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Algo de gastronomía - por Pandora

—¡Charlie, querido! —El señor Allister dejó caer el cristal plano al oír que la cantarina y demasiado aguda voz de su mujer se acercaba al sofá.
La señora Allister era una gran mujer: sensible, generosa, inteligente… e incansable. Para lo bueno y para lo malo, como decían sus votos matrimoniales, la señora Allister tenía una determinación imparable para casi todo en la vida. Este era un rasgo que nunca desagradó demasiado a su marido; muchas veces incluso le resultaba una cualidad.
Pero cuando los viajes en el tiempo empezaron a resultar asequibles para la clase media a la que pertenecían, los domingos de lectura del Informativo Global Unitario del señor Allister se vieron irremediablemente mermados.
—¡Mira Charlie! —los ojos de la mujer brillaban casi tanto como el fosforito de la publicidad que mostraba el cristal rectangular—. ¡Aleta de tiburón en el Antiguo Japón! Tenemos que ir, Charlie. ¡Es una ocasión única!
El señor Allister cogió el cristal resignado. Nada le resultaba novedoso. Los únicos viajes en el tiempo que se permitían a la población eran gastronómicos. Era difícil en extremo alterar el pasado comiendo un día en un restaurante. Habían hecho algún viaje antes, y sí, había estado bien, pero ciertamente su mujer era mucho más entusiasta con el tema.
—Nuestro aniversario es en dos semanas, ¿por qué no celebrarlo esta con el viaje?
—Está bien, cariño, compraré los billetes esta tarde. —El señor Allister sonrió a su mujer. Al fin y al cabo, en la Era de lo sintético no estaba mal probar algo natural de vez en cuando. Y así a lo mejor averiguaría de qué animal se trataba ese “tiburón”.

En la entrada de la puerta de embarque hacia el Antiguo Japón el señor Allister mostró el cristal a su mujer.
—Hilda, ¿sabías lo que es un tiburón? —La pantalla transparente mostraba ahora a todo color un magnifico ejemplar. El primero que ambos veían.
El señor Allister suspiró, esperando que supiera mejor de lo que parecía, mientras traspasaba, ya vestido de manera apropiada y sin el cristal, el marco metálico.

Charlie y Hilda se encontraban sentados en el restaurante japonés. Su implante les permitía comunicarse con fluidez y de manera apropiada para la época, aparte de proporcionarles los datos históricos necesarios para no desentonar. La cocina del restaurante quedaba al descubierto, en medio de la gran sala, y el chef manejaba los cuchillos frente a los comensales con la mayor de las maestrías. El señor Allister miró a su mujer, que a su vez parecía hipnotizada por los movimientos del cocinero. Sin duda, era una mujer extraordinaria, y aunque no tenía la más mínima gana de comerse la aleta de aquel animal tan poco apetecible, parecía el menor de los esfuerzos si con ello lograba hacerla feliz.
Tras una amena comida, ella se paró un momento en el jardín, justo a la salida del restaurante. «Toma, cariño. Feliz cuadragésimo aniversario» dijo ofreciéndole un paquete a la vez que le besaba en la mejilla. Mientras rompía el envoltorio el señor Allister se maldijo por no haber pensado en el detalle de adelantar también el regalo. Era un programa para insertar en la pantalla grande de casa que Charlie esperaba desde hace meses. Casi se le escapó una lágrima, por lo que desvió la mirada. Y entonces vio esas hermosas margaritas. Verdaderas, no sintéticas.
—Muchas gracias, Hilda. Ve adelantándote, creo que me he dejado algo en el restaurante.
La señora Allister mostró extrañeza pero obedeció a su marido, ya que se les hacía tarde y debían regresar con el grupo.

Ya de vuelta en su presente, Hilda se encontraba sentada en el sofá, con la pantalla de cristal en las manos, apagada. Charlie no le había regalado nada. Aunque bien era cierto que no puso ninguna objeción al viaje cuando a él no le gustaban especialmente esas cosas. Aun así, no podía quitarse esa sensación de amargura.
Cuando levantó la mirada, su marido le tendía un ramo de margaritas.
—Me había dejado esto en el restaurante.
—¡Charlie, es ilegal! —la señora Allister le abrazó con fuerza.
—Les conté a los de control que era un pobre hombre enamorado en su cuadragésimo aniversario.
Hilda rio y le besó, y en aquel momento los dos estuvieron completamente seguros de que les quedaban, por lo menos, otros cuarenta años de felicidad.

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3 comentarios

  1. 1. rafael mendoza dice:

    Saludos, Pandora.
    Que historia romántica, conservando bellas tradiciones en el tiempo, viviendo las posibilidades del futuro sin renunciar a expresiones que serían anacrónicas, pero muy válidas para los románticos.
    Un par de bobadas: En el primer párrafo te sugiero cambiar “al oir que la cantarina y demasiado aguda voz de su mujer se acercaba al sofá” por: “al oir la cantarina voz de su mujer que se acercaba al sofá”.
    “Charlie y Hilda…”, Charlie e Hilda…
    Simplemente creo que te faltó revisar con cuidado y quedaron esos dos diablitos.
    Buena historia, felicitaciones.

    Escrito el 18 abril 2019 a las 22:54
  2. 2. Josè maría dice:

    Hola pandora ,me extraña que a estas altura no tengas más comentarios,por lo visto con las vacaciones algunos se han dejado el pc en su casa ,buen relato romántico me ha gustado .mi relato es el 43 por si te quieres pasar .insisto que por lo menos los tres de delante y de detrás hay que comentar entre ellos.Un saludo

    Escrito el 23 abril 2019 a las 20:03
  3. 3. Dama de Bailalunas dice:

    Hola Pandora,

    Bonito relato romántico y futurista.

    Es tranquilo y con un bonito final. Muy agradable de leer.

    Saludos.

    Escrito el 29 abril 2019 a las 15:54

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