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La llave del faraón - por Ricardo S
Nunca le había prestado demasiada atención al viejo aparador heredado de la abuela Carmen. Estaba lleno de trastos inútiles: cucharillas desparejadas, abridores oxidados y algún tenedor con el mango torcido. Pero esa mañana, mientras buscaba una simple cucharilla para el café, la vi.
Una llave oxidada, delgada y alargada, con inscripciones casi borradas que no reconocía. No parecía encajar con ninguna cerradura moderna.
Esa misma tarde, recordé los diarios de mi bisabuelo Ramiro López, un apasionado egiptólogo que en los años 30 participó en las excavaciones del Valle de los Reyes, en Egipto. Siempre se habló de que, tras una expedición especialmente peligrosa, regresó a España en silencio, con la mirada perdida… y una caja que nunca permitió abrir.
Busqué entre sus papeles y, en uno de los cuadernos encuadernados en cuero, encontré una ilustración: la llave, idéntica, dibujada con precisión milimétrica.
Intrigado, removí cielo y tierra hasta encontrar la caja. Estaba escondida en el desván, bajo una manta polvorienta. La llave encajó con un clic seco. Dentro, encontré un mapa dibujado a mano, amarillento, con coordenadas que apuntaban a una tumba jamás registrada en los archivos oficiales: la tumba de Nebkamun II, un faraón maldito, olvidado por la historia y borrado de las listas reales.
Poco después, viajé a Egipto. Me uní a un pequeño grupo de arqueólogos independientes con los que logré permiso para excavar en una zona olvidada cerca de El-Qurna. No tardamos en encontrar indicios: columnas semienterradas, jeroglíficos mal conservados y, finalmente, una puerta de piedra con el símbolo de Anubis mirando al este. La cerradura parecía puramente decorativa, pero al introducir la vieja llave… algo se movió. La puerta se abrió, desvelando una escalinata descendente. Bajamos con cuidado, iluminados solo por linternas. La cámara principal era impresionante: relieves dorados, jarras intactas y un sarcófago de basalto negro, sellado. En las paredes, inscripciones advertían en jeroglíficos:
“Quien robe el descanso del rey olvidado, despertará la sed del desierto eterno.”
La cámara funeraria, justo detrás del sarcófago, contenía lo impensable: joyas, esculturas en oro macizo, papiros intactos y un objeto central: una máscara funeraria.
Pero algo no estaba bien. Uno de los miembros del equipo, Hassan, tocó una de las piezas… y un estruendo se oyó al fondo de la cámara. Como si algo despertara tras siglos de sueño.
Volví a leer los diarios, y allí lo entendí: él había sellado la tumba a propósito. Había robado la llave, no por codicia, sino para evitar que otros desataran el castigo de Nebkamun II, el faraón condenado por desafiar a los dioses.
Las noches en el campamento eran cada vez más inquietantes. Las sombras parecían moverse solas y el aire tenía un olor metálico. Las pesadillas se sucedieron. En ellas, una figura encapuchada me llamaba por un nombre que no conocía: "Menjeperra".
Ese mismo día, mientras examinaba el colgante que siempre llevaba al cuello —una especie de anj de marfil que heredé sin explicación de mi madre— Hassan me señaló algo curioso:
—Eso no es marfil. Es hueso. Y lleva grabado el cartucho real de Nebkamun II.
Entonces todo encajó. Mi bisabuelo Ramiro no había sido solo un arqueólogo. En uno de sus diarios olvidados, entre apuntes científicos y descripciones, había dejado una confesión: durante su estancia en Luxor, se había enamorado de una mujer egipcia, descendiente de los guardianes de Nebkamun II. Su hijo —mi abuelo— fue fruto de esa unión. Una rama secreta de la estirpe real, escondida durante siglos.
Mi sangre… era la sangre del faraón.
Esa noche regresé solo a la tumba. Entré en la cámara principal y me acerqué al sarcófago. Al tocarlo, la piedra vibró. Las inscripciones se iluminaron levemente, como si reconocieran mi linaje. Un compartimento secreto se abrió, revelando un espejo de obsidiana y un papiro final.
El mensaje era claro:
“Solo tú, heredero del trono maldito, puedes devolver el equilibrio. El tesoro no te pertenece. Tu destino no es poseer, sino custodiar.”
