Literautas - Tu escuela de escritura

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La última frontera - por David LlurbaR.

¿Sabéis qué es lo peor de que se muera tu padre?
Tener que limpiar su cochambrosa casa.
Tras el velatorio y el entierro, se agradece que alguien te llame para no decirte “te acompaño en el sentimiento” o “lo siento”.
¿Lo sientes? ¿Por qué? ¿Lo has matado tú?
Solo que, resulta, la llamada era del casero de mi padre: un anciano que lo ha sobrevivido contra todo pronóstico. Un arrendador que dice que eso de la renta antigua se va a acabar; que quiere alquilarlo de nuevo a precio de mercado para dejarles una herencia a sus nietos.
¿A quién quiere engañar, señor? Usted no ha visto a sus nietos en la vida.
Desde luego, le importa todo bien poco porque, como he dicho, ni se ha dignado a darme el pésame.
Y aquí me veo, un triste domingo, entrando en una triste casa, hasta ahora de un triste hombre que ha muerto solo y sin triste molestar.
¿Qué te ha pasado?
Abro la puerta y enciendo la luz.
Es de día, pero las persianas están completamente bajadas. No puedo decir que huela mal; solo puedo decir que huele a rancio. A cerrado, con un ligero aroma a humedad. Lo que viene siendo olor a piso de hombre solo. Iba a decir “soltero”, pero en un piso de soltero olería a fuet.
La decoración de la casa es austera a la par que inexistente. Como contrapartida, se ve bastante limpia. Hay polvo por todos lados, pero no mugre. Lo típico que encuentra uno en una casa cerrada desde hace meses, solo que meses no son los que han pasado.
Parece que no hiciera usufructo de ella.
En el salón hay un sofá de dos plazas, de esos con reposabrazos rompenucas. La tele ni siquiera está enchufada. Una mesa redonda preside la sala, con cuatro sillas incrustadas. No sabría decir cuál es la suya.
Miro en el baño. Es el típico alicatado, con cisterna de cadena, pero limpio. Abro el cajón y está lleno de pastillas: paracetamol, ibuprofeno, Almax. Todo eso es normal, pero… ¿Concerta? ¿Elvanse? ¿Metilfenidato y lisdexanfetamina?
¿Qué coño tomabas, papá?
No me cuadra nada con el diagnóstico de la forense. Aunque ya me anticipó que no era normal, que no habían detectado nada, que simplemente se le había ido la vida.
Miro la habitación. Igual de austera. En la cómoda solo hay un juego de sábanas y una colcha para el invierno. Las otras sábanas lucen prístinas, enfundando la cama.
Voy a la cocina. Tiene un calendario del 97. Hay en él cosas apuntadas de cuando era pequeño: mi cumpleaños, el suyo y el de mi madre.
Me haría el sorprendido si no supiera que, en realidad, el tío ha guardado el calendario durante veintiocho años para volver a usarlo este año: 2025.
Miro el calendario de mi móvil para contrastar.
Sí. Así es.
Empiezo a escrutar nevera y congelador para ver que no hay nada. Desenchufada también. Miro los armarios: cuatro platos, cuatro vasos y cuatro sartenes. Abro los cajones: cuatro cuchillos, cuatro tenedores y cuatro cucharas… y una llave.
¿Una llave?
Es grande, oxidada y de sierra gorda.
Escudriño el resto de cajones y ninguno tiene cerradura. Voy a la habitación que me falta. Parece un lavadero-despensa, con una estantería llena de cajas garabateadas: “trastos”, “CDs”, “calendarios”.
Aquí están el resto.
Me fijo en el suelo y veo el trazado de un arco que converge con las patas de la estantería. Parece que la hayan apartado y que las ruedas hayan limpiado la moqueta de polvo a su paso.
La muevo y descubro una puerta camuflada en la pared. La llave encaja a la perfección y, tras dos vueltas, abre.
Una tormenta de luces titilantes ilumina la habitación secreta. Lo más deslumbrante: cinco monitores sobre un escritorio. El resto del habitáculo está atestado de servidores con infinitos leds dispuestos erráticamente. Delante de todo eso, una silla de oficina con un extraño casco cubierto de cables posado en ella.
Entro ojiplático en la habitación.
—Hola, chulo —dice una voz envolvente.
Me giro hacia todos lados, buscando el origen de la voz y su dueño.
—¡¿Papá?!
Las pantallas dejan de emitir luz blanca y muestran la tez de mi padre, tal como lo recuerdo. Sonríe.
—Pensaba que tardarías más en encontrar este lugar. Espero que no hayas sufrido creyéndome muerto. Bueno, oficialmente mi cuerpo sí lo está, pero yo… mírame.
Me quedo sin palabras.
—¿Qué? ¿No dices nada, hijo?
—¡¿PERO QUÉ COÑO?!

Comentarios (4):

Iria (Literautas)

19/05/2025 a las 15:06

Hola, David. Buen relato, muchas gracias por compartirlo. 🙂

En este taller he leído otros relatos en los que alguien heredaba una propiedad y encontraba una llave en el cajón, y ese hallazgo actuaba como detonante. Sin embargo, en tu caso, tengo la sensación de que el verdadero detonante —el hecho que pone todo en marcha— es la muerte y la voluntad del padre. Esa es la chispa que enciende el conflicto, ¿no te parece?

Pero me encantaría debatirlo contigo, ya que eres quien lo ha escrito. ¿Tú cómo lo ves? ¿Qué intención tenías al escribirlo?

David Llurba

19/05/2025 a las 19:23

Tienes toda la razón. Al final estiré tanto el contexto que lo de la llave quedó pasado medio relato.
He apostado por esta trama y no me he atado estrictamente a que el detonante estuviera de un inicio. Pero, sí que es verdad que el detonante es otro en realidad.
Debería haber sido más riguroso.

Codrum

21/05/2025 a las 14:31

Hola, David.

Que iron\ia tienes. me gusta mucho.
Tu texto es natural y se lee con una facilidad abrumadora.
el final excelente.
como te han dicho a lo mejor no has cumplido con lo que el taller pedia, pero no quita merito a tu texto.
Tiene una pausada celeridad que me ha hecho disfrutar mucho.
La eleccion de palabras e incluso de las descripciones son muy acertadas.

!buen trabajo!
Pd: si tienes algún comentario a mi reseña, por favor, responde en mi texto. ( no hace falta que lo leas o lo comentes si no quieres) es simplemente para no perderme tu comentario.

Esteban Souto

23/05/2025 a las 15:43

Hola David! Me ha gustado mucho tu relato. Coincido con Iria en el tema de la llave. Igualmente, la trama está bien lograda y el desenlace es mejor. Las descripciones son al detalle y le suman valor al relato. Logras colocar la intriga en el lugar justo y la llave hace de reencuentro entre padre e hijo. La ciencia ficción le agrega el detalle de relato inconcluso, pero que sigue a gusto del lector. Entre las cosas negativas, creo que debes revisar el uso de los “no”, pues parecen desacertados. Algunas comas están mal puestas (a mi humilde entender) y, por último, ¿por qué debería estar un forense trabajando en el tema? Me suena a situación de investigación.
Saludos desde Argentina!
Nos leemos!

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