Literautas - Tu escuela de escritura

<< Volver a la lista de textos

LOS HUESOS HABLAN - por juanjohigadilloR.

No sé por qué coño la llaman la isla desierta de Valnegra si parece la Gran Vía.
Llevaba días buscando un sitio tranquilo y retirado para centrarme en mi novela cuando, estando en la peluquería, leí una reseña en una vieja revista de viajes. La pintaban idílica y tranquila, llena de rincones recoletos y sin huellas de la vorágine urbanística debido a su difícil acceso, pero cuando llegué allí y me encontré tanta porquería y tanto destrozo me dieron ganas de estrangular al autor del artículo. Después me enteré de que el adjetivo “desierta” venía del siglo XVII, de unos náufragos portugueses que disfrutaron de las bondades de la isla hasta ser rescatados por un navío holandés, y dicho adjetivo permaneció en las cartas náuticas hasta nuestros días.
Alquilé un discreto bungalow, retirado de la saturadísima costa por un escarpado sendero, pero después de varios días allí no había conseguido escribir nada decente, así que bajé hasta el antiguo puerto a ver si los lugareños me aportaban alguna inspiración.
La cantina era un minúsculo tugurio de adobe, con cuatro mesas y un mostrador atiborrado de artículos varios: navajas, herramientas, licores, conservas, cuerdas… Pedí una cerveza y me senté en la única mesa libre, radiografiado por los ocupantes de las otras tres.
—Usted no es de aquí, ¿no? —preguntó un viejo marino.
—No, no. Sólo estoy pasando una temporada —respondí.
—¿Y a qué se dedica…?
Curiosidad: toda. Diplomacia: cero.
—Soy escritor.
—¿Y qué escribe?
Parecía un tercer grado en toda regla.
—Novelas, cuentos para niños; lo que sea…
—¿Tiene ya alguna idea…? —preguntó otro.
—No, aún no. Esperaba encontrar ideas por aquí. Seguro que ustedes tienen muchas historias que contar.
—Seguro, muchas. Pero si quiere oír algo interesante pregunte a la vieja Flora; es más vieja que la propia isla y lo sabe todo. Mire, por aquí asoma.
La anciana que entró parecía tener más de cien años, era menuda y vivaracha y vestía de riguroso luto.
—¡Eh, Flora! —dijo el viejo marino—. Este señor quiere que le cuentes tu vida.
—¡Muérete, viejo chocho! Y usted —dijo dirigiéndose a mí—, ¿qué busca?
—Nada, no busco más que historias interesantes. Soy escritor, ¿sabe?
—¿Y qué tipo de historias busca?
—Cualquiera, da igual. Nunca se sabe. ¿Le apetece que charlemos?
—No, aquí no. Salgamos.
—Adiós, Flora —dijo otro parroquiano —. Vaya novio que te has buscado…
Caminamos hacia el muelle. Saqué mi pipa y me di cuenta de que no tenía fuego. Ella lo notó y me ofreció una caja de cerillas.
—Gracias, señora.
Tras encender mi pipa observé la inscripción que había en la caja, orlando una calavera: …ut me vides, te ipsum videbis.
—¿Sabe qué significa, señora…?
—“Como me veas, te verás”. Proviene de un viejo osario. Los huesos nos recuerdan que el tiempo pasa para todos; incluso para los que aún son jóvenes, como usted.
—¡Uauh, vaya! Seguro que tiene usted mucho que contar.
—Ya le digo… He viajado y he visto más mundo que cualquiera de estos paletos. ¿Qué le gustaría saber?
—No sé, lo que usted quiera contarme. Hábleme de esos viajes.
—¿Tiene usted tiempo, joven?
—Todo el del mundo. ¿Le importa que tome notas…?
Sin que me diera cuenta pasé el día entero escuchando las historias de la vieja Flora. Quedamos en vernos al día siguiente, y al otro, y al otro. Después de unas semanas la vieja Flora me había aportado ideas para seguir escribiendo el resto de mi vida.
El día que dejé la isla estuvimos charlando un rato antes de que partiese el ferry.
—Doña Flora, no sabe usted lo agradecido que le estoy. No puede usted hacerse ni idea.
—No se preocupe, joven. Para mí también ha sido un placer hablar con usted. Pese al turismo, los de esta isla son todos unos rancios. Espero que le vaya bien con su novela.
—Eso espero yo también. Gracias, Flora, muchas gracias de nuevo.
—¿Puedo pedirle un favor, joven…?
—Claro. Usted dirá.
—¿Me mencionará en su libro?
—Por supuesto. En la primera página.
—Me haría muchísima ilusión. Tenga —dijo, dándome la cajita de cerillas—, para que no se olvide de su promesa.
—Por nada del mundo; preferiría caerme muerto.
—Adiós.
—Adiós…
Un mes después, tras entregar el manuscrito a mi editor, busqué el origen de aquella inscripción. Provenía del osario de un pequeño pueblo castellano: Wamba.
“Ut te ipsum vides, me ipsum vidi; ut me vides, te ipsum videbis”.
«Vaya, así que los huesos también tienen cosas que decir» pensé.

Comentarios (0)

Deja un comentario:

Tu dirección de correo no se publicará. Los campos obligatorios aparecen marcados *