Sellé de nuevo la tumba. Enterré la llave en el mismo cajón donde mi bisabuelo la había guardado y dejé el colgante sobre el sarcófago.
Hoy, de regreso en España, cada vez que paso frente al aparador de la abuela Carmen, siento que algo me observa. Ya no sueño con oro, ni con serpientes, ni con templos. Sueño con arena, con una barca cruzando el Nilo… y con un trono vacío esperando a alguien que nunca quiso reinar. Y aunque el mundo jamás conocerá la historia completa de Nebkamun II, yo sé que mi sangre la guarda.
Comentarios (9):
@HenkoSlowLife
19/05/2025 a las 18:35
Un relato que va de lo cotidiano a lo ancestral con gran fluidez. La llave no solo abre una tumba olvidada, también desvela un legado de linaje y custodia.Me ha encantado leerlo. Gracias
Clarinete
20/05/2025 a las 19:04
Tu relato es muy aventurero, es una historia que bien merece un libro de la historia de tu bisabuelo, y de tu bisabuela.
Me ha gustado la historia, muy bien relatada, con todos sus detalles te introduces en ella.
Si me permites un pequeño detalle, yo la hubiera acabado con un giro que sorprendiera al lector.
Un saludo
Clarinete
Julia Liendo
21/05/2025 a las 06:27
Muy bueno. Felicitaciones.
Ricardo S
21/05/2025 a las 09:44
Muchas gracias a todos por los comentarios
ABAL
21/05/2025 a las 14:44
Dicen que hay tantas estrellas en el firmamento de la noche como granos de arena en el desierto. Jamás lo sabré, Dios me induce el sueño cada vez que inicio la cuenta. Lo que sé es que me ha entretenido y que es una de esas historias que bien se merecen un libro. Enhorabuena.
Karx
22/05/2025 a las 23:44
La arqueología me fascina, al igual que tu relato, con la llave como ya dijeron lo abre todo el misterio del faraón y su sangre vinculada con el mismo. Es muy buena historia. ¡Felicidades! Ojalá te vuelva a leer 👍🏼
Ricardo S
23/05/2025 a las 16:59
Muchas gracias Karx. Si, seguro que publicaré más textos porque son una buena práctica para mejorar mi escritura, especialmente sobre el Antiguo Egipto
Alberto Suárez Villamizar
24/05/2025 a las 01:18
Hola Ricardo S
Me parece muy creativa tu historia hasta el punto de hacerla creíble. Aún siendo una fantasía la manejas de tal manera que parece ser real.
Manejas muy bien el desarrollo de la historia y llevas al lector a pensar muchas cosas durante su lectura, respecto al porqué esa manifestación en la tumba del Faraon. Felicitaciones por esa trama tan interesante, y en especial por ese inesperado final.
Te haría una observación: al escribir siempre es bueno releer la historia para buscar que no haya respeticiones o asonancias en las palabras utilizadas, como te ocurrió en el tercer parrafo: “en uno de los cuadernos encuadernados”, pudiste utilizar la exprexión forrados, empastados, u otros. Sin embargo, esto no le quita merito a tu historia, es una corrección para mejorar; no te preocupes, yo tambien a veces cometo esos errores.
Finalmente, te invito a visitar mi historia ubicada en el #9
Codrum
25/05/2025 a las 21:18
Hola, Ricardo.
Gracias por compartir este texto con nosotros.
La verdad que me ha gustado y muchos un bonito relato de aventuras.
Al tener tanto viaje ( desván, campamento, Egipto, España) los saltos se me hacen muy bruscos . Cosa que es bastante normal al tener que ceñirse a tan pocas palabras.
Pero un salto de escenario me resultó demasiado brusco: cuanto se encuentra frente al sarcófago y de repente está leyendo su diario.
Pese a esos pequeños detalles, completamente justificados, he de reconocer que me gustó el ritmo que imprimiste a la obra. Lo leí deseando saber qué pasaba.
El giro final es muy bueno también.
En cuanto al taller, no cabe duda de que la llave es el detonante.
Buen trabajo
Pd: si tienes algún comentario a mi reseña, por favor, responde en mi texto. ( no hace falta que lo leas o lo comentes si no quieres) es simplemente para no perderme tu comentario.