Aquel barco, el Horizonte, surcaba las aguas turbulentas del Atlántico con mucha fuerza . No era un barco común, el Horizonte había sido construido para un propósito muy especial: transportar a las personas que buscaban respuestas, o tal vez, huir de las suyas.
A bordo de ese coloso flotante viajaba Olga Antón, una actriz famosa que había llegado a la cima del cine de terror en la última década. Con una belleza que desbordaba las pantallas y una habilidad única, había protagonizado más de una veintena de películas que la hicieron ser reconocida y venerada por sus seguidores. Pero, detrás de esa imagen perfecta, se escondía un secreto que sólo unos pocos conocían: Olga no había alcanzado el éxito de manera limpia.
En la madrugada, mientras la mayoría de los pasajeros dormían, Olga se encontraba en la cubierta del Horizonte, contemplando la inmensidad del mar. El aire fresco le acariciaba el rostro, y el sonido de las olas rompía el silencio, su mente estaba lejos. Una profecía había comenzado a atormentarla desde el momento en que subió al barco.
La profecía había llegado de manera inesperada, en una reunión secreta con su productor. Él le había ofrecido un trato, uno de esos que no se pueden rechazar. Le prometió que podría ser la protagonista de la película más taquillera de todos los tiempos, una producción que cambiaría la historia del cine. Pero había un precio que pagar: el soborno. Un trato sucio, como esos que siempre salían a la luz tarde o temprano.
“Todo tiene un precio, Olga”, le había dicho el productor con una sonrisa cómplice, “y en este negocio, el precio es más alto de lo que te imaginas. Pero no te preocupes, tengo la solución. Necesito que mires más allá de lo evidente. Hay algo en ti que ni siquiera tú entiendes por completo”.
Olga había aceptado, atraída por la idea de la fama eterna, sin pensar en las consecuencias. Durante semanas, había sido el centro de una conspiración de sobornos que involucraba a políticos, ejecutivos de estudios de cine y otras figuras influyentes.
La noche antes de embarcarse en el Horizonte, recibió una carta sin remitente. Dentro, una sola línea: “El mar traerá la verdad, pero también el castigo.”
Al principio, pensó que era solo una broma, o tal vez una amenaza vacía. Pero a medida que las horas avanzaban y la lancha se alejaba del puerto, un sentimiento inquietante empezó a crecer en su pecho. La sensación de que todo lo que había hecho en su vida, todo lo que había alcanzado a través de sus decisiones y sacrificios, estaba a punto de desmoronarse.
En ese mismo instante, se le acercó un hombre extraño, Su rostro como si estuviera marcado por algo que no pertenecía al mundo de los vivos. Le sonrió, pero no de manera amable.
“¿Sabías que las estrellas han hablado de ti?” le dijo con voz grave.
Olga se giró, nerviosa, y respondió con sarcasmo: “¿Una profecía? ¿En serio? ¿Eso es lo que tienes para ofrecerme?”
El hombre la miró, sus ojos reflejaban una sabiduría antigua, casi mística. “No es una profecía cualquiera. Es la verdad que estás buscando. Lo que hiciste, lo que has permitido hacer, no quedará impune. El mar te lo llevará todo, Olga. El éxito tiene un precio, y no sólo se paga con dinero.”
Olga frunció el ceño, sintiendo que el frío del océano la envolvía.
El hombre fijo su mirada, fue suficiente. Olga comprendió que no estaba ante un consejero espiritual. Algo más estaba en juego.
Esa noche, mientras se encontraba en su camarote, una oleada de arrepentimiento la invadió. Recordó las palabras del productor, cómo le había dicho que todo lo que deseaba estaba a su alcance, pero que debía estar dispuesta a hacer lo que fuera necesario.. Aceptó el soborno, aceptó el trato sucio, y ahora, en medio de esa tormenta interna, se preguntaba si había llegado demasiado lejos.
El barco comenzó a moverse con más fuerza, como si el mar estuviera respondiendo a su angustia. De repente, la voz del extraño se escuchó nuevamente en su mente: “El destino está marcado, Olga. Lo que has sembrado, lo cosecharás.”
El Horizonte no era solo un barco, era un escenario, y el final de su película estaba por ser escrito. Pero esta vez, el guion no lo dictaba un director. El guion lo escribía el destino.