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LAS CUENTAS PENDIENTES - por IGNACIO Zrgz
En la caja de las cosas perdidas hay un par de recuerdos suyos. Mi alma de café con leche se encuentra todos los años con ellos, en esa liturgia que llamamos limpieza de primavera. La tentación de esconderlos en la isla del olvido se bate con una cierta obligación de mantener la memoria. Lo llamamos mala conciencia.
Sé que mi familia le traicionó. No hay paños calientes que alivien esa fiebre. Su culpa, y me recorre un escalofrío al señalar su actuación como si hubiera sido algo equivocado, fue decir la verdad. La recuerdo con las manos temblando, sujetando unos papeles, un hilillo de voz surgiendo de unos labios que apenas se movían y la mirada fija en las baldosas; llevaba los mismos zapatos que lució el día de mi boda, dos meses antes.
Mi padre, el señor, como le llamaba todo el mundo, desconcertado ante esta agresión a la tranquilidad de su aperitivo, no dejaba de preguntar:
—¿Pero qué dice? ¿Qué quiere Natalia?
Pero Natalia, nuestra administradora, que había tenido que suceder a su padre con la carrera de derecho recién terminada, no quería nada, como no fuera dejar las cosas en su sitio.
Luego vino la policía. Hubo un registro con olor a sudor y tinta. Se tuvo que acudir a Ernesto, nuestro abogado para asuntos difíciles. Fue un milagro, engrasado con miles de pesetas, que la cosa no llegara a los tribunales. Sí, la quiebra salió en todas las noticias: un caso de mala administración, las turbulencias del mercado, la crisis económica de turno; velos de baratillo que escondían la oscura verdad que Natalia, temblando, nos comunicó.
Recuerdo a mi hermano Luis, indiferente ante las revelaciones en cascada, preocupado por encontrar la proporción exacta entre la ginebra y el vermut y por sumergir en el cóctel, de la forma adecuada, una elegante oliva sevillana. Una carrera y dos máster acreditaban que tonto no era, más bien, demasiado listo, pero Natalia había seguido, implacable, la huella de sus mentiras.
La empresa se hundió víctima de la quiebra absoluta de su capital y de su prestigio. La gente se fue a la calle, incluida Natalia, a la que nadie quiso salvar. Pero el patrimonio familiar continuó en su sitio y solo hubo pequeñas molestias. Nada por lo que hubiera que llevar luto. Mis padres no volvieron a confiar en Luis para según qué cosas. Hubo que poner en marcha recursos imprevistos. La casa de la rosaleda acogió eso que llaman visitas guiadas. El deportivo de mi hermano desapareció del garaje como pago de un préstamo concertado en la sordidez de una timba. La familia se negó a amortizar más deudas. Otra vez intervino Ernesto, el abogado, y los prestamistas tomaron nota y cerraron el grifo.
Luis se acabó acomodando en las mesas de un bar que describía como su oficina, y a veces, como su gimnasio.
—Aquí practico el levantamiento de vidrio —decía entre risotadas mientras jugaba al cinquillo y bebía cervezas de tercio directamente del botellín.
Se extrañaron cuando, después de mi divorcio, continué viviendo sola en mi apartamento. Se escandalizaron cuando, pasado un tiempo, les dije que había aprobado unas oposiciones e iba a trabajar en el Ayuntamiento.
—¡Pero hija, si no te hace falta! —exclamó mi madre.
—¡Sabes que tu sueldo lo pagarán con los impuestos que nos cobran! —advirtió horrorizado mi padre señalándome con el dedo.
Su irritación me brindó un secreto consuelo.
En el Ayuntamiento volví a encontrar a Natalia. Su cometido, cosas del destino, era la fiscalización del gasto del municipio; el mío, más rimbombante, una asesoría técnico jurídica. Hasta en esto se notaba la clase. Entre las dos, palabras, las justas, aunque no se lo puedo reprochar. Ella, que tantas veces había asistido a mis cumpleaños infantiles, no me preguntó por nadie, ni por nada. De alguna manera le hice saber que yo no era como Luis, que no iba a meter la mano en la caja, pero no tuve el valor de confesarle que conservo esas notas que leyó entre suspiros delante de mis padres y que guardo en la caja de las cosas perdidas. Me faltó su valentía y su decencia para reconocer, aunque fuera en voz baja, que la admiraba.
Comentarios (12):
ABAL
18/06/2025 a las 10:17
¡Hola Ignacio! Me suena este relato. Muy bien narrando, Una historia que hay partes que tienes que imaginar que ha sucedido y eso es lo bueno. Podemos interactuar contigo, dentro de la historia. Un relato con parte de ternura y de crudas realidades. Me gusta. Muy bien.
Cristina Otadui
18/06/2025 a las 15:33
Una prosa rica que crea un relato lleno de nostalgia y reflexión mezclando los aconteceres familiares pasados y la historia personal de la protagonista.
Gracias a los detalles el lector siente las, muchas veces, relaciones complejas en el interior de las familias. Las imágenes sensoriales permiten visualizar y sentir las escenas descritas: el olor a sudor y a tinta, por ejemplo, o esa caja de las cosas perdidas para mostrar la dicotomía entre el deber de recordar y la tentación de olvidar que muestra la lucha interna de la protagonista.
