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Adiós, mamá - por RICARDO ENRIQUEZ RAMIREZ VASQUEZR.
Ha pasado un mes. Ester ha pasado un mes de luto por la muerte de su querida madre. Todavía no puede creer que Rosaura se haya ido de su vida. Roberto, su esposo, la ha traído a esta isla, que es propiedad de su padre, un empresario reconocido en el mundo comercial.
Ester está sentada en una silla de madera mirando el ir y venir de la marea. Sobre la mesa descansa una taza de té de jazmín, que toma por orden de una tía suya para calmar sus nervios.
Se levanta un momento de su asiento y camina hasta la playa. Se detiene y observa la huella que su pie descalzo ha dejado sobre la arena. Una sonrisa asoma a su rostro:
"Qué huella tan bonita" le comentó una vez su madre cuando daban aquellos paseos mañaneros por la playa y la blanca espuma de las olas mojaban sus pies. Amabas se reían como un par de niñas traviesas que descubren un nuevo mundo.
Camina de vuelta hacia la silla. Frente a ella tiene a su diario, su confidente. Toma un bolígrafo y empieza a escribir sobre el papel:
"Te extraño tanto, madre. ¿Por qué partiste? Nunca lo entenderé, pero es una condición inevitable de la vida. Bebo este té caliente, mientras recuerdo nuestras tardes frente a esta misma playa disfrutando aquellos deliciosos dulces que horneabas junto con el chocolate caliente para acompañarlos. Como me haces falta, madre…"
En ese momento observa una cajilla de cerillos con una inscripción: "Mamá". Ester la abre y observa el mechón de pelo negro que su madre se cortó cuando estaba muy afectada por aquella maligna enfermedad.
"Para que te acompañé siempre" le dijo mientras se lo entregaba.
Una lágrima baja por una de las mejillas de Ester. Toma el bolígrafo y escribe: "Adiós, mamá…"
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