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La última frontera - por Uxía de AvellanedaR.
Web: http://creapixeletra.blogspot.com
Hoy es el día uno del mes de mayo. Es una fecha señalada para todos los miembros de la familia Avellaneda. La abuela María estaría de aniversario. Hace más de veinte años que ya no está entre nosotros pero su recuerdo permanece indeleble en nuestra memoria, en la memoria colectiva de sus nietos.
Aprovechando que es festivo y que vivimos todos en un radio de cincuenta kilómetros, nos reunimos siempre y la honramos como la gran hacedora de la familia, la abuela María, trabajadora, humilde, amable, generosa y dispuesta a cobijarnos entre sus enormes brazos arrugados, de pieles caídas pero firmes en su determinación de ofrecernos complicidad y cariño a cada uno de sus nietos.
Disculpad que no me haya presentado antes. Creo que ya me conocéis. Soy Uxía Avellaneda, la tercera en la fila de nietos. Tengo cuarenta y cinco años. La mayor es Maite, que tiene ahora cincuenta y dos. Sofía tiene cuarenta y el más joven es Pedro, con treinta y cinco. La fiesta del Primero de Mayo es completa, pues ya de mañana nos reunimos todos, los nietos carnales, las respectivas parejas de cada uno de nosotros y a veces, cuando no queda más remedio, también vienen los niños.
Este año ha sido así. A Pedro y a su mujer Mónica les ha sido imposible dejar al inquieto Gael al cuidado de vecinos o familiares, así que entre todos y haciendo turnos, nos responsabilizaremos de su atención. Tiene dos años y medio. Es un auténtico torbellino, inquieto y curioso hasta rozar el peligro. Como ya lo conocemos, procuramos que no nos coja desprevenidos. El mes pasado sus padres tuvieron que llevarlo a urgencias. Se deslizó como un autómata con un patinete por una pendiente y se rompió dos dientes. Tuvieron que darle puntos también en el labio, pues era imposible cauterizar la herida de otro modo.
A Sofía no le gustan los niños. Ella se ha traído un caniche blanco nuclear. Prefiere los viajes y el cuidado personal extremo. No faltan los bolsos de marca, la manicura francesa y los tratamientos blanqueantes para los dientes. El azar caprichoso quiso que fuese ella quien diese la merienda a Gael. Su blusa rosa palo simulaba un mosaico al acabar. Los restos de iogur, de plátano y de chocolate dispuestos cual teselas en armónica composición. Cuando Sofía fue consciente de la magnitud del desastre se levantó escopeteada al baño y al ver su imagen reflejada en el espejo gritó horrorizada. Lo peor fue la discusión que se montó en la mesa, pues en medio de los restos de comida, asomaban en los puños unas motas de óxido cuya procedencia desconocían.
Fue en el momento de recoger la vajilla y los cubiertos cuando se aclaró el incidente. En el cajón donde reposaban tenedores y cuchillos se alojaba también la cucharilla con la que habían dado la merienda al pequeño Gael. En medio, casi descompuesta y oxidada, la vieja llave del desván. Con rapidez asociaron las manchas de la blusa de Sofía con la llave pero la controversia vino después, cuando unos querían acceder a los secretos que la llave pudiese guardar y otros recordaban la seriedad de la abuela María prohibiendo el paso al desván.
Venció la curiosidad, el espíritu osado de la mayoría. Con dificultad introdujeron la llave en la cerradura y la puerta, última frontera a un mundo desconocido, cedió con dificultad, quejumbrosa, haciendo chirriar los goznes.
Lo primero que encontraron fue un viejo cofre. Contenía una especie de pergamino con un mensaje cifrado del que se encargó Pedro, que para eso era ingeniero informático. «El blanco impoluto no significa nada, la vida a su paso va dejando cicatrices, arrugas y señales no sólo en el cuerpo físico, también en el alma. Y los muebles, las cosas que nos rodean, también sufren las vicisitudes de la temporalidad. Ojalá la carcoma no se adueñe nunca de vuestros espíritus y sigáis siempre curiosos y determinados a atravesar la última frontera, pero no olvidéis nunca que sois una FAMILIA. Sigo en otra dimensión orgullosa de todos vosotros y de vuestra desobediencia. A propósito y fuera de lugar dejé la vieja llave para que el óxido os diera la pista a seguir. El próximo año os espero. La tarta de trufa tenía una pinta deliciosa. Por favor, acordaros de que era la favorita de la abuela María y lo sigue siendo. Os querré siempre, la abuela».
Desde entonces, siempre reservan una ración de tarta. De trufa, por supuesto.
Comentarios (2):
Eviana
20/05/2025 a las 15:18
Hola Uxia de Avellaneda.La añoranza por un ser querido que ya no está entre nosotros es muy común, especialmente en las citas familiares donde ese vacío se hace más evidente. En tú relato describes muy bien esas , un tanto caóticas ,reuniones. Por otro lado me ha divertido la astucia de la abuela María y sus pistas .Una historia entretenida.Me ha gustado.
Chus Galego
24/05/2025 a las 06:50
Buenos días, Uxía.
Entiendo que tu relato es autobiográfico como homenaje a tu abuela, por lo que resulta muy emotivo. También observo la historia tiene como finalidad recordar la lección de vida de la abuela hacia sus nietos. Desde mi punto de vista le faltaría algo de acción y también un cierto misterio. Pero supongo que tu intención era recordar la lección de tu abuela, así que me parece que ese objetivo está bien conseguido.
Un saludo.