Literautas - Tu escuela de escritura

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...de ninguno - por Kristel

Mi abuela siempre me decía cuando le preguntaba alguna cosa problemática, que “secreto de uno, de ninguno…” y acababa guiñándome un ojo y dándome la merienda en su cocina de luces anaranjadas y el aroma dulce. Yo no preguntaba nada más, me quedaba obnubilada con el bocata o las galletas de turno. Y luego, sin darle más peso a su enigmática respuesta, se sentaba cerca y hacía las tareas de la escuela. Mientras se fumaba su fortuna, e iba ojeando mis deberes, yo me apresuraba para hacer realmente lo que más quería, que era enzarzarnos en nuestras partidas de cartas que se alargaban hasta la hora de cenar. Y entre ollas hirviendo, pan o una lasaña en el horno, la risa de mi abuela se contagiaba por toda la casa anunciando que que estaba haciendo trampas.

Ahora la cocina, vacía parece un lugar sin alma. Enterramos a mi abuela hace unas horas. He venido a refugiarme, al fin y al cabo, dentro de poco seré la dueña de este lugar. Miro la foto de mi abuelo cerca de la suya. Se me hace raro pensar que tuvo una vida con alguien que nunca llegué a conocer. Mi madre habla muy poco de su padre.
Mi abuela nunca quiso conocer a nadie más y tampoco decía mucho de él a pesar de que su foto presidiera de algún modo la estancia.Solo sé por alguna vecina, que mi abuelo era un pieza y le gustaba poco el hogar y mucho el bar. Y que una noche ya no volvió.

Mi abuela no es que haya fallecido de forma plácida, hace un año una embolia la dejó en una silla de ruedas. Hace dos meses ciega y con graves problemas para comunicarse. Y así, cuando podía acercarme a la residencia, le explicaba mis cosas y le recordaba que echaba de menos jugar a las cartas. Aunque nunca se lo dije, lo que echaba de menos era realmente su risa traviesa.

La última semana fue horrible. Yo me quedaba por las noches y de forma casi incesante, balbuceaba palabras que yo no entendía, si bien notaba su sufrimiento, su preocupación. ¿Era miedo a lo que estaba por llegar? Se agarraba el cuello, como buscando, y al no encontrar lo que buscaba, parecía maldecir.
Como era de esperar, mi abuela me había dejado su casa, ubicada en un pueblo pequeño del centro del país. De esos pueblos que envejecen, que se llenan solo en verano y las ancianas se sientan en sus portales para refrescarse y hablar hasta la madrugada.
Mi abuela tenía su círculo de vecinas, pero cuando yo me quedaba, durante las épocas que mi madre se iba por trabajo, que no eran pocas, se centraba solo en mí y pasábamos los días entre juegos, lecturas y películas antiguas.
Hoy, tantos años después, el lugar se resiente por la desbandada de familias a la ciudad, y todo parece casi abandonado. Solo hace su visita doña Erminia, la única que vive de su círculo. Me da el pésame y mientras tomamos un café en la cocina, me habla de mi abuela con el cariño de una amistad de toda una vida. Me ha traído unos pasteles envueltos. No puedo abrir la cuerda y busco mientras ella sigue hablando sin orden, un cuchillo en el cajón.
Y entonces encuentro ahí mismo una pequeña llave oxidada en un collar. Y tiemblo, sintiendo el gesto desesperado de mi abuela. Me toco el cuello de forma no consciente y doña Erminia me ve y de repente le vienen las prisas por irse. Se hace tarde me dice, y me deja sola con la llave y el cuchillo en mis manos.

Me instalo en la casa una temporada, aunque Erminia no tardará en morir meses después, no sin venir casi cada tarde a traer galletas, bizcochos y algún que otro licor. Tres días antes de morir, con una copita de más y una mirada casi perdida, me indicará que abre la llave oxidada.
Y aquí estoy, frente al armario de mi abuela que he vaciado apuntando con una linterna el fondo donde hay una pequeña cerradura. El escalofrío me sobreviene, aun así abro la pequeña puerta. Extraigo el paquete envuelto en una tela verde. No hace falta abrir nada pues noto la textura compacta de unos huesos.
Esa misma noche conduciré unos cien kilómetros y enterraré el paquete cerca de unas ruinas, no sin antes quemar la foto de mi abuelo. De ninguno, balbuceo sentada en la cocina.

Comentarios (3):

Pluki

20/05/2025 a las 16:41

¡Hola, Kristel!

