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La última frontera - por DPAR.

A primeros del siglo XX España atravesaba un momento convulso. Los anarquistas estaban en pleno auge y surgían movimientos sociales de todo tipo aquí y allá. Isabel llegó con 17 años al caserón de Ralph Burdenstein, un viejo rico alemán afincado en la costa blanca del país. El anciano no tenía familia y su última asistenta se había marchado dando un portazo, harta de él. "Muy harta debía estar", pensó Isabel. Para ella, aquel trabajo era un regalo caído del cielo.

Pronto, la joven y el anciano congeniaron; tanto, que el viejo señor Burdenstein permitió que el prometido de ella se instalará en el caserón para evitarle cualquier distracción del exterior. El anciano exigía una dedicación total e Isabel estaba dispuesta a asumirla por vivir en aquella casa. Se aprendió todos los horarios y manías del viejo, sus platos y obras favoritas, la medicación que debía tomar, etc. En pocos meses la joven se había hecho con la mansión y recorría sus pasillos como si hubiera vivido allí toda la vida.

Todo marchaba con normalidad, hasta que una mañana apareció una llave oxidada en medio del cajón de los cubiertos. Era grande y muy ornamentada, como las de todas las habitaciones, pero parecía más antigua. Al principio no le dio mucha importancia, pero pronto comenzó a dominarla la curiosidad. ¿Qué puerta abriría?, ¿cómo podía haber pasado por alto una habitación entera si conocía cada rincón del caserón? Sin embargo, allí estaba, una llave nueva, que no había visto jamás y que sin duda pertenecía a la casa. Primero preguntó al Sr. Burdenstein, que la despachó con extrañas evasivas. Cada vez que ella sacaba el tema, el anciano abandonaba el lugar con algún pretexto absurdo, balbuceando incoherencias sobre una “última frontera”. Con el tiempo, Isabel decidió investigar.

La joven buscó durante años aquella habitación secreta. Incluso embarazada, continuó su búsqueda. Tras la partida de su marido a la guerra en el 36, Isabel incrementó la intensidad de sus batidas. Revisaba cada centímetro de la casa, cada esquina. En cuanto su hija Enriqueta pudo gatear, la hizo partícipe de su investigación y la utilizó para inspeccionar los suelos y partes bajas de las paredes. Con el tiempo, el Sr. Burdenstein empeoró su salud, y antes de que finalizara la guerra civil falleció de manera natural. En su testamento, el viejo Ralph legó todas sus pertenencias a Isabel, incluida aquella casa, cuyos secretos se había llevado a la tumba. Aquello no hizo más que incentivar la búsqueda de Isabel, que hacía mucho que no era la joven de 17 años que había llegado al caserón.

Los años pasaron e Isabel envejeció y luego enfermó. Como había hecho su madre, Enriqueta se instaló con su prometido en el caserón para poder asistirla las veinticuatro horas del día. La dictadura también se había instalado en el país, y aquella casa se había convertido en el único lugar seguro para la familia. Isabel era ya una anciana y pasaba sus días postrada en cama mientras su hija llenaba la casa de vida. Primero llegó la pequeña Montse y, poco después, María. Aquellas niñas dieron un soplo de aire fresco a sus últimos días.

“Encuentra la habitación”. Estas fueron las últimas palabras que la anciana, extendiendo aquella vieja llave oxidada, había dedicado a su hija Enriqueta en el lecho de muerte. Ella sabía que su madre había buscado aquel cuarto toda su vida, y enseguida hizo partícipes a sus dos hijas para acelerar el trabajo. Durante los próximos años, las tres mujeres volvieron a inspeccionar la casa de arriba a abajo, tal y como Isabel había hecho años atrás. La obsesión de la madre pasó a las hijas, de manera que cuando Enriqueta estaba en su lecho de muerte, las últimas palabras que les dedicó fueron: “Encontrad la habitación”.

De las dos niñas solo Montse continúo la búsqueda. Tras la muerte de Franco, María se mudó a la ciudad con su propia familia, pero Montse se quedó sola en el caserón, con la única compañía de una llave oxidada y los misterios familiares. Jamás dejó de buscar, de abrir cajones y armarios y de mover muebles en busca de una cerradura que encajara con aquella llave. Hasta que un día la encontró. En el sótano, tras la caldera, había una pequeña puerta metálica a la altura de los pies. ¿Un refugio?, se preguntó. Nunca había estado tan nerviosa. Temblando, abrió la puerta, y un haz de luz le iluminó el rostro. Entonces, Montse pensó en su abuela.

Comentarios (4):

IGNACIO Zrgz

20/05/2025 a las 17:36

Hola DPA.
Nos has dejado con la miel en los labios. ¿Qué hay tras la puerta?
El relato está bien construido, a pesar de cabalgar en cierta inconsistencia, pues no es razonable una búsqueda tan prolongada de algo tan tangible como una puerta. Pero ya se ve que hay cierta magia en el planteamiento.
Otra duda que me ha quedado es el nombre de Burdenstein. Parece holandés. ¿Tiene algún significado?
Preguntas aparte, he pasado un buen rato leyendo tu relato, que es de lo que se trata.
Saludos

Alberto Suárez Villamizar

20/05/2025 a las 22:49

Tejes una muy buena historia, que nos atrapa y nos lleva a pensar cual es la puerta misteriosa que abre esa llave encontrada. Pero, creo que debiste haber dado otro final a tu historia, para poder rematar de una mejor manera. En oportunidades nos pasa que tejemos muy bien una historia y no encontramos una buena forma para terminarla.
Estoy participando con la historia #9, y me gustaría obtener tu visita y comentarios. Gracias

Jesusa

27/05/2025 a las 17:05

Hola DPA,
Se ha atrapado la historia para ver qué pasaba con la llave y la habitación. Una búsqueda intergeneracional. Una bonita historia de una familia buscando uná habitación para cma última petición. Muestra muy bien el ambiente familiar. .

Nos leemos

Brandon Quiroga

28/05/2025 a las 16:40

Hola, paso para agradecer tu comentario en mi relato, un comentario muy amable de tu parte 😀
Así que intentaré comentar el tuyo.
Antes que nada, debo felicitarte por tu trabajo. Me parece bien escrito, muy bien contado. Tal y como mencionaron los demás compañeros, me mantuviste al pendiente de qué es lo que sucedería al final. Como única pega, y esto ya lo comento desde mi gusto muy personal, habría preferido que la puerta nunca hubiera sido encontrada y que encontrarla hubiera sido una obsesión familiar (producto de una locura heredada, tal vez). Sin embargo, el final que la has dado está bastante bien. Me gustó porque me hiciste pensar: “A la gran… ¿qué encontró?” jasjajsjajjajaja Y ese impacto está bastante bien.
Me gustó también que lo situaste en un contexto histórico, que si bien no aporta mucho a la historia principal, sí la engrandece, la vuelve un poco más “real”.
No tengo nada más que agregar. Me gustó muchísimo, espero leerte el siguiente mes 😀

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