Un buen relato que ofrece un retrato honesto y tantas veces real de las dinámicas familiares.
Gracias por escribir y compartir.
Buen verano.
¡¡Nos leemos!!
@HenkoSlowLife
18/06/2025 a las 16:10
Un relato pausado y honesto, recuerdos para contar una historia de lealtades rotas y consecuencias familiares. Lo que mas me ha gustado es cómo se transmite, sin dramatismos, la tensión entre lo que se hereda y lo que uno elige ser. Gracias por compartirlo 🌿
Lupa Sívori
19/06/2025 a las 19:42
¡Hola, Ignacio! Tu texto tiene una prosa madura, elegante y cargada de imágenes sutiles. La figura de Natalia (¡así se llama mi esposa!) funciona como el eje moral de la historia y su reaparición al final en el Ayuntamiento cierra el relato con un hermoso eco del pasado.
Destaco el tono irónico y contenido con el que se describe el derrumbe familiar y la hipocresía social. Hay frases copadas (“el levantamiento de vidrio”, “mi alma de café con leche”, “velos de baratillo”) que le dan carácter al texto y lo diferencian de otros del taller.
Como sugerencia menor, quizás podrías revisar la parte media (del registro policial en adelante), que se vuelve un poco más expositiva. A lo mejor se puede dosificar mejor la información para mantener el pulso narrativo que tan bien está logrado al principio y al final.
¡Felicitaciones!
Lupa.
@ViajarLeyendo451
Antonio
20/06/2025 a las 08:49
Bonita historia de lealtades-deslealtales, de admiracion por la verdad y el deber, buen puntito lirico el del principio que luego vas trasmitiendo en todo el relato con tu prosa…para acabar con un poco de decencia, enhorabuena.
A proposito gracias por tus comentarios al nº46, tampoco queria escalafonar el conocimiento de idiomas, simplemente situar al traductor, hacerlo testigo en primera del desastre, y desdramatizar el caos.
Un saludo, seguro que nos seguimos leyendo.
Chus Galego
21/06/2025 a las 17:08
Hola, Ignacio.
Gracias por comentar mi relato.
Me gusta el tuyo, me interesa el tema de la decadencia familiar, como, mientras unos se consumen en los vicios, otros (la narradora) intentan salir de la asfixia doméstica trabajando como la mayoría de los mortales. Me parecen personajes muy logrados: Natalia, con ese silencioso desprecio hacia sus antiguos superiores; y la narradora, con la humildad elegante que le falta al resto de su familia. Relato contenido, que reclama el entendimiento del lector, ese es otro de tus logros.
Feliz fin de semana, Ignacio.
IGNACIO
21/06/2025 a las 19:23
Hola amigos. Gracias por vuestros comentarios. El retrato del hermano que convierte el bar en su oficina y se dedica al levantamiento de vidrios está tomado de alguien que conozco bien; alguien que no trabajó en su vida
Mónica Bezom
23/06/2025 a las 21:20
Hola, Ignacio.
Nos presentas un relato introspectivo en el que desgranas batallas familiares mostrando sus llagas con un dolor distante, reflexivo y abordado desde cierto sufrido sarcasmo, sin caer en lamentos ni dramatismos. Me uno a los comentarios de los compañeros, es un gran texto
Especiamente, me ha impactado esta frase: “La tentación de esconderlos en la isla del olvido se bate con una cierta obligación de mantener la memoria. Lo llamamos mala conciencia”.
Te felicito.
Muchas gracias por comentar mi texto.
Buenas vacaciones.
Jose Luis
24/06/2025 a las 07:18
Hola Ignacio
Gracias por tu visita
Creo que tu cuento desprende cierta nostalgia, aparte de los recuerdos que afloran y hacen sentir vergüenza a la narradora protagonista, hablando del pasado y de las traiciones. Por otro lado, me parece (quizá saco una conclusión errónea) que la protagonista mantiene ciertos sentimientos hacia Natalia.
Un pequeño apunte:
“Sé que mi familia le traicionó.” —–> la traicionó (hablamos de Natalia, ¿no?)
Un saludo
Verso suelto
24/06/2025 a las 12:33
Hola Ignacio. Una historia muy bien narrada en la que se desvelan los trapos sucios de una familia y en la que, casualidades de la vida, terminan pagando justos por pecadores. Tu relato describe a la perfección estereotipos de nuestra sociedad que todos conocemos muy bien. Es una tentación revisar lo que hay en los cajones, una tentación irresistible.
Te felicito por tu gran trabajo.
Trinity
29/06/2025 a las 05:27
Enhorabuena por tu relato Ignacio.
Me gusta el hilo que lleva la historia, va hilvanando con mucha delicadeza la trama. Desde un principio que no sabemos que recuerdos hay en esa caja de las cosas olvidadas, poco a poco se va desgranando la historia de la decadencia de una familia, y como cada uno va tomando su postura, por un lado el seguir guardando las apariencias, a pesar de todo, y por otro la decisión de buscarse alternativas para seguir la vida. Todo esto contado muy bien y con cierta intriga.
Feliz verano
IGNACIO
02/07/2025 a las 05:10
Gracias Mónica, José Luis, Verso suelto, Trinity por vuestros comentarios. José Luis, tienes razón en las dos observaciones que me haces.