¡Vaya relato, me ha gustado mucho! Al principio, pensé que dabas demasiados datos sobre la vida de la abuela y su marido, pero luego todo encaja perfectamente. En cuanto al reto, no sé muy bien qué decirte, pues yo no he sabido aplicarlo bien… Pero he leído un poco más al respecto para, al menos, hacerte una reflexión y aprender de paso. Así que, es solo eso: una reflexión que puedes interpretar cómo quieras: Verás, según he leído el detonante debe aparecer más bien al principio de la historia, no justo al principio, pero teniendo en cuenta que es un relato corto, lo veo más adecuado. Y en tu caso, aparece prácticamente al final, casi como una consecuencia de los hechos acontecidos: la muerte de la abuela, la herencia de la casa, la falta del collar en el cuello de la anciana…

No obstante, es cierto que le da el giro a la historia y puede cambiar el rumbo de la protagonista haciéndola partícipe del asesinato y ocultación de los restos del abuelo…

Dicho esto, yo sigo reflexionando y aprendiendo sobre el tema, pues quizás en un cuento más largo esa ocultación tuviera algún tipo de repercusión en la protagonista…

¿Y si hubieras empezado a contar lo de los huesos al principio? ¿Cómo se habría desarrollado la historia? No sé, Kristel, son solo sugerencias y preguntas que me hago en mi afán de aprender sobre el tema…

Entrando en otras cuestiones, creo que deberías repasar un poco el uso de la coma, pues he encontrado pequeños errores (y de otro tipo), con fácil solución. Por ejemplo:
«Mi abuela siempre me decía cuando le preguntaba alguna cosa problemática, que “secreto de uno, de ninguno…”» Falta una coma entre “decía y cuando”.

«Mientras se fumaba su fortuna, e iba ojeando mis deberes,» Sobra la coma entre “fortuna” y “e”. Fortuna en mayúscula pues se refiere a la marca comercial y no el sustantivo.

«casa anunciando que que estaba haciendo trampas.» Sobre un “que”

«Yo me quedaba por las noches y de forma casi incesante,» Falta una coma entre “y” y “de”.

«Me instalo en la casa una temporada, aunque Erminia no tardará en morir meses después, no sin venir casi cada tarde a traer galletas, bizcochos y algún que otro licor. Tres días antes de morir, con una copita de más y una mirada casi perdida, me indicará que abre la llave oxidada.» No veo muy relevante la muerte de Erminia, le podría haber dicho qué abre la llave en vida. Por cierto, ese “qué abre” lleva tilde.

«Y aquí estoy, frente al armario de mi abuela que he vaciado apuntando con una linterna el fondo donde hay una pequeña cerradura.» Falda una coma entre “vaciado” y “apuntando”.

Solo por curiosidad: ¿existe el nombre de Erminia sin “H”?

Espero haberte sido útil en algo… ¡Buen trabajo y hasta pronto!
Tu vecina del 46.

Codrum

20/05/2025 a las 17:05

Hola, Kristel.
Te han hecho un gran comentario así que únicamente me queda darte las gracias.
Gracias por hacer un texto tan emotivo.
Gracias por hacer que de repente tenga mi cabeza llena de recuerdos de mi abuela.
Gracias por recordarme las tardes de pasteles y cartas que quedan tan lejos y casi había olvidado.
Gracias por escribir francamente, directo al corazón.
El giro final ha sido magistral, pero en mi humilde opinión, habías hecho un texto tan sentido que no hacía falta.
Eso sí, te ha quedado redondo.

Te han comentado alguna falta de puntuación y fallos de escritura.
Por mi parte diría que no son tan graves. Es cierto que se deberían de pulir pero para que tu texto roce la excelencia.

Gracias de nuevo por compartir este texto con nocosotros.

¡B uen trabajo !

Daniel Calleja

21/05/2025 a las 02:42

¡Qué sería de nuestra vida sin las abuelas! Ya te han comentado sobre algunos “errores” en cuanto a la puntuación, algo siempre revisable. Sin embargo, la atmósfera del relato te permite ignorarlos y disfrutar la historia, incluso las partes tristes de la enfermedad, que parecen sobrar al principio, comprobamos al avanzar la lectura vemos que nada de eso está porque sí. Incluso ese final un poco macabro termina dando un cierre inesperado a la historia, y sin embargo muy verosímil. Felicitaciones. Nos seguimos leyendo.

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