Origen - por Fera FeraL

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—No se pueden tener ideas originales con los plomos fundidos, y eso es lo que me pasa, mi mente se ha vuelto adicta al fast food sensorial. El entorno me bombardea constantemente con información que no necesito y yo quiero más y más cada vez. Pero luego, a la hora de crear, mi mente ya no funciona, me siento estéril.

—Relájate, simplemente relájate ¿Vale? Te comes demasiado el coco ¡Tienes que fluir más! Relájate y escribe, sobre todo escribe. Sé lo que estás pensando ¿Qué vas a hacer si no sabes sobre qué escribir? Bueno, pues entonces escribe que no sabes sobre qué escribir, o sobre eso de los plomos fundidos. Tu problema es que no entiendes cómo funciona esto, te crees que es como un viaje vacacional, quieres saber cuál es el destino antes de montar en el avión, sentarte y disfrutar del trayecto, pero esto no funciona así.

Hizo una pausa, sabiendo que tenía la atención de Damián y el resto de los presentes, dio un largo trago a su margarita y continuó.

—Escribir es más como la vida, no tienes ni puta idea de lo que estás haciendo la mayor parte del tiempo, pero tienes tu intuición y esta te hace de guía. A veces haces planes a corto o largo plazo o a veces sabes dónde vas a estar en un momento determinado, intentas planificarlo todo para reforzar la sensación de qué tienes el control, pero en el fondo, o no tan en el fondo, sabes perfectamente que nada es seguro, que puede atropellarte un tráiler o salirte un cáncer en cualquier momento e irse todo a la mierda. Así que tienes dos opciones: o te vuelves loco, o lo aceptas e intentas encargarte de lo que realmente está en tu mano.

Damián, perplejo tras el monologo, no estaba seguro de si había entendido o no lo que el escritor quería decirle. Este, viendo la cara del chico, sentenció en tono resignado.

—Mira, lo que te quiero decir, es que el mundo de las ideas en realidad no existe y está fuera de tu control, la diferencia la marcan las acciones. Tú decides si sigues soñando con escribir una novela o pasas a la acción y la escribes. Ese es mi consejo: pasa a la acción.

Y hasta ahí llegó su paciencia, se terminó la copa y salió de la cocina sin decir nada más.

…

Años después a Damián le encantaba contar aquella historia. Primero, hacía una introducción hablando de su época de pinche de cocina y de su sueño; convertirse algún día en un escritor reconocido. Luego, con gran solemnidad, hablaba de la convención de literatura que se celebraba anualmente en el hotel donde trabajaba, y de la ocasión en la consiguió hablar con uno de los tiburones invitados a la misma.

No necesitaba narrar el tercer acto, ya que tenía la costumbre de contar los dos primeros mientras enseñaba lo que él llamaba “La sala del tesoro”; una habitación repleta de vitrinas donde conservaba los originales de sus manuscritos junto con los premios que había conseguido en su carrera.

Mientras mostraba la sala a sus invitados señalaba aquella charla como su punto de inflexión particular, y, a veces —normalmente cuando se había pasado con el Verdejo— añadía, forzando el tono misterioso, lo extraño que le resultaba no haber conseguido localizar de nuevo a aquel gurú de la escritura. Ya que lo había intentado, una y otra vez a lo largo de los años, para agradecerle aquel discurso de apenas cinco minutos que había conseguido cambiarle la vida.

Y así fue, hasta que un día, uno de sus invitados le dijo:

-Quizá yo pueda ayudarte a encontrarlo.