade Runner, Taxi Driver, Good Fellas, entre muchos más. Cabellos rubios y jóvenes descansaban sobre el hombro de su madre. Lágrimas también.
Yuri estaba en la cocina sollozando sin poder comprender porque papá la abandonaba a ella y a mamá. En medio del sonido de las cigarras veraniegas, la pequeña niña de siete años corrió a los brazos de Akira y las lágrimas trazaron un surco grisáceo en la remera blanca de este.
—La parte dolorosa de nuestras vidas también son importantes —dijo Yuri, al tiempo que abrazaba a su compañero de viaje.
—Nos marcan y nos dan a elegir dos caminos, rendirte o seguir hacia adelante.
La locomotora atravesó la Gran Nebulosa de Orión y desprendió hacia los lados una amalgama de colores que salpicaban hacia la oscuridad. En el centro de la nebulosa, en lo más profundo y alejadas se encontraban en un un hueco cuatro estrellas que estaban dormitando, pero fulguraban las cuatro pequeñas y los destellos cruzaban nubes estelares rojas, verdes, amarillas y azules para llamar la atención de los curiosos que mantenían los pies sobre la tierra, pero un ojo en el cielo. Los colores diáfanos quedaron atrás y volaron los cisnes, que provenían de la constelación del mismo nombre, y acompañaron a los pequeños viajeros en el tiempo, pues en verdad ellos estaban volviendo al origen de todo lo que sus diminutos ojos de luceros veían.
Al igual que el cisne un animal hermosamente gigante apareció de la nada y saltó sobre ellos. La ballena dejaba a su paso una estela de pequeñas lágrimas que resultaban ser estrellas nacientes, e increíble fue que ambos pequeños trajeran los recuerdos de la tierra a su cabeza y pudieran proyectarlos en las ventanas del tren.
Tobias soplaba la brillantina sobre una cartulina negra y los diminutos granos brillantes se adherían al pegamento que escribía “HÉROES”. Debajo de las letras los cascos relucían con un rojo pasión y bomberos alzaban los brazos hacia las heroicas letras que los aclamaba.
Por otro lado, la pequeña Yuri amontonaba todos los colores de la brillantina sobre sus palmas unidas y las dejaba caer mientras las frotaba. Una lluvia de pequeños destellos nacían cuando los rayos del astro las alcanzaba y al caer dibujaban un inmenso sol arriba y dos margaritas que crecían con intensa convicción abajo.
La oscuridad engalanada de luces se terminaba en un único punto resplandeciente que podía caber en sus pequeñas palmas: El viaje había terminado.
Los parpados volvieron a levantarse.

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4 comentarios

  1. 1. Esteban RF dice:

    Hola Orión,el relato me ha llenado de ternura, te transporta a un universo muy hermoso como pueden ser los sueños de niños dando una lección de lucha en momentos malos y la forma de describir en muy buena, bastante profesional y tiene un rico vocavulario, la crítica, por ponerle alguna es que le falta algo de emoción,pero es una opinión mía solo. Sigue escribiendo como sabes.

    Un saludo

    Escrito el 18 abril 2019 a las 14:12
  2. 2. Esteban RF dice:

    Perdón puse vocavulario y no vocabulario jeje

    Escrito el 18 abril 2019 a las 14:14
  3. 3. bochi dice:

    rendirse o seguir adelante…Don Freud diría que nunca hay dos opciones sino tres…por ejemplo que alguien se quede donde está…

    Escrito el 19 abril 2019 a las 22:05
  4. 4. Orion dice:

    Hola, Esteban RF. Gracias por tu comentario. Leyendo otra vez puedo pensar que si carece de un poco de emoción, aunque te digo la verdad cuando sentí que lo hacía con la mayor emoción del mundo. Voy a tratar de mejorar en eso entonces. Gracias! Que andes bien!

    Escrito el 20 abril 2019 a las 18:27

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