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La vuelta de la plaga - por Carlos G. Esteban

Web: http://entrecortesiaycolofon.wordpress.com

Cuando abrí el cajón de los cubiertos supe que la pesadilla volvía a comenzar. Espantada, comencé a balbucear sinsentidos, retrocediendo los dos pasos que permite el tamaño de mi cocina hasta topar con la nevera. Las rodillas no me aguantaban. Resbalé hacia el suelo, tirando con mi espalda los imanes que agarraban las notas de la compra y los vales de descuento. Las lágrimas emergieron, dolorosas y saladas. No podía, no quería creer que todos los esfuerzos del último año habían sido en vano, que había fracasado y que, tras un engañoso mes de tranquilidad, los duendes volvían a colonizar mi hogar.

En la ocasión anterior comenzó de la misma forma. Encontré, en el plato de la ducha, una llave antigua, diminuta y oxidada. Al recogerla, oí por primera vez la irritante risilla duéndica que aún no sabía reconocer. Pensé que aquel sonido provendría de la televisión del vecino y no le di ninguna importancia. Pronto, comenzaron a aparecer objetos absurdos por toda la casa: monedas etruscas, minilámparas de aceite, patucos acharolados… y, a su vez, los pequeños tesoros que eran mis posesiones se desvanecían o eran vandalizados. Un día me rajaban todas las camisetas. Otro, me desaparecía la cafetera. Compré cuatro antes de rendirme. En mi calzado encontré chinchetas, pintura, gusanos… Incluso provocaron un pequeño incendio que calcinó la televisión. Cada gamberrada, además del disgusto, conllevaba un buen desembolso para reparar el destrozo.

Dejaron de ser invisibles apenas pasadas unas semanas desde el hallazgo de la llave. El primero que ví se me presentó en una siesta. Un ruido me hizo despertar y, al abrir los ojos, allí estaba el diminuto elfo clavándole tenedores a mi sofá, con su ropajes ridículos, sus orejas puntiagudas y la peste a hoguera que desprenden. Intenté aplastarlo con un manotazo, que esquivó con agilidad. Salió corriendo, sin soltar el tenedor. La consiguiente persecución acabó conmigo arrastrada por el suelo tras un tropiezo, con un ojo morado y una contusión en el costillar que me dolió un mes. Mientras, mi gato Lucio nos miraba con su parsimonia habitual, como si aquello no fuese con él. «¿Pero quieres defenderme, so vago?», le grité enfurruñada desde el suelo, a lo que respondió con un leve parpadeo seguido de un bostezo. Tenía claro que, en la guerra que acababa de declararse, no formaría parte de mi contingente. Poco a poco, dejaron de ser un susurro para convertirse en mis nuevos e indeseados compañeros de piso. Se balanceaban en la lámpara, se bañaban en el váter, hacían guerras de comida en la nevera. Siempre berreando con sus insoportables vocecillas.

No tenía ni idea de cómo resolver aquello. Jamás había oído de nadie que sufriese una plaga de duendes,así que recurrí al moderno sustituto de oráculos y dioses a la hora de encontrar respuestas: el buscador de internet. Las primeras entradas dirigían a obras de ficción: novelas, series y películas. Más abajo, mucho más abajo, y con las retinas quemadas de tanto leer tonterías, encontré el anuncio del exterminador. «Efectividad garantizada. El mejor cazador de duendes de la ciudad».

El tipo que apareció al día siguiente en mi puerta distaba mucho de lo que me había imaginado. Era un hippie, con una espantosa blusa de colores, chanclas, pantalones cagados y una rasta que le colgaba desde la nuca hasta el culo.

—¿Dónde encontró el primer objeto de duende?
—Aquí, en la ducha. Una llave oxidada.
—Duendes de llave. Son difíciles. Llevará varias sesiones, seguro —aseguró, torciendo el gesto.
—Proceda. Pagaré lo que sea necesario —. Estaba completamente desesperada.

Desenfundó una guitarra que cargaba a la espalda y, tras afinarla, comenzó a hacer una especie de canto gutural. «Será desagradable, puede marchar cuando quiera», me había advertido, así que escuché desde la escalera aquel repulsivo quejido animal, acompañado de una música abominable. Al poco, empezaron los lamentos de los duendes. Disfruté sintiendo como sus agudas voces suplicaban clemencia y exigían que frenase la tortura.

A aquella primera sesión, de casi una hora de canciones infames, le sucedieron otras siete. La infestación era terrible, me dijo el hippie. Tras cada una tenía que recoger un montón de cadáveres de duende, que chafaba con regocijo antes de arrojar al contenedor de orgánico.

Creí que la pesadilla había acabado, que todos mis enseres volvían a estar a salvo y mi casa recuperaba la habitabilidad. Y ahora, otra pequeña llave oxidada. No tengo fuerzas para reanudar la guerra. Esta vez, me mudo. Que se queden con este tugurio.

Comentarios (3):

Iria (Literautas)

19/05/2025 a las 15:00

Hola, Carlos. Muchas gracias por compartir con nosotros tu relato.

Aunque el texto comienza con la aparición de la llave en el cajón de los cubiertos, no es en realidad el incidente detonador.

El detonante real sería la aparición de la primera llave oxidada, encontrada en el plato de la ducha, que marca el inicio de la invasión de duendes y el caos en la casa.

Cuando vuelve a aparecer la llave, esta vez sí en el cajón de los cubiertos, nos encontraríamos con un punto de giro dentro de la trama ya iniciada.

Esto no quiere decir que sea incorrecto comenzar el relato como lo has hecho. Al contrario, es una opción muy interesante porque comienzas con la trama ya empezada, en medio de este giro, y causas intriga en el lector. 🙂

Carme González Graell

21/05/2025 a las 09:04

Hola, Carlos.
He leído tu relato y debo decirte que me ha encantado. Aunque la llave no aparezca como incidente detonador, para mi no es relevante.
La historia que has narrado me ha parecido muy buena, con mucha imaginación. Has sabido crear expectativas en el lector desde el principio, después has descrito muy bien todo lo que ocurre con los duendes.
Me ha gustado el pasotismo del gato. Y el punto del tipo que llega para exterminar a los duendes es muy bueno.
El texto está muy bien narrado, nos ha ido llevando poco a poco por cada escena, con un lenguaje claro y preciso.
Felicidades.
Un saludo,
Carmen González

Codrum

21/05/2025 a las 21:45

Hola, Carlos.
¡ menuda imaginación la tuya!
Una pena que la primera llave no estuviera en el cajón de la cocina y así cumplieras con los requisitos del taller.

Dicho eso, me parece un texto muy original, y a tramos un poco sarcástico.

Por lo fácil que he leído el texto y la continuidad con que lo he hecho, diría que me ha absorbido . No sé si habrá algún fallo de ortografía o puntuación. Yo me he dejado llevar y francamente me ha encantado.

Un texto muy original, entretenido y con un toque de ironía/ humor que merece la pena leer.

Muchas gracias por compartir tu texto con nosotros .

Buen trabajo

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