LA INUTILIDAD DEL TIEMPO - por A.R.P.A

LA INUTILIDAD DEL TIEMPO

Siglo veintitrés…
Don tiburón no tenía aun conciencia de la conexión que realizaba como viajero del tiempo circular. Experto cosmonauta a sus venticinco años; era robusto, corpulento, seguro de sí mismo, ojos expresivos, cabello negro y ensortijado. Un día, emprendió su propia aventura, mientras se recreaba asímismo en la inutilidad del tiempo. Ese escape lo arrastraría a la excitante sensación de adrenalina que recorría su sangre. Avanzaba por caminos peligrosos hacia un desenlace inimaginable.
Ganímedes era el hogar de Doña cocina y Don tiburón, un satélite poblado de estrellas, con un extraordinario campo magnético que los mantenía unidos, y donde compartían desdichas y travesuras. Jamás se dieron cuenta que poderosas y oscuras energías comenzaban sutilmente a contaminar su corazón.
Desde hace mucho tiempo, padecían de una feroz rivalidad. Perdieron su conexión con la sabiduría interior. La separación entre vecinos sólo carcomían su felicidad y les impedía ver más allá de sus ojos físicos.
¡Nadie sabía que estaba sucediendo! ¡Nadie!

Los intrincados y mágicos parajes de Ganímedes consentían plácidamente corretear a Miss margarita por el espacio satelital -persiguiendo rutilantes luceros-, una joven de baja estatura, de rostro limpio y sonrosado; ojos grandes y pelo ensortijado que revelaba una marcada inocencia, y requería de manera disimulada la atención de Don tiburón. Le exigía que debían escapar…Si…, ¡Escapar!, esa era la palabra que reiteraba, y le daría en instantes sentido a la inutilidad del tiempo.

La nave guardaba en su interior -cual útero fecundado- a los tripulantes.
Pero, ¿Quién tripulaba la nave? Una mujer aguerrida, experta aeronauta y conocedora de las profundidades del espacio sideral y del alma humana. Era una joven trigueña y atractiva, de ojos grandes, mirada frontal, suavizada por una permanente y dulce sonrisa. Doña cocina, esposa fiel y abnegada de Don tiburón. Ella resguardaba dentro de sí una sublime energía que demandaba afecto y ternura.

De pronto, una fatídica noche, el disco lunar se iluminaba como nunca antes. Esa luz radiante se mezclaba rabiosamente con el fuego que salía con ímpetu del hogar de Doña cocina. Fue imposible sofocarlo; con el viento a favor, las lenguas de fuego azules y anaranjadas continuaban su camino y destruían sin piedad al satélite de las estrellas.
Después de esa terrible devastación ninguno de los pobladores de Ganímedes, durmía en paz. El miedo, la rabia y la desesperación les impedía conciliar el sueño. El fuego sentido en las noches y el calor asfixiante de los días eran interminables.
Algunos habitantes se esforzaban en controlar el incendio, pero uno de ellos con mirada ardiente de indignación señaló que ese fuego había sido provocado.
Y, tú…, ¿qué crees?.
Aquella noche, mientras Doña cocina y Don tiburón dormían. Su hogar era asediado con saña y violencia. Destrozaban puertas, irrumpían con gritos feroces al interior. Buscaban a los culpables. Aterrados, huyeron dejando todo atrás. Y justo en ese momento, Miss margarita, su vecina, era atrapada. ¡Imploró ayuda!
Don tiburón, un hombre valeroso, regresó dispuesto a salvarla. En segundos la miraba, y su mirada inocente lo enterneció. La tomó con delicadeza; en ese momento, la arrastró hacia sí mismo. Y…, ¡logró rescatarla!
¡Corre!, margarita ¡Corre!
Entretanto, Doña cocina sostenía su incipiente barriga con sus pequeñas manos. Escapaba despavorida del lugar…, aturdida corrió hacia la puerta de la nave. ¡Le era imposible abrirla!
En ese momento, Don tiburón apartó suavemente a Doña cocina de la puerta; tomó el asa; intentaba abrirla, ¡no podía! Insistió…¡el asa se rompe!
…Entonces…, al girar su cabeza, miró con horror la multitud que se acercaba amenazadora, y dispuesta a atraparles. Intuyó lo peor. Usaría su cuerpo como escudo y con los brazos extendidos en cruz, y con el terror marcado en sus pequeños ojos, intentaba de algún modo proteger de sus agresores a Miss margarita y a Doña cocina.
En ese momento emergió entre la muchedumbre, una voz áspera, penetrante; alguien que gritaba:
— ¡Déjalos que huyan! ¡Sus días han sido contados!
Sorprendidos…, las miradas se volcaron hacia “Ese”…que gritaba, y con voces inquisidoras -preguntaron- ¿Qué has dicho?
—“Ese alguien”…, intuía lo que había sucedido, y respondió con una apocalíptica sentencia:
—Doña cocina ha devuelto el tiempo; surcará con su nave el insondable, enigmático e incierto espacio donde se fragua lo circular, en un viaje efímero, luminoso, y relativo. Al final del próximo ciclo ella renacerá otra vez… en otro… tiempo.
…Entonces…, Don tiburón…, abandonado, sumergido en su profundo dolor y postrado ante la muchedumbre:
Reconoce que Doña cocina era su esposa; mientras…, Miss margarita, sería su amante…, hija por nacer.