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UN DÍA PERFECTO PARA PARTIRLE LA CABEZA - por Cristina AyalaR.

El autor/a de este texto es menor de edad

El día ha amanecido estupendo. Soleado. Temperatura ideal para ir con rebequita sin necesitar abrigo. El césped bien cuidado y los cipreses podados. El cielo de un luminoso azul cerúleo con esponjosas nubes blancas colocadas con esmero, ni muchas ni pocas, el número exacto. Sería un día perfecto si no fuera el funeral de mi marido. De mi exmarido. Mi amante, en secreto.
Oficialmente no soy viuda pero me siento como si lo fuera. Debo ser la única que así lo siente porque nadie se ha acercado a darme el pésame.
Desde un lado del camino, observo como la comitiva fúnebre avanza despacio con el féretro a hombros, dejando sus huellas en la tierra húmeda por el rocío. El olor a tierra mojada me transporta a mi infancia y por un momento me distraigo. Regreso. Le aprieto la mano más fuerte a mi hija y ella corresponde el gesto. Suspira con pesar pero tampoco llora.
El funeral de un policía es un acto solemne. Más que el de la gente de a pie que no pertenece a ninguno de los cuerpos de seguridad del estado. Me había parecido ridícula la idea de que todos sus compañeros vinieran vestidos de gala, pero admito que ahora esta ostentosa ceremonia me da una sensación reconfortante de eternidad y paz.
Llegamos al nicho; la primera fila la acapara la familia. Mi hija y yo no debemos ser de la familia porque nadie nos ha reservado un espacio. No me importa por mí, pero que ignoren a mi hija, a la hija del señor que está muerto dentro de esa caja, me indigna. Aprieto la mandíbula. Mi exsuegra llora desconsolada, por supuesto. Con excesiva teatralidad para mi gusto. A su lado, cogida de su brazo, llora igual de desconsolada y con mayor teatralidad, si cabe, una amiga del difunto. Me pregunto quién coño se cree que es. Me pregunto por qué esa mujer está en primera fila. Me pregunto por qué la gente se acerca a darle el pésame a ella. Será porque va con el luto de rigor y no se separa de la madre del finado. Eso confunde, claro, y la toman por alguien que no es. Porque yo sé que no lo es. Que ella hubiera querido pero él no. Y que ahora aprovecha su ausencia para ocupar un lugar que no le corresponde.
Los porteadores posan el féretro sobre la grúa. El operario del cementerio eleva el ataúd y, con asombrosa facilidad, lo introduce en la oscuridad del nicho. Luego inicia su ritual de albañilería: mezcla el cemento, rejunta, apuntala con cuñas de madera y martillo. Todo con cuidadoso respeto, eso sí. Cuando termina, queda a la vista una lápida espantosa que Luís hubiera detestado. Luís es mi marido. Era.
De granito negro, tiene los típicos datos identificativos y, con letras inmensas, bajo el nombre, su filiación laboral: Policía Nacional. Como si ahí empezara y acabara todo lo que él había sido en vida. En el lado izquierdo de la lápida, un cristo tan grande que apenas cabe. Él no era creyente. Y no le gustaba ser policía.
Observo toda la escena ajena y distante porque Luís no puede haber muerto. Es una broma sin gracia, la verdad. Si dios existe, va a tener que darme muchas explicaciones cuando nos veamos las caras. Se las pienso exigir.
De camino al coche encuentro en el suelo una caja de cerillas, verde, con el dibujito de una isla tropical con su palmera y unas letras blancas que rezan: “¿Te vas a quedar con las ganas?”. Ya sentada frente al volante la releo y pienso: ¡Pues no! ¡No me voy a quedar con las ganas! Y pienso en salir del coche y acercarme a la tipa que sigue llorando aferrada al brazo de mi exsuegra cual garrapata, y en decirle cuatro cosas bien dichas. O mal dichas. Ya poco me importa. Pienso incluso en coger la pala del operario y partirle la cabeza con ella y… Y me da un ataque de risa. Mi hija me mira estupefacta, quizás asustada por si he perdido el poco juicio que me queda. Le explico mis pensamientos. Hago hincapié en la pala. Y en su cabeza. Y al poco ella empieza a reírse también. Dos locas dentro de un coche riendo a carcajadas frente a un cementerio.
Cuando se nos pasa, nos miramos y por fin lloramos: Luís ha muerto y no podemos entender que el mundo siga girando como si nada.

Comentarios (3):

ABAL

18/06/2025 a las 10:33

¡Hola Cristina! Bonito y sentido relato. Muestras y cuentas eso está muy bien. Nos colocas en el lugar y nos haces saber como siente el personaje. Bien descrito. Me gusta y es muy bueno.

Verso suelto

18/06/2025 a las 11:00

Hola Cristina. Me toca comentar tu relato que me ha parecido super original. Según creo eres menor de edad; pues te auguro un gran porvenir como escritora.
Has escrito un texto estupendo que mantiene el interés de principio a fin. El giro final, con la complicidad de la hija me ha parecido una manera brillante de concluirlo.
Felicidades.

Cristina Ayala

18/06/2025 a las 19:45

¡¡Muchas gracias por los comentarios!!
!ACLARO QUE NO SOY MENOR DE EDAD! Pero si corta de vista y debí marcar alguna casilla que no debía